Arafat, custodio de los ‘fundamentalistas’ del sionismo

Es indudable que la primera víctima de la ‘cruzada’ occidental contra el oprimido mundo árabe e islámico tras los atentados del 11 de septiembre fue, antes aún que el pueblo afgano, el palestino. El régimen del ‘apartheid’ sionista creyó ver su oportunidad para poner en práctica lo que los partidarios de un ‘Gran Israel’ vienen planteando hace rato: una segunda gran expulsión de palestinos de las tierras que componen los ‘batustanes’ bajo control de la Administración Palestina -una nueva Nakba como en 1948-, que podría incluir la destrucción de la AP y hasta el asesinato de Arafat, según lo reveló el propio canciller israelí, Peres (The Economist, 6/10).


En el curso de los días posteriores a los atentados, el ejército sionista bloqueó los ‘territorios’, arrasó con pueblos enteros y multiplicó varias veces el sangriento número de víctimas diario. Sharon acusó a Arafat de ser el ‘Bin Laden de Israel’, a pesar de que éste se alineó inmediatamente junto a los ‘cruzados’.


Cuando los yanquis lograron que “el enemigo (Arafat) de tu enemigo (los talibanes) se transforma en un amigo” (The New York Times, 6/10) reclamaron al establishment sionista que fr ene las aspiraciones del ejército y de los colonos fascistas.Como resultado de esas presiones se arribó a un acuerdo que ha transformado a Arafat definitivamente en verdugo directo de su pueblo, y que al mismo tiempo ha replanteado una crisis mayor el régimen sionista.


¿Viraje yanqui?


Sharon denunció la presión yanqui como un “apaciguamiento” al terrorismo.


Ahora, es el mismo Sharon quien enfrenta esta acusación de los colonos. Sin embargo, lo que Bush tiene para ofrecer no llega siquiera a la aplicación de los famosos Acuerdos de Oslo: “Antes de que Sharon hablara *informó The New York Times*, Daniel Pipes, director del Foro de Medio Oriente de Filadelfia y uno de los más firmes y determinados respaldos de Israel en los EE.UU.”, salió al cruce diciendo que en las palabras de Bush “no hay nada nuevo más que un cumplido retórico” (6/10).


¿Pero Arafat puede ser la ‘garantía’ de una tregua? Los palestinos están en la indigencia, sus pueblos bloqueados; los trabajadores de los ‘batustanes’, impedidos de ir a trabajar a Israel (virtualmente la más importante fuente de trabajo de los palestinos), y existe una política de ‘eliminación selectiva’ de los principales dirigentes de la Intifada por los sionistas. La AP ilegalizó a las organizaciones díscolas, comenzó una caza de brujas contra los activistas que reclaman los sionistas y, luego de pedir “armas y pertrechos antidisturbios al gobierno israelí” (Brecha, 12/10), abatió incluso a cinco manifestantes en cumplimiento de la prohibición de movilizaciones contra la guerra imperialista en Afganistán. De ‘Bin Laden’ palestino, ahora “Israel elogió la posición del gobierno de Arafat” (La Nación, 10/10) y hasta firmó con éste “un pacto por el que las fuerzas de seguridad (palestinas reemplazan a las tropas sionistas y) se comprometen a salvaguardar la vida de 400 colonos que ocupan el centro de Hebrón en una población (en la que los palestinos son) en proporción 400 a 1” frente a los colonos (El País, 17/10).


“¿Está colapsando la AP?”


Exactamente así titulaba un largo artículo Palestine Times del mes de septiembre, una de las principales publicaciones del exilio palestino, editada en Londres, aparecida con anterioridad a los atentados del 11/9. Como fruto de la Intifada, “la Autoridad Palestina está mostrando crecientes signos de desintegración”, dice. Destaca “la casi total parálisis de las cortes de justicia, debido principalmente a las draconianas restricciones israelíes al movimiento de los palestinos desde sus lugares de residencia”. “La ausencia o gradual desaparición del peso de las leyes dio lugar en agosto a una sangrienta disputa entre dos clanes en el sur de la franja de Gaza (…) entre dos feudos familiares luchando a balazos durante varias horas”, sin que la policía interviniera, con un saldo de un oficial de inteligencia palestino asesinado y varios otros heridos. En segundo lugar, se señalan los reclamos populares que ganan las calles por la pasividad de la AP frente al asesinato a mansalva de los sionistas: “El pueblo sale a gritar ‘¿dónde está la AP?’ y ‘¿qué están haciendo las 15 agencias de seguridad’ (palestinas)?”. El artículo revela la brutal complicidad de la AP con los ‘colaboracionistas’ que delatan a los activistas al ejército sionista y, fundamentalmente, la virtual desaparición de toda ayuda del mundo árabe a la causa palestina. El pueblo ha sido dejado a merced de los clérigos musulmanes que son los únicos, al parecer, que se atreven a acusar la “repetición de 50 años de represión y terror de los Estados policiales del mundo árabe”. Esto se vive como una gran “traición”: “No hemos visto una sola demostración en solidaridad con el pueblo palestino en ninguna capital del mundo árabe. Y cuando una movilización tal tiene lugar, los regímenes represivos envían a sus policías para golpear y disparar contra los manifestantes”. Otros artículos revelan la parálisis del sistema educativo y la exacción del sistema impositivo contra el pueblo, al que se acusa de ser “peor” que bajo la gestión sionista. Es indudable que Arafat ha hecho de los atentados del 11/9 un pretexto para una defensa última de su Administración.


Toda la crisis de Asia Central y de Medio Oriente replantea en forma irreversible la cuestión crucial de la vigencia del Estado sionista y la lucha por un Estado palestino laico y democrático con plenos derechos para las masas palestinas y judías, en el cuadro de la lucha por una Federación de Repúblicas Obreras en toda la región para terminar así con la expoliación imperialista y la opresión nacional y social de todos los pueblos mesoorientales.