Acelerada descomposición

El empeño de Itamar Franco para llevar al PT al gobierno se explica por la enormidad de la crisis económica y política de Brasil, que exige que el único partido popular que existe en ese país asuma la tarea de contribuir al salvataje del Estado capitalista, ante su negativa de salvar al país del capitalismo. Por toda su orientación  histórica democratizante y por sus posiciones de clase en el aparato del Estado y de los sindicatos, el PT y la burocracia de la Central Unica de Trabajadores se sienten irrevocablemente atraídos para ejercer esa sucia tarea. La velocidad que ha tomado el desplazamiento del fiel de la balanza política hacia el PT, revela la existencia de una situación prerrevolucionaria.


La economía de Brasil se encuentra en la actualidad en el punto en que la había encontrado Collor, y mucho peor aún. La inflación es del 35% mensual, hay un 30% estimado de desocupados y la pobreza crece de un modo infernal. Cada vez que abre la boca, Itamar Franco no deja de referirse a su temor por una “explosión social”. En su pasaje por Argentina, hace poco tiempo, el carnicero Kissinger expresó una “preocupación” similar.


Si Collor se encontró con una deuda pública interna de 80 mil millones de dólares a corto plazo, la que dejó Collor, luego de haberla congelado durante dos años, es aún superior, al menos si se le suman a los títulos públicos en circulación (50 mil millones de dólares) los diferentes depósitos a plazos en los bancos (100 mil millones de dólares), cuya garantía última es el propio Estado. La tasa de interés de renovación de esta gigantesca deuda es del 50% mensual —un porcentaje, que aplicado al crédito comercial corriente, deberá llevar los pasivos de las empresas y de los consumidores al punto de la quiebra.


Como consecuencia de esta situación, el régimen brasileño se encuentra condenado, en tanto que régimen capitalista, a valerse de todos los recursos de liquidación, confiscación y desvalorización económicos que utilizó el menemismo desde 1989: hiperinflaciones; expropiación de patrimonios, como el “plan Bonex” y los “bocones”; “congelamientos” salariales; devaluaciones sucesivas de la moneda. El problema es que, a diferencia de Argentina, en Brasil estaría en juego un enorme parque industrial y una masa laboral diez veces superior. De todos modos, la aplicación de cualquier combinación de este tipo de medidas, sería imposible sin la colaboración de las burocracias del PT y de la CUT.


El caos que amenaza a Brasil, y que ya se ha desarrollado en gran medida, como expresión de la crisis capitalista, podría ser indoloramente superado por un gobierno de trabajadores. Este debería, naturalmente, proceder a una cancelación de deudas recíprocas dentro de la industria y del comercio y a declarar caducas las deudas financieras del Estado, lo que deberá llevar a la ruina a buena parte de los especuladores. A partir de esta limpieza de capital ficticio, el Estado reordenaría el presupuesto nacional y la política monetaria, lo que exigiría la nacionalización de la banca. Estos instrumentos serían harto suficientes para impedir la quiebra de la industria. Por todo un período, las potencialidades de acumulación de la economía brasileña y su hambriento mercado interno serían suficientes para impulsar el desarrollo económico y social. Solamente la ejecución de una reforma agraria, liberaría un potencial productivo gigantesco para ese desenvolvimiento.