Arde Sudán

Un nuevo capítulo de la segunda primavera árabe

El detonante del actual levantamiento popular fue el formidable incremento del precio del pan, que encendió la ira de la población.

Transcurrido un mes de la caída de Omar al Bashir, el dictador de 30 años de Sudán, el pueblo no ha abandonado las calles. La tentativa de la cúpula de las fuerzas armadas -que asumió la conducción del país para apaciguar la furia popular y armar una transición ordenada- está haciendo agua. El intento inicial de conformar un gobierno militar fue rechazado por la población soliviantada. La experiencia de la primera oleada de la revolución árabe no ha pasado en vano. En especial, la huella de la revolución egipcia que expulsó a Mubarak del poder y que terminó siendo confiscada y estrangulada, llevando al gobierno a Al Sisi, el hombre fuerte de las Fuerzas Armadas, que sigue comandando al país hasta hoy. El presidente egipcio, que es también presidente de la Unión Africana (UA), mantiene fuertes lazos con los líderes del Consejo Militar de Transición, a cargo del gobierno de Sudán. Además, defendió a este régimen militar contra posibles sanciones de la UA.


Existe un sentimiento fundado de desconfianza en el accionar de las Fuerzas Armadas. No olvidemos que los líderes militares que asumieron el poder pertenecieron al círculo íntimo del de Al Bashir y le soltaron la mano cuando la presión popular se hizo irresistible. Altos mandos militares son también propietarios de algunas de las minas -o sea que también defienden su parte en la rapiña.


Esto ha obligado a la cúpula militar a iniciar negociaciones con la oposición, que acaba de presentar una propuesta dirigida a encontrar una salida a la crisis. Las Fuerzas de la Libertad y el Cambio, principal plataforma opositora, plantearon una transición mediante la formación de tres instituciones: un Ejecutivo, un Legislativo y un Consejo de Soberanía, que contaría con labores análogas a las de la Presidencia. Los tres órganos tendrían una operatividad de cuatro años. El Consejo de Soberanía sería el encargado de dirigir las Fuerzas Armadas. También sería el responsable de sancionar las leyes y designar a los gobernadores regionales.


Con la complicidad opositora, estamos frente a un operativo dirigido a armar un relevo ordenado. La oposición -que reúne a un arco heterogéneo de fuerzas- ha renunciado a elecciones inmediatas y aboga, en cambio, por una transición gradual y consensuada que deje en pie el andamiaje dictatorial construido durante décadas por Al Bashir. El Frente por la Libertad y el Cambio, en definitiva, planteó un gobierno cívico militar.


A pesar de ese acercamiento, el acuerdo parece trastabillar, porque no hay coincidencia entre las partes sobre la composición de las nuevas instituciones de gobierno. "Por el momento, ni los militares ni los opositores han concretado cómo será el reparto de cargos, hecho que se ha convertido en el principal punto de discordia, pues los militares piden que esté formado por diez miembros, de los cuales siete sean uniformados y los opositores que lo conformen 15 integrantes, de los cuales ocho sean civiles" (France 24, 2/5).


El empantanamiento de las tratativas es un combustible adicional que alimenta la movilización popular. Miles de manifestantes volvieron a concentrarse el 2 de mayo para pedirle al Ejército que entregue el poder a una autoridad civil. Vienen de distintas partes del país y se han organizado para mantener la presión ante la sede del Ejército. Un multitud mantiene un acampe frente al cuartel general del Ejército, que se improvisó en los inicios del levantamiento popular. Soldados y hasta oficiales se unieron a los manifestantes, lo que estaría indicando también que las crisis está provocando grietas en el verticalismo e integridad de las Fuerzas Armadas. Por otra parte, las demandas vienen radicalizándose y van mas allá de las que están negociando los políticos de la oposición. Rechazan el plazo de cuatro años en el que los militares prometen llamar a elecciones por considerarlo excesivo.


Esto se potencia por el descontento generado por el empeoramiento de la situación económica del país, con alzas de los precios de los productos básicos y el combustible.


No olvidemos que el detonante del actual levantamiento popular lo constituye el formidable incremento del precio del pan, que encendió la ira de la población. Esto va de la mano de los planes de ajuste que venía implementando el gobierno depuesto, recortando subsidios a los combustibles, alimentos y electricidad.


La crisis mundial viene haciendo su trabajo implacable de topo. Sudán, dependiente del petróleo y la minería y, en menor medida, de la producción agrícola, no ha escapado a sus consecuencias, arrastrada por la caída de los precios de la materias primas, la fuga de capitales y devaluaciones que vienen haciendo estragos en los países emergentes. Encima, Sudán sufre las secuelas del conflicto que culminó con la secesión e independencia de Sudán del sur, donde se encuentra la mayor parte de los yacimientos petrolíferos y de gas, mientras que en la región del norte están las refinerías, la infraestructura y los puertos.


El movimiento popular


El primer y gran protagonista es la juventud. La población entre los 15 y 24 es la más numerosa en Africa y mayoritariamente sin empleo. Esto es un común denominador de lo que viene ocurriendo en los otros levantamientos populares, empezando por el de Argelia, donde los jóvenes son el principal motor de la protesta. Un lugar especial lo ocupan las mujeres, incluso conquistando un liderazgo. La estudiante sudanesa de arquitectura Alaa Salah, la “reina rubia”, es un símbolo de los manifestantes.


La clase obrera no aparece con fisonomía propia. Aunque habría un proceso de reconstrucción de organizaciones sindicales, habrá que contar con una información más precisa, porque no se conoce, sino parcialmente, la existencia de un escenario de huelgas. Los sindicatos oficialistas están fuertemente integrados al aparato estatal, no han sacado los pies de plato y vienen ejerciendo una gran regimentación en los lugares de trabajo y concentraciones obreras. Es fundamental para el desarrollo de la revolución el desarrollo de iniciativas -plenarios, congresos- que vayan estructurando al movimiento obrero en forma independiente.


Por ahora, la tutela política del movimiento la tiene esta oposición de carácter liberal, que tendría su base de apoyo en asociaciones de profesionales y que, como señalamos, busca un compromiso con los militares. En el campo de la izquierda, se destaca el Partido Comunista de Sudán, fuertemente implantado en el país, pero que no se aparta de este libreto opositor y viene actuando de furgón de cola de las negociaciones en curso.


De todos modos, el proceso revolucionario abierto está lejos de cerrarse. La transición actual abre un período convulsivo que estará atravesado por crisis, sacudidas y la presión e iniciativa popular. En este escenario, pasa a ser clave la irrupción de la clase obrera en la crisis y la necesidad de ofrecer al movimiento popular un programa propio de salida, en oposición al recambio consensuado que está en marcha. Un programa de reivindicaciones transicionales dirigido a atender las necesidades apremiantes de la población y la reorganización integral del país sobre nuevas bases sociales, unido a la lucha por una Constituyente libre y soberana, encargada de ejecutarlo, cobra enorme actualidad y puede convertirse en un motor para impulsar la protesta y promover un salto político del movimiento popular.


Onda expansiva


La envergadura de la rebelión en Sudán, unida a la persistencia del levantamiento en Argelia, configuran, sin exagerar, una segunda primavera árabe. El “efecto contagio” es muy grande. Ya lo está sintiendo Sudán del Sur, donde el régimen está soportando protestas crecientes y ha salido a reprimir, advirtiendo que no va permitir que se reproduzca en su país lo que viene ocurriendo en su vecino del norte.


Sudán y Argelia pueden acelerar una desestabilización más general en el norte de Africa y Medio Oriente. Han puesto en guardia a Egipto, Arabia Saudita y Turquía, que temen por las repercusiones que pueden provocar en sus respectivos países. La onda expansiva se traslada a Europa: Francia ve con preocupación los acontecimientos en territorio africano, en primer lugar, de su ex colonia Argelia. No hay que olvidar que el 20% de la población del país galo, especialmente juvenil, proviene de las migraciones de Africa. Ello se entrecruza y puede terminar en una mezcla explosiva si se combina con el movimiento de los "chalecos amarillos" que está en desarrollo. Ni qué hablar que varias naciones africanas venían actuando como tapón a la inmigración hacia Europa.


La segunda primavera árabe está en marcha y socava todos los equilibrios políticos previamente establecidos.