Internacionales
30/9/2020|1606
Armenia y Azerbaiyán, al borde de una guerra total
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Las fuerzas armadas de Armenia y de Azerbaiyán se encuentran en estos momentos, y desde el domingo, protagonizando los enfrentamientos más duros que tuvieran lugar entre ambos países desde el conflicto armado de cuatro días que ocurrió en 2016. La violencia de los choques, el alto voltaje de las declaraciones de los líderes de ambos países y las múltiples tensiones e intereses acumulados alrededor del conflicto hacen que exista la probabilidad cierta de una confrontación de gran alcance, que involucre no solo a los países caucásicos sino también a las grandes potencias. Para algunos -por ejemplo, la embajadora armenia en Argentina- ya se trata de una guerra.
El enfrentamiento
Las acciones bélicas tienen como disparador la disputa sobre el control de Nagorno Karabaj, una porción de territorio con mayoría de población armenia pero que forma parte del territorio azerí, ya que cuando la burocracia estalinista (ambos países fueron repúblicas constituyentes de la Unión Soviética) delimitó las fronteras de la región en la década de 1930 dispuso que quedara bajo control de Azerbaiyán. El statu quo permaneció hasta la desintegración de la URSS y la declaración de independencia de las repúblicas del Cáucaso, momento en el que Nagorno Karabaj resuelve, a través de una votación en el Parlamento regional y de un plebiscito, la integración a Armenia. La negativa azerí a esa secesión desencadenó una guerra que duró entre 1988 y 1994, y que se cobró más de 30 mil vidas y un millón de desplazados, procediéndose a limpiezas étnicas a ambos lados de la frontera. Desde 1994, luego del alto al fuego, la región tiene de facto un gobierno autónomo y estrechamente vinculado con Armenia, aunque ningún país reconoce que ese territorio no pertenece formalmente a Azerbaiyán. La voluntad de Azerbaiyán de continuar controlando ese territorio, así como la de Armenia de integrarlo, no fue modificada.
En todos estos años no faltaron incidentes militares en la frontera, sin embargo, se han acumulado elementos y tensiones que desembocaron en los particularmente fuertes combates de estos días. Ambos países vienen incrementando año tras año sus presupuestos militares, incorporando armamento de última generación, aunque en este rubro Azerbaiyán lleva la delantera al utilizar para estos fines sus cuantiosas regalías petroleras. Distintos analistas han señalado que, para los gobiernos de ambos países, la agitación nacionalista, belicista y religiosa (siendo Armenia un país cristiano y Azerbaiyán uno musulmán) se puede transformar en un salvoconducto respecto de sus crisis locales. En Armenia, el gobierno del primer ministro Nikol Pashinián se encuentra debilitado y viene soportando movilizaciones opositoras, mientras que Ilham Aliev, el presidente azerí, enfrenta una sequía y la baja en el precio del petróleo, ambos factores causantes de malestar entre la población. Sin ir más lejos, en julio hubo duros enfrentamientos fronterizos que dejaron un saldo de 20 muertos lo que preanunció este enfrentamiento.
Los choques actuales tienen hasta el momento un centenar de víctimas confirmadas, tanto civiles como militares, pero cada bando se adjudica haber provocado cientos de bajas en su adversario, así como la destrucción de un cuantioso material militar. Ambos países no se están privando de utilizar modernos pertrechos como drones y misiles, así como de elementos de guerra propagandística como el bloqueo del uso de Internet en su propio país, la difusión de partes de guerra altisonantes y la desmentida de lo dicho por el oponente.
Los intereses en disputa
A pesar del peso que tiene la disputa nacional específica en este conflicto, un análisis acabado no puede soslayar que se trata de un escenario más del cuadro más general de tensiones políticas y choques bélicos que se vienen reproduciendo en todo el globo y en particular en los espacios donde existían los ex Estados obreros. El Cáucaso, con sus enormes riquezas energéticas y su ubicación estratégica entre Europa y Asia, ha sido, desde la desintegración de la URSS, un espacio en donde el imperialismo ha buscado avanzar fuertemente en la colonización económica y donde se han expresado las tendencias a la disolución del propio Estado ruso. El conflicto entre Armenia y Azerbaiyán es solo uno de los conflictos regionales, ya que se suma a las tentativas secesionistas de Chechenia (Rusia) y las de Abjasia y Osetia respecto de Georgia, todas disputas que motivaron enfrentamientos bélicos en el pasado reciente.
Ese desenvolvimiento general se entrelaza con la profundización de la crispación política y de la guerra económica, fruto de la crisis capitalista mundial. En este conflicto, Turquía se encuentra fuertemente alineada con Azerbaiyán, en lo que es visto como un paso más en la pretensión del gobierno de Erdogan de abrir paso a su país como un jugador de primer orden en la producción energética, ya que viene participando de la guerra civil en Libia y protagonizando fuertes disputas con Grecia y Francia en el Mediterráneo oriental alrededor del mismo objetivo, de ganar influencia en zonas de producción petrolera. Rusia, por su parte, si bien viene proveyendo de armamento a ambos países en conflicto, es históricamente un aliado de Armenia, país en el que posee una base militar. Existe la posibilidad de que de profundizarse la intervención de alguna potencia extranjera en la disputa eso lleve a una mayor participación de otros países y, por lo tanto, de que se abra paso a una escalada general.
La Unión Europea y Estados Unidos (históricamente un aliado azerí) cuentan con importantes intereses en la región, buena parte del aprovisionamiento energético europeo transcurre por los gasoductos y oleoductos que atraviesan el Cáucaso, por lo que no habría que descartar la intervención de estas potencias en el caso de una escalada del conflicto.
Abajo la guerra
El conflicto entre Armenia y Azerbaiyán debe ser enmarcado como parte de los conflictos bélicos (Libia, Siria, entre otros) en donde se expresa la política de las potencias imperialistas de buscar una salida a la crisis económica mediante la imposición por la vía de la fuerza de sus propios intereses. Los trabajadores de la región y del mundo deben advertir este desenvolvimiento de los acontecimientos para ofrecer una salida propia -en primer lugar, en contra del belicismo imperialista. En el Cáucaso (del mismo modo que en los Balcanes), la disolución de los ex Estados obreros fue el preludio de una política consciente orquestada por el imperialismo y las elites locales de inflamación nacionalista que solo ha traído muerte y barbarie. La consigna de una federación socialista del Cáucaso retoma, por lo tanto, toda su pertinencia.