Allende, Kirchner, Lula y Chávez

Con el título de esta nota el periódico kirchnerista Le Monde Diplomatique recuerda el aniversario del golpe pinochetista y del suicidio del ex presidente chileno, el 11 de septiembre de 1973. El editorial que firma Carlos Gabetta celebra la frustrada tentativa de Allende de “encarnar una transición pacífica e institucional al socialismo”, aun sin dejar de admitir que sus eventuales sucesores del presente han hecho profesión de fe capitalista. Sin embargo, esto no importaría porque Kirchner, Lula y Chávez representan también una variante progresista, que tiene en común con el allendismo la reivindicación de concretarla dentro del “marco legal y constitucional” establecido por el propio capitalismo. Así, entonces, “el sueño de Allende es posible que vaya con el tiempo a encarnar en la realidad más cruda y compleja de la actualidad”.


Si así fuera, lo que tendríamos no es un sueño sino una pesadilla. Algo que revela, además, que quienes reivindican permanentemente la necesidad de tener memoria parecen haber olvidado todo. Porque tres décadas atrás, la muerte de Allende demostró que la pretensión de transformar la sociedad “respetando la ley (de los capitalistas)” es mucho más que una ilusión o una excusa sin sentido: es la política que conduce al fracaso, a la contrarrevolución y al fascismo. Es la política de la contrarrevolución.


No se trata de un problema de jurisprudencia o de “derecho”. La “ley” es un eufemismo que encubre el aparato y los instrumentos físicos de la dominación de los explotadores. Para acceder al gobierno, luego de haber triunfado en las elecciones del 4 de setiembre de 1970, Allende firmó un “Estatuto de Garantías” con la derecha. En tal pacto (¡no previsto por ley ni por la Constitución!) se comprometía a colocar su administración bajo el control de los “poderes” “legales” dominados por esa misma derecha (el parlamentario y el judicial), a sostener el monopolio de las armas del Ejército y respetar su “verticalidad” de mando, y a garantizar la propiedad de los medios de comunicación y educativos en manos del gran capital y la Iglesia.


Durante toda su gestión Allende demostró su fidelidad, no al supuesto objetivo “socialista” sino al referido Estatuto, que no era otra cosa que una declaración de principios de mantenimiento del orden político de los explotadores. Por eso, cuando los trabajadores y campesinos radicalizaron su acción directa, ocuparon fábricas y tierras y formaron, en 1972, organismos propios de poder (cordones industriales, consejos comunales), Allende convocó al gobierno… a los militares, formó un gabinete con los uniformados y sancionó una “ley” otorgando a las FF.AA. el derecho a requisar las armas acumuladas por los explotados para defenderse contra las formaciones paramilitares.


Ahora, treinta años después, ¿no conviene recordar que fue Allende quien nombró Comandante en Jefe del Ejército… a Augusto Pinochet, y que el 9 de septiembre lo convocó para discutir los planes ante un eventual… golpe, 48 horas antes de que éste encabezara la masacre? Todo esto mientras a los trabajadores nadie les decía qué hacer y eran desarmados en todos los sentidos frente a la carnicería fascista. Lo admite uno de los propios articulistas de Le Monde – Pierre Kalfon, uno de los biógrafos del Che – : “Toda la apuesta del gobierno de Allende había consistido en utilizar únicamente los recursos de la legalidad burguesa… sin recurrir a los fusiles, sin armar al pueblo… De modo que cuando vino el vendaval y el Palacio de la Moneda fue bombardeado, el conjunto de la izquierda chilena se encontró ampliamente desprevenido y la tragedia fue total. Fue un sálvese quien pueda generalizado”. El trágico final del propio Allende acabó por encubrir con su actitud de entrega personal el carácter criminal de la política que acabó en la barbarie pinochetista.


Claro que el kirchnerista Le Monde ya no pretende el socialismo. El “respeto a las instituciones” de la burguesía – se interroga – ¿no nos permitirá al menos un capitalismo autónomo y decente? Los setentistas que reivindicaban el socialismo nacional en el pasado se han pasado ahora a la trinchera del supuesto capitalismo nacional. Pero el fracaso de la “tercera vía” del nacionalismo burgués es todavía anterior al de la experiencia chilena y sus evidencias abundan en toda la historia latinoamericana. Las burguesías nativas, interesadas en limitar la explotación imperialista, concluyen siempre en el campo de la contrarrevolución cuando temen ser desbordadas por la acción independiente de los trabajadores y explotados. Allende en el ‘73, como el gobierno peronista en el ‘76, no cayó ni por ser “socialista”, ni por ser “nacional”, sino por su incapacidad para acabar con la insurgencia popular.


No es novedoso que el balance de una tragedia dé lugar a una enorme involución política. Quienes contribuyeron a entregar al movimiento obrero chileno a la carnicería concluyeron que sus concesiones a la derecha habían sido insuficientes. Este fue el balance del stalinismo trasandino y, luego, de toda la dirección del Partido Socialista de Allende. Sus congéneres europeos imaginaron entonces un llamado “compromiso histórico” con la derecha: el PC italiano abrió el camino pregonando la alianza con la Democracia Cristiana (que fue la base “civil” del pinochetismo en Chile), y tuvimos la experiencia de los gobiernos socialistas “neoliberales” en España con González y en Francia con Mitterrand. Acá y ahora tenemos a Lula como alumno dilecto del FMI, encabezando el pelotón de los supuestos Allende del siglo XXI. Hemos pasado del socialismo degradado a la condición de “utopía”, a la degradación utópica: un capitalismo “nacional”, pactando con Bush y los fondomonetaristas, con los Ruckauf, Duhalde y cía, y todo en “estricto respeto a las instituciones”. Por supuesto, las que sirven, mientras sirven, a los explotadores.


Lamentablemente, los pueblos han pagado muy caro sus ilusiones en las terceras vías y en los “caminos originales” que no condujeron a ningún lugar. En el ‘73 y en el ‘76, con la brutalidad del genocidio. Es necesario aprender de la experiencia y superar políticamente la propia historia: por la organización independiente de la clase obrera, por el gobierno de los trabajadores, por el socialismo.