Auschwitz

La herida abierta de la historia


La hipocresía es la marca de una clase gobernante decadente: no es sólo la manifestación de su depravación moral sino por sobre todo una expresión de su necesidad de tapar la verdad acerca de su rol en la historia, y ahora de su propio deterioro y caída en la barbarie.


 


 


El desfile de los carniceros


 


No hubo espectáculo más obsceno de la hipocresía imperialista que el ‘show’ montado por los gobernantes del mundo capitalista actual para “celebrar” los 60 años de la liberación de los prisioneros del campo de concentración de Auschwitz por las tropas de avanzada del Ejército Rojo.


 


Hay tres razones principales para hablar y denunciar sus hipocresías.


 


Primero, fue completamente hipócrita ver un desfile de carniceros que rinden homenaje a las víctimas inocentes del peor genocidio que jamás haya ocurrido: Bush, el carnicero del pueblo afgano e iraquí; Blair, su cómplice criminal; Chirac, la cabeza del Estado imperialista francés, responsable del genocidio del pueblo de Ruanda y de las masivas masacres en Africa, desde Argelia hasta Costa de Marfil; Schröeder, cabeza del Estado alemán, que a pesar de toda la denuncia del nazismo y las lágrimas de cocodrilo por sus víctimas, participó con entusiasmo en el bárbaro bombardeo y pulverización de Yugoslavia; Putin, el carnicero de los chechenos; Sharon y el Estado sionista, que asesinaron en masa al pueblo palestino, para “prevenir un nuevo Holocausto”… La lista de los criminales puede ser completada con los nombres de todos los gobernantes de los países capitalistas.


 


Segundo, todos esos hipócritas representan a las llamadas “democracias occidentales”, las cuales antes y después de la Segunda Guerra Mundial nunca hicieron nada por ayudar a las víctimas, a pesar de que todos ellos sabían de las persecuciones en masa y la exterminación de los judíos por los nazis, y todos ellos conocían el funcionamiento de los campos de concentración. Los países capitalistas “democráticos”, incluyendo los EEUU, rehusaron abrir sus fronteras a los judíos perseguidos. Winston Churchill, el archiimperialista y notorio antisemita, se rehusó incluso a bombardear y destruir la red de vías del ferrocarril que llevaba a millones de deportados desde toda Europa a Auschwitz. Sólo la gente común y sobre todo los guerrilleros comunistas de la resistencia antifascista dieron protección y ayuda a los inocentes en sus horas más terribles.


 


Tercero, es un show repulsivo ver la hipocresía de los gobernantes de un sistema social que, en su crisis y decadencia, produjo Auschwitz (y que nunca ha dejado de crear campos de concentración), rendir tributo a aquellos que perdieron sus vidas, sus seres queridos y su humanidad en ese campo de concentración.


 


 


La cultura del imperialismo


 


El nazismo y su barbarie fue el horrendo precio que la humanidad ha pagado por las derrotas de la revolución socialista mundial, luego de su comienzo en Rusia en octubre de 1917, y el retraso en poner un fin revolucionario a la declinación histórica del sistema de relaciones sociales aún dominante, el capitalismo imperialista.


 


Como escribió León Trotsky, “el fascismo es la destilación químicamente pura de la cultura del imperialismo…”. Hitler, “este alemán epiléptico con una máquina de calcular en su cráneo y un poder ilimitado en sus manos, no cayó del cielo o vino del infierno: él es nada menos que la personificación de todas las fuerzas destructivas del imperialismo (…). A través de Hitler, el mundo capitalista, llevado a la desesperación por su propia impasse, comenzó a hundir una filosa daga en sus propias entrañas” (Manifiesto de la Cuarta Internacional, mayo de 1940).


 


Para ponerlo en los términos de la trágica dialéctica de nuestra época, Auschwitz es la unidad de lo universal y de lo particular: lo universal es la histórica decadencia del capitalismo, lo particular es la Cuestión Judía. En los campos de concentración, naturalmente, junto con los judíos fueron exterminados millones de gitanos, otras minorías étnicas, rusos, prisioneros políticos, ante todo comunistas y otros izquierdistas (incluyendo trotskistas), homosexuales… Pero la infame “Solución Final del Problema Judío” es el carácter distintivo predominante del “universo de concentración ario”. Auschwitz, separado de la línea del genocidio del pueblo judío, se reduce a una generalidad falsa, abstracta, cuando no a una provocación “negacionista”.


 


Pero la peculiaridad histórica, la particularidad de la Cuestión Judía, es precisamente su universalidad: los judíos, como grupo étnico-religioso distintivo, emergieron a través de los dolores del parto de la sociedad de clases, vivieron y se desarrollaron en los poros de esa sociedad y sufrieron persecución bajo los distintos modos de producción y de regímenes políticos. Cuando la sociedad de clases alcanzó su forma antagónica última, el capitalismo, y esta forma histórica entró en su época de declinación, la sociedad de clases en su conjunto comenzó a decaer y comenzó la transición hacia una sociedad sin clases a través de la revolución mundial. Las complejidades de esa transición y sus retrocesos e impasses temporarios produjeron condiciones donde la sociedad de clases trata, como dijo Trotsky, de “expulsar a los judíos de sus poros”.


 


El antisemitismo es un fenómeno laico y moderno, no una continuación lineal de la vieja judeofobia de la Edad Media. Auschwitz dio un golpe mortal a la ilusión que se esparció después de la revolución burguesa francesa de que la Cuestión Judía sería resuelta otorgando derechos civiles a los judíos y a través de su asimilación pacífica en el entorno burgués. No hubo país europeo donde los judíos estuvieran más asimilados que en la Alemania pre nazi.


 


Esto acabó en los crematorios.


 


 


De la Shoa a la Nakbah


 


Los judíos y los palestinos todavía están pagando el precio de otra ilusión esparcida por el imperialismo: la mentira del sionismo de que la creación de un Estado nacional judío resolverá el problema. El sionismo no lo ha resuelto sino que lo ha exacerbado enormemente. Estableció un ghetto militarizado como un bastión del imperialismo en Medio Oriente, extendiendo e incrementando el antisemitismo por todas partes, mientras, al mismo tiempo, expropia íntegramente a una nacionalidad oprimida, la de los árabes palestinos, de sus derechos nacionales y de su tierra. En árabe, “Nakbah” significa nada menos que “destrucción” –lo mismo que en hebreo “Shoa”–. Una tragedia ha seguido a la otra y los culpables de ambas, los imperialistas, tratan de justificar la segunda, la catástrofe palestina, por su predecesora, la catástrofe judía.


 


El sionismo ha fracasado totalmente. El antisemitismo está avanzando nuevamente, particularmente en Europa, y tal como Philip Roth lo ha mostrado admirablemente en su libro Complot contra América , los EEUU no son tampoco inmunes –al contrario–. El uso cínico del “Holocausto” (¡es completamente bizarro dar el nombre de un sacrificio religioso a un genocidio!) como una extorsión moral, especialmente a los judíos del mundo, para encubrir a Sharon y al sionismo, es escandaloso. Sólo puede ayudar a los negacionistas y a todos los propagandistas antisemitas.


 


La Shoa, seguido de la Nakbah, ha probado definitivamente la corrección de las advertencias de Marx y de muchos marxistas, particularmente Trotsky: ni la asimilación a la sociedad burguesa ni el sionismo, sino la emancipación universal a través de la revolución socialista mundial, es capaz de poner fin a la persecución de los judíos mediante el derrocamiento del sistema de relaciones que dio a luz las monstruosidades como Auschwitz.


 


 


Los campos después de Auschwitz


 


Auschwitz permanece como una herida histórica abierta: para cerrarla se plantea como mínimo la transformación del mundo.


 


Cuando el Ejército Rojo entró en Auschwitz el 27 de enero de 1945 todos gritaron: ¡nunca más! No más campos de concentración. Pero en el mismo año, en 1945, el imperialismo británico estableció campos de concentración en Malasia contra la insurgencia anticolonial (funcionaron hasta 1960), así como en El Dhabah, en Egipto, para los guerrilleros izquierdistas griegos. Durante la guerra civil griega y aún décadas después, desde 1947 hasta 1974, cuando colapsó la dictadura militar, con algunos cortos intervalos, funcionaron campos para prisioneros políticos en Grecia. El programa británico de campos para el pueblo malasio continuó mediante el “Programa Estratégico para Villorios” de los EEUU, en Vietnam, después de 1962.


 


Hoy, el horrendo campo de concentración en la bahía de Guantánamo, así como la pesadilla de Abu Ghraib en la ocupada Bagdad, o más recientemente las revelaciones de atrocidades similares británicas en Basora, en Irak, demuestran sin ninguna duda que Auschwitz, a pesar de su carácter único, no pertenece al pasado.


 


El pensador italiano Giorgio Agamben, cuyo trabajo está centrado principalmente en la histórica experiencia de Auschwitz, escribió que el ‘lager’, el campo de concentración, es “la ley de la modernidad”. Es falso. En realidad, el lager es la ley de la crisis de la modernidad bajo el capitalismo en declinación. No existe en absoluto en la época moderna, por ejemplo en las primeras etapas de la sociedad burguesa. A pesar de todo el terrible sufrimiento ligado a la expulsión en masa de los judíos de la Península Ibérica en 1492, bajo la monarquía de Fernando e Isabel, incluso la “Santa Inquisición” no fue capaz de establecer el infierno tecnocrático de los campos de muerte de los nazis.


 


 


La desintegración de la dominación burguesa


 


Los campos de concentración son producto de la época imperialista. Como nuevamente escribe Agamben, primero, los colonialistas hispanos establecieron los campos de concentraciones en Cuba, en 1896, contra la rebelión anticolonial del pueblo cubano. Los siguió el imperialismo británico, estableciendo campos –con ese nombre precisamente– en Sudáfrica, durante la guerra de los Boers, nuevamente en un contexto colonial. En la propia Alemania, antes de los nazis, en los años ’20, bajo el SPD (Partido Social Demócrata), los polacos judíos que venían de sus ‘ghettos’ como inmigrantes fueron internados en campos de concentración (no muy diferentes hoy para los inmigrantes sin papeles en Francia, Italia, España, Grecia, etc.). En todos esos casos, el establecimiento de ‘lagers’ fue legalizado en nombre de un “estado de emergencia” causado por una rebelión colonial, inmigración en masa “ilegal”, “actividades terroristas”, etc… Las razones dadas fueron las “condiciones excepcionales”, las cuales, como dijo correctamente Walter Benjamín en 1940, se transformaron “de una excepción, en una regla” en la época imperialista. Con cada profundización importante de la crisis capitalista y la agudización de los conflictos nacionales y sociales, se introduce la tendencia a medidas de represión excepcionales y nuevas formas de internación y control de las poblaciones en agitación.


 


Este permanente “estado de emergencia”, el cual es declarado hoy por el imperialismo norteamericano y sus cómplices en nombre de la “guerra contra el terrorismo”, no es una nueva forma de gobernabilidad sino la decadencia de la vieja, la descomposición de la democracia burguesa, tanto en las metrópolis como en la periferia. Guantánamo, Abu Ghraib, Acta Patriótica I y II en EEUU, legislación similar “antiterrorista” y métodos de Estado policial en otros países: esta es la “libertad” que George W. Bush ha prometido a la humanidad en su discurso de inauguración de su segundo mandato, en enero de 2005. Con un cinismo similar, los nazis grabaron en la portada de Auschwitz las infames palabras Arbeit macht frei (El trabajo libera).


 


 


La IV Internacional


 


Pero hay ahora una enorme diferencia histórica con los tiempos de Hitler y sus ‘lagers’: los nazis habían aplastado las organizaciones de masas de los trabajadores y se apoyaron en la más grande derrota de la clase obrera en la historia. Sin esta derrota –y el rol de traición del estalinismo– Auschwitz sería imposible. Hoy, la crisis sistémica del mundo capitalista es más profunda. El estalinismo ha colapsado. La clase obrera en los países capitalistas no está derrotada. Los pueblos oprimidos, a pesar de sus enormes sufrimientos, propician nuevos golpes al imperialismo: ¡el pueblo iraquí prepara un nuevo Vietnam a los yanquis!


 


Cuando era la “medianoche en el siglo”, como escribió Víctor Serge, y el nazismo y el estalinismo eran todopoderosos, en el período en que los campos de concentración habían comenzado su trabajo infernal, fue fundada, contra la corriente, la Cuarta Internacional.


 


Ahora, en condiciones totalmente nuevas, una refundada Cuarta Internacional tendrá el potencial y el deber de conducir la lucha para liberar a la humanidad de la barbarie capitalista, de las amenazas y las pesadillas de los Campos, así como también del sistema que los generó.