En República Dominicana, al igual que en otros países del mundo, se ha iniciado la construcción de una enorme muralla, en este caso con el objetivo de impedir la llegada de migrantes haitianos, que huyen masivamente de su país ante la miseria, la violencia de las bandas criminales y las catástrofes climáticas. Ambos países están establecidos en la misma isla caribeña (La Española), y si bien Dominicana también es una nación empobrecida, no alcanza los niveles de su vecino, considerado el país más pobre del continente.

El racismo por parte del gobierno de Luis Abinader hacia la población del país lindante no es nada nuevo; ya en la dictadura de Rafael Trujillo se idearon planes de persecución que terminaron con la muerte de miles de haitianos a machetazos en lo que se conoce como la masacre del perejil en 1937. En tiempos más recientes, puntualmente en el año 2013, una sentencia del tribunal constitucional retiró la ciudadanía a miles de hijos de haitianos indocumentados, haciendo que estos puedan ser deportados en cualquier momento.

La clase dominante de la República Dominicana, que ataca a los migrantes haitianos con una orientación xenófoba, no se priva de usarlos como mano de obra barata en el sector agrícola y como un factor de presión para bajar los salarios de los trabajadores nativos.

La represión de los flujos migratorios y los muros son un fenómeno global, que ilustra la decadencia capitalista. Ocurre en los Estados Unidos con el muro de Trump y las deportaciones de Biden, así como también en la Unión Europea, el Reino Unido y Asia.

Dado el contexto, queda frente al pueblo dominicano y haitiano una ardua lucha en rechazo del muro y todo tipo de medidas análogas. Planteamos la unidad de los trabajadores de la isla contra los capitalistas y sus gobiernos.

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