A 25 años de la caída del Muro de Berlín


El cuarto de siglo de la caída del muro de Berlín ha sido conmemorado con una hipocresía que supera la de aniversarios anteriores. A medida que se aleja de los hechos mismos, el 'relato' crece en distorsiones. Para las grandes potencias no estaba en juego la libertad de los llamados 'ossies' (por el Este) sino la oportunidad de proceder a una anexión que daría lugar a una confiscación enorme de la propiedad estatal de la Alemania oriental, financiada con una inmensa carga de impuestos sobre las espaldas de los trabajadores del oeste del país. Si la versión oficial fuera cierta no se explicaría la proliferación de los muros que le siguió, desde el que convierte a Gaza en un gueto a cielo abierto, el que acordona la frontera norte de México y los que se levantan todos los días para separar a los barrios ricos de sus entornos urbanos.


 


Como lo recuerda un artículo reciente en el Financial Times (7/11) al describir las peripecias de la Chemnitz Union, la 'reunificación' de Alemania fue un proceso enorme de vaciamiento en beneficio del capital occidental. La empresa, una gigantesca fabricante de máquinas herramientas, había ganado status internacional como exportadora a 40 países. El organismo oficial encargado de privatizar a miles de empresas orientales, Die Treuhand, ordenó transferir la planta a otra área y reducir en un 70% el personal. La vendieron a un pulpo de la ingeniería del oeste por la quinta parte de su valor en funcionamiento, el cual acabó en una bancarrota y obligó a entregarla a una cooperativa. La carencia de capital de ésta introdujo en la actividad a un grupo holandés que luego la vendió a otro pulpo alemán, Herkules. El autor del artículo resume el relato en los siguientes términos: “Se trata de una historia familiar en la cual las empresas del Este acabaron en las manos de bancos occidentales.


 


Muchos de los nuevos propietarios las adquirieron con el único objetivo de cerrarlas y eliminar a un competidor. La privatización le robó a Alemania del este las especializaciones y la tecnología y han creado una zona de salarios bajos y mayor desempleo”. Todo esto lo hemos descripto en tiempo real, en Prensa Obrera; fue el ensayo general del gigantesco proceso de confiscaciones que luego se ensañaría con Europa oriental y Rusia. Curiosamente, la anexión (anschluss) del Este produjo el vaciamiento industrial que Estados Unidos había planificado (y luego abandonado) en la inmediata posguerra, y que Stalin aplicó en forma brutal hasta el levantamiento de los obreros de la construcción de Berlín oriental, en junio de 1953. ¡Viva la libertad! Los trabajadores del oeste pagaron este 'rescate' con una recesión de empleos y salarios de más de una década, para enfrentarse enseguida a la crisis asiática de 1997/99 y a la bancarrota de 2007.


 


 


“Die deustche Frage”


 


La cuestión alemana dominó toda la política europea de la posguerra. A diferencia de lo ocurrido al finalizar la


guerra del 14, Alemania fue esta vez ocupada y repartida entre las potencias ocupantes. Se trataba de evitar la secuela de crisis y revoluciones que sacudió la primera posguerra. La clase obrera alemana fue reducida a la impotencia más extrema. 


 


La reunificación alemana dividió a las potencias vencedoras. Stalin la condicionó a la neutralidad del país, o sea a un poder de supervisión que las potencias capitalistas rechazaron. La división del país era, sin embargo, una empresa inviable para el stalinismo. Mientras el capital internacional reconstruía la zona occidental, los trabajadores del Este pasaban penurias crecientes, que se manifestaron en levantamientos y en el intento de pasar al oeste. La erección del Muro fue la respuesta a esta crisis, convenida por todas las potencias, con el pretexto de evitar una nueva guerra. William Fullbright, demócrata, presidente de la comisión de relaciones exteriores del Senado norteamericano llamó expresamente a “cerrar la frontera”; el primer ministro francés, Paul Reynaud, aseguró que “el cierre… no incrementó sino disminuyó el peligro de una tercera guerra mundial”.


 


La deustche Frage dividió a los partidarios de la IV Internacional. Los conocidos como pablistas caracterizaron a la parte oriental como “Estado obrero” y plantearon “revolución política” contra la burocracia. Sin embargo, cuando el levantamiento obrero de Berlín este, en 1953, no apoyaron la insurrección; el historiador Isaac Deustcher fue más lejos: lo denunció como contrarrevolucionario en un artículo en la revista francesa Les Temps Moderns. Los llamados lambertistas descalificaron esa caracterización, para poner el acento en la unidad de los obreros del este y el oeste y en la unidad alemana, o sea el derribamiento del Muro. La estricta verdad es que fuera de esta corriente ninguna tendencia mundial de cualquier carácter planteó esta reivindicación. El defecto del planteo, sin embargo, es que el lambertismo se opuso al planteo de nuestro partido acerca de la Unidad Socialista de Alemania. Alegaba que la lucha por la unidad alemana llevaba al socialismo, porque el imperialismo sería incapaz de impulsar o dirigir esa unidad.


 


 


Perestroika


 


El epicentro del derrumbe del estado fantoche del Este no se encontraba en su territorio sino en la ex Unión Soviética. La burocracia buscaba una salida al completo freno de sus fuerzas productivas por medio de un rescate financiero del capital internacional. La deuda externa del ex bloque soviético había alcanzado niveles de bancarrota. La misma Alemania del este vivía una burbuja de prosperidad merced a los créditos que había comenzado a derramar Alemania del oeste. La burocracia suponía que podía proceder a una 'convergencia pacífica' con el capitalismo, o sea a una restauración progresiva de la propiedad privada. La estampida de alemanes hacia el oeste que habilitó el levantamiento de las prohibición de salida por parte de Hungría, fue impulsada por el jefe de gobierno de la ex Unión Soviética, Gorbachov, con la finalidad última de acelerar la 'reforma política' en Alemania oriental. Los acontecimientos se le fueron de las manos, como volvería a acontecer con Yeltsin, más tarde, en Yugoslavia, y ahora con Putin en Ucrania. La llamada 'izquierda alternativa' y una parte de la Iglesia protestante pretendieron, en ese momento, conducir una 'revolución política' en el Este que evitara la reunificación. Creía posible convertir a un semiestado fantoche en un estado real. Este planteo artificioso, que en Argentina defendía el ex MAS, para el cual el Este era un país socialista, se cayó antes que el Muro. Para una unificación democrática de Alemania faltaba el protagonista fundamental: el proletariado del oeste del país, a quien nadie preparó para la alternativa de la reunificación. Lo que tuvo lugar, al final, fue un anchluss, una anexión.


 


Alemania emergió de esta crisis con un status político y económico reforzado en el concierto de los Estados imperialistas, pero para nada capaz de propulsar una unidad de Europa bajo su hegemonía. Al revés, se ha convertido en el epicentro de un estallido europeo, como consecuencia de sus políticas deflacionarias. La anexión no resolvió el impasse histórico del capital europeo, del mismo modo que la restauración del capital en China y el ex bloque soviético no lo hizo con el capitalismo mundial. Las contradicciones históricas se han potenciado.