Internacionales
25/10/2018|1525
Adónde va Brasil
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Acto convocado por el FIT frente a la embajada brasileña contra Bolsonaro (20/10) Foto: Andres Ojo / Ojo Obrero
La campaña por el balotaje en Brasil, que se dirimirá el domingo que viene, se ha desarrollado como habíamos previsto en las páginas de “Prensa Obrera”. Mientras Jair Messias Bolsonaro acentuó el carácter militarista y fascista de sus planteos políticos, Fernando Haddad, el candidato del PT, procuró acercarse al establishment político tradicional de Brasil, incluso al alto mando militar. El empeño no le deparó ningún resultado positivo, porque tanto la Bolsa como la jefatura del Ejército apoyan decididamente a Bolsonaro, financian su campaña y tutelan su programa. La campaña del PT ha sido un caso de rotunda ficción política.
Un fascista con celular
En este cuadro de conjunto, Bolsonaro aprovechó las concentraciones en su apoyo, que tuvieron lugar el domingo pasado, para exponer en forma abierta un programa fascista. Dijo que el PT y sus militantes, que reunirán, de todos modos, unos cincuenta millones de votos en la segunda vuelta, deberán elegir “entre el exilio y la cárcel”. Aseguró que barrería “a los rojos y a las organizaciones sociales” de Brasil y que establecería “una retaguardia jurídica” para proteger a la represión policial, incluido el gatillo fácil. Sostuvo que “Lula se pudrirá en la cárcel”, cuando el ex presidente tiene en trámite una apelación a su condena en el Tribunal Superior de Justicia. Para evitar cualquier duda sobre el carácter fascista de sus planteos, amenazó con sacar de circulación al diario Folha de São Paulo, que ha sido, sin embargo, un pilar en la campaña de destitución, en su momento, de Dilma Rousseff, así como de los ataques al Partido de los Trabajadores. La diatriba de Bolsonaro, que fue emitida desde su casa por medio de un celular, lejos del clima de agitación de una tribuna pública, culminó una semana de denuncias contra la campaña de noticias falsas que su entorno político desarrolló en forma masiva por las redes sociales, financiada por grandes corporaciones capitalistas brasileñas.
Todas estas bravatas vuelven a plantear la cuestión acerca del carácter fascista de Bolsonaro. Un sector heterogéneo de la izquierda, tanto política como académica, se ha esforzado por negarle a Bolsonaro esa condición. Descripciones tales como “neo-fascista” o “proto-fascista” apuntan a presentarlo como una suerte de ‘fascista institucional’, que no pretendería crear “un Estado totalitario” y que se vería forzado a actuar en un marco parlamentario de división de poderes. Se trata de caracterizaciones estáticas -o sea, que carecen de una perspectiva del proceso tomado en su conjunto. Benito Mussolini, por ejemplo, el jefe del fascismo italiano, no impuso un Estado totalitario hasta fines de 1925, cuatro años después de su ascenso al gobierno, con el pretexto de poner fin a la crisis desatada por el asesinato, en junio de 1924, del diputado socialista Giacomo Mateotti. Las leyes raciales contra la comunidad judía fueron promulgadas tardíamente, en 1938, bajo la presión de Hitler. El fascismo debe ser combatido en su nido, no después que se haya consolidado bajo la forma de un régimen bonapartista. Rodrigo Duterte, el asesino serial que gobierna Filipinas desde hace dos años con el método del gatillo fácil y los escuadrones de la muerte, reúne aún hoy un 75% de adhesión según los sondeos, aunque su régimen da señales claras de un agotamiento político.
“Construyendo poder"
El partido de Bolsonaro, el PSL, hasta ahora insignificante, obtuvo en la primera vuelta 8 millones de votos, por sí solo, y 52 parlamentarios; llegó a casi 50 millones de votos por el apoyo a su candidatura por parte de otros partidos. El ‘bolsonarismo’, como corriente, se encuentra representado en otros partidos -lo cual amplía mucho lo que sería su bancada en el nuevo Congreso. Un informe destaca (Nueva Sociedad) que “también hay otros (electos) aún desconocidos para la mayor parte del público y que salieron de las urnas con una votación aplastante en sus estados y llegaron a la Cámara con la moral alta y de la mano de Bolsonaro”. Se ha consagrado una representación transversal a los partidos (ruralismo, evangélicos, militares) que podría “garantizar la mayoría absoluta de los votos”. En estas condiciones, “no será una sorpresa que el PSL avance en un arreglo institucional con partidos menores, que ya están tímidamente bajo su órbita”. Esto podría convertirse en “el laboratorio para la creación de un nuevo partido”, de acuerdo a la Folha de São Paulo. Bolsonaro se transformaría de francotirador en el caudillo de un aparato que sería utilizado para construir una base militante. El proto o neofascismo empezaría a tomar la forma del fascismo sin prefijos.
Tanto el ruralismo como los evangélicos y militares ya transitan este camino (de los 52 diputados de Bolsonaro, veinte son policías y militares). Los asesinatos en el campo crecen todo el tiempo, como consecuencia de la lucha contra el campesinado y los trabajadores sin tierra. El evangelismo es un movimiento de masas, galvanizado por un aparato financiero poderoso y una ideología. Los militares y la policía desempañan un rol mayúsculo en la represión y en la organización y encubrimiento de los escuadrones de la muerte. Un sector del capital financiero plantea deforestar la Amazonia y privatizar su biodiversidad, para abrir paso al capital sojero y a los grandes laboratorios internacionales. Bolsonaro se ve obligado a gobernar con métodos bonapartistas, debido a las resistencias de las Fuerzas Armadas a entregar el poder a un caudillo, que acabaría copando con su gente la dirección militar. Varios electos, en especial en los estados de Paraná y Santa Catarina, son activistas jóvenes de barras militarizadas de derecha (Nueva Sociedad), incluido un jefe militar que pasó por el comando de unidades.
Caracterización
La crisis de conjunto de Brasil, así como su condición de país periférico, pueden determinar alteraciones en una perspectiva reaccionaria sin matices. Con una deuda pública del ciento por ciento del PBI y un déficit del Tesoro de 100 mil millones de dólares al año, Brasil deberá ser arrastrado por la crisis que atraviesan las naciones llamadas ‘emergentes’ y será forzado a realizar virajes o incluso cambios de política. Es lo que ha ocurrido recientemente con el turco Erdogan, que está embarcado desde hace tiempo en una retórica anti-Trump. Un nacionalista famoso, el chino Chiang Kai-sek, se vio obligado a ensayar una suerte de resistencia contra Japón, a mediados de los ’30 del siglo pasado, tiempo después de haber ejecutado una masacre mayor de militantes del Partido Comunista. La ruta del fascismo brasileño deberá atravesar por esos mismos escollos y, en particular, por las sacudidas enormes que no dejará de provocar la crisis mundial. La mejor caracterización y el mejor pronóstico político pueden convertirse en un obstáculo en lugar de servir como guía, si se presentan en forma esquemática.
La evidencia de una derrota ha desarrollado en el PT una ola de ‘autocríticas’ -como ocurre siempre bajo la impronta del hecho ya consumado. En general, apuntan a que careció de una política de unidad del llamado campo democrático, o que no profundizó “las reformas”, que nadie sabe cuáles debían haber sido. Sobre el primer ‘error’, digamos que gobernó trece años aliado a los partidos patronales tradicionales, que se aprovecharon de las ventajas de esa alianza para destituirlo de la presidencia de Brasil. En relación con lo segundo, fue Lula quien inició la era de las “reformas previsionales” y quien continuó con los pactos fiscales con los estados de la federación, que había impuesto el gobierno precedente. El propio Haddad ha prometido continuar por esa vía. Las ‘autocríticas’ democratizantes terminan siendo siempre charlatanerías y autojustificaciones. El ‘campo democrático’, en Brasil, ha asumido una posición expectante respecto a Bolsonaro; teme desairar a la burguesía y disgustar al electorado de Bolsonaro con lo que podría ser interpretado como un planteo pro-PT. En Estados Unidos, el Partido Demócrata no ha llegado todavía a ese extremo en relación con Trump, aunque acompaña la tendencia. Después de todo, Trump se ha impuesto sobre todos sus opositores dentro del Partido Republicano.
Organizar el combate en toda América Latina
Como ya ocurriera en Alemania e Italia, para ejemplificar, antes del ascenso fascista o nazi, la clase obrera de Brasil no está derrotada, pero sí desmoralizada en uno u otro grado -la etapa previa a la derrota. Por eso es necesario pegar un viraje de magnitud, que el PT, en cuanto tal, no tiene posibilidad de realizar. El planteo de la hora es “frente único contra el fascismo”, cuyo primer destinatario es el conjunto de organizaciones obreras. Es urgente la convocatoria de un Congreso de delegados electos para establecer un plan de lucha en defensa de las conquistas y de las libertades democráticas, y una organización adaptada a la necesidad de combatir a la represión y a los ataques de las bandas fascistas. Los militantes del PT deben proceder a un viraje que la dirección política de ese partido es incapaz de hacer.
Es una obligación del conjunto de la izquierda de América Latina, que combate la conciliación de clases y la integración al Estado patronal, iniciar una deliberación política. El giro en Brasil afecta al conjunto del continente y, por sobre de todo, de las masas. Los gobiernos bolivarianos van a utilizar una victoria de Bolsonaro para justificar sus propias políticas de regimentación del movimiento obrero y represión de sus luchas, con el argumento de que ellos serían una barrera al fascismo -sin reparar que utilizan sus métodos, aunque en cuadros políticos diferentes. La única barrera al fascismo es la movilización independiente de las masas. Recordemos un hecho que se menciona con frecuencia: el parlamento del Frente Popular, electo en Francia en 1936, terminó echando a la bancada comunista, encarcelando a socialistas y firmando la rendición ante la invasión alemana. La historia no se repite a la letra, pero ayuda a pensar.
Reiteramos: llamamos a votar al PT el domingo próximo, sin brindarle ningún apoyo político -y, aún más, denunciando su responsabilidad en este retroceso-, como un puente hacia todos los luchadores, cuyo fin es organizar la acción directa contra el fascismo y combatir sus métodos de guerra civil reaccionaria.