Arden los bancos del Líbano

Otra vez, las masas salen a las calles de Medio Oriente

Las masas libanesas han protagonizado una nueva ola de protestas, frente a un régimen que se encuentra atormentado por una soberbia crisis económica a la que muchos periódicos de la prensa han caracterizado como la peor desde la guerra civil (1975-1990).


De la misma manera que en las protestas realizadas en enero de este año, éstas apuntaron nuevamente contra los bancos, luego de la decisión tomada por el Banco Central de pagar en libras (moneda local) los depósitos realizados en dólares, mientras se mantiene vigente el corralito. Según el organismo comandado por Riad Salameh, los retiros se pagarán a tasas de mercado determinadas diariamente por el banco y la misma variará entre la tasa oficial y la tasa del mercado negro (El Perfil 24/4). Resulta que esta maniobra se da en el marco de un desplome sin precedentes de la moneda nacional, cuya cotización ha llegado a las 4.000 libras por dólar en el mercado paralelo, alcanzando una devaluación del 60%, luego de permanecer durante 30 años con una convertibilidad fija. La deuda pública libanesa asciende al 150% del PBI y los trabajadores están siendo castigados por la crisis, como lo demuestran los datos del Ministerio de Economía, que informan una suba del 55% en los precios, induciendo a más del 40% de la población a vivir bajo los niveles de pobreza. Esta condición alcanza en Trípoli al 60% de los habitantes. El coronavirus ha venido a agravar toda esta situación.


El derrumbe económico estuvo en la base de los levantamientos de 2019, que llevaron a la caída del entonces primer ministro Saad Hariri, quien intentó imponer un ajustazo dictado por el FMI y el Banco Mundial, del que se desprendían una serie de impuestos a distintos medios de consumo básico (combustibles, tabaco, trigo), incluido un gravamen a las llamadas de Whatsapp. Aquel levantamiento hizo crujir también el régimen político sectario de reparto del poder entre los distintos grupos confesionales (shiítas, sunnitas, cristianos).


La ola de protestas actual se ha desenvuelto principalmente en Tripoli (ciudad norteña, de mayoría suní), en la cual un grupo de jóvenes procedió a incendiar diversas sucursales bancarias lanzando molotovs. Lo mismo hicieron con varios vehículos policiales. Ante el avance de la juventud, el Ejército desencadenó una feroz represión arrojando gases lacrimógenos y disparando a mansalva contra los manifestantes, dejando como saldo un muerto y medio centenar de heridos (El País 29/4). De igual forma, estas acciones de lucha se extendieron a lo largo y ancho de Beirut (la capital), donde cientos de personas hicieron calcinar la sede del Banco Central.


El nuevo primer ministro Hassan Diab, que llegó al gobierno a través de un pacto entre los sectores chiítas de Hezbollah y el movimiento Amal, y los sectores cristianos (excluyendo al partido sunita liderado por el depuesto Hariri), ha acordado un préstamo de 120 millones de dólares con el Banco Mundial, y busca pactar otra vez con el Fondo Monetario Internacional (FMI) por más de 10 mil millones de dólares. Pero ese plan estaría condicionado, si prospera, a “la aplicación inmediata de las reformas largamente esperadas" (Europa Press 30/4). Traducido, buscarán avanzar en un ataque aún mayor de los salarios, jubilaciones y condiciones de trabajo.


La movilización de las masas libanesas tiene el gran mérito de poner en cuestionamiento a todo un régimen, incluyendo el Hezbollah. Entre sus límites, debemos señalar que considerables porciones del sector combativo plantea la conformación de un gobierno de “tecnócratas”, es decir un régimen de técnicos en oposición a los partidos corruptos.


El grito de ¡Zaura! (revolución), que enarbolan las masas del Líbano, vuelve a tronar en los corredores de Medio Oriente, y sienta las premisas para la construcción de una organización independiente de los trabajadores que canalice todos los reclamos en una perspectiva política emancipadora, que abra paso a un gobierno de trabajadores que desconozca la sangría de la deuda externa y ponga punto final a la opresión imperialista.