Brasil: desgaste de Bolsonaro, impotencia de la centroizquierda

Es necesaria una reorganización clasista del movimiento obrero.

Poco más de 100 mil manifestantes en Brasilia y unos 125 mil en San Pablo logró congregar, en las concentraciones del martes, el presidente fascistoide, Jair Bolsonaro. Mucho menos de los 2 millones que se había fijado como objetivo. Y menos que otras concentraciones anteriores convocadas por el mismo Bolsonaro. Esto luego de una campaña de dos meses y con el apoyo activo de todo el aparato estatal que movilizó manifestantes de todo el país.

El objetivo anunciado era fortalecer al Poder Ejecutivo presidencial, enfrentado con el Poder Judicial y parcialmente con el Legislativo. En sus discursos, Bolsonaro hizo centro en la necesidad que se “discipline” o sean renunciados dos camaristas que han levantado sumarios contra familiares del presidente y colaboradores directos.

Bolsonaro esperaba que una movilización plebiscitaria le permitiera llevar adelante este objetivo y fortalecer su dominio político. Por eso convocó públicamente a la reunión, para el día siguiente, del Consejo de la República, una institución de emergencia integrada por el Poder Ejecutivo, los líderes legislativos y de la Corte Suprema, que tiene el poder de recomendar el estado de sitio, de emergencia, etc. Es decir, medidas extraordinarias para afrontar una crisis nacional.

El esquema bolsonarista era el de apoyarse en el “clamor popular” para imponer una acentuación de su poder político sobre los otros poderes. Pero… no le alcanzó. La reunión del Consejo de la República no terminó de concretarse ante el riesgo del boicot a la misma de diversos funcionarios.

Pero igualmente, el impacto político de las marchas bolsonaristas de ayer fue realzado por la pusilanimidad de las direcciones de los partidos de la oposición burguesa y centroizquierdista que boicotearon activamente la convocatoria de marchas por el ¡Fora Bolsonaro!

Las burocracias de las centrales obreras, encabezadas por la CUT, siguieron al pie de la letra esta orientación desmovilizadora y derrotista de los políticos burgueses. No solo no organizaron la movilización de los obreros y explotados sino que se empeñaron en meter miedo para que esta no se efectivice. Ciro Gomes (PDT) azuzó: “Bolsonaro quiere producir este 7 de septiembre muchos cadáveres para justificar el llamamiento al autoritarismo…”. En lugar de organizar a las masas trabajadoras en defensa de su derecho a manifestar contra la derecha, hicieron derrotismo, le dejaron la calle a la derecha bolsonarista. Mientras que Bolsonaro estuvo al frente de sus concentraciones derechistas, Lula no participó de ninguna antibolsonarista. Se trata de una profunda cobardía política. Cobardía no directamente física, sino el temor a abrir paso a una irrupción de las masas trabajadoras que abra un nuevo cuadro político de características combativas y revolucionarias en el país más grande del continente, siguiendo las tendencias de las rebeliones populares que vienen recorriendo América Latina.

Según los estudios de encuestas, Lula le ganaría a Bolsonaro por casi 2 a 1, si las elecciones fueran hoy. Importantes sectores de la burguesía han decidido ir retirando su apoyo a Bolsonaro que se ha ido convirtiendo en un factor de crisis política nacional. En las Fuerzas Armadas que forman parte fundamental del personal al frente del gobierno bolsonarista (7.000 oficiales de alto rango integran el staff de los ministerios, secretarías, reparticiones y empresas estatales) se está sufriendo el síndrome del fracasado golpe boliviano, donde tuvieron que aceptar la vuelta al gobierno de la fuerza que habían destituido. Por eso ha ido creciendo la búsqueda de una tercera alternativa electoral entre Bolsonaro y Lula. João Doria, gobernador del estado de San Pablo, es uno de los candidatos a ocuparla. La movilización bolsonarista del 7 de septiembre busca cortar esta posibilidad tratando de que se mantenga la polarización entre derecha y centroizquierda.

Bolsonaro trata de repetir como un calco el accionar de Donald Trump que pretendía ganar las elecciones yanquis o en su defecto colocarse como líder indiscutible de la oposición derechista. Trump asaltó el Capitolio estadounidense, Bolsonaro no pudo tomar la sede del Poder Judicial como había anunciado que haría si el pueblo “se lo pedía”. Pero la de Bolsonaro es una medida preelectoral, diferente a la implementada por Trump frente a su derrota electoral. Falta un largo año para las elecciones.

La correlación de fuerzas creada por el ascenso de Bolsonaro en el 2019 le permitió al gobierno llevar adelante un conjunto de iniciativas antiobreras (reforma laboral, previsional, impositiva, etc.) y entreguistas (privatización de empresas estatales, etc.).

Pero el parate económico -se vaticina un freno en el anunciado crecimiento económico que lleva a pronosticar “un año de pibinho”, de escaso crecimiento del PBI que ha retrocedido en el segundo trimestre- se ve potenciado por el accionar político aventurero fascistizante de Bolsonaro. Después del “éxito” de la jornada de movilizaciones bolsonaristas de ayer, la Bolsa cayó un 3% y el dólar reinició una trayectoria devaluacionista. Un comentarista periodístico ha señalado que Brasil está frente a los síntomas de “una tormenta perfecta”.

Sectores importantes del gran capital nacional e imperialista han ido tomando distancia de los planteos fascistizantes, lúmpenes-aventureros y continuistas de Bolsonaro. El Parlamento no le aprobó su proyecto de reemplazar el voto electrónico vigente por un voto en papel para las próximas elecciones. El Senado le ha rechazado la mini reforma laboral que había aprobado –por iniciativa del Poder Ejecutivo- la Cámara de Diputados. Para defender las “conquistas” antiobreras y antipopulares impuestas por los gobiernos de Temer y Bolsonaro y para imponer nuevas condiciones leoninas contra las masas que permitan afrontar “la tormenta perfecta” que se avecina, es necesario cambiar los métodos del elenco gobernante.

Las tareas planteadas

La centroizquierda se adapta como un guante a esta tendencia. Se ofrece para “pacificar” el país, es decir mantener desmovilizado al pueblo trabajador, usando como hasta ahora su control de las organizaciones de masas (CUT, etc.).

Después del 7 de septiembre, el PT de Lula y sus aliados esperan lograr que una parte de los poderes políticos, las Fuerzas Armadas y el gran capital se vuelque hacia esta perspectiva. La CUT en su balance señala que espera la palabra del presidente de la Corte Suprema, Luis Fux, ante la exigencia de Bolsonaro de destituir a dos integrantes del alto tribunal y su amenaza de no reconocer sus acciones y eventualmente intervenirla. Fux repudió el miércoles los dichos de Bolsonaro en los actos del martes, pero… planteó que debiera ser el parlamento el que tome eventuales sanciones. El PT y la oposición burguesa también abrieron una expectativa en que ahora el parlamento pondría en marcha un proceso de juicio político contra Bolsonaro (hay más de 50 pedidos en tal sentido cajoneados en el Congreso). Pero el líder de la cámara, Arthur Lira, declaró el miércoles que su objetivo era que el parlamento se transformara en un “puente de paz” entre el Poder Judicial y el Ejecutivo de Bolsonaro. ¡Los pedidos de juicio político seguirán cajoneados! El vicepresidente, general Hamilton Mourao, señaló que no teme al juicio político porque cuenta con una mayoría de unos 200 legisladores para bloquear cualquier intento en este sentido.

Esta orientación de la burguesía opositora, la centroizquierda y las burocracias sindicales coloca al movimiento obrero y de los explotados en un callejón sin salida. Los subordina completamente a un electoralismo antiobrero, para… ¡dentro de un año! Mucho tiempo en que se irán planteando nuevas y crecientes crisis. Es necesario que los trabajadores se emancipen de las ataduras a la oposición burguesa y centroizquierdista: es necesario que obtengan su independencia política y organizativa. No se debe descartar que el PT, la CUT y demás organizaciones que sabotearon la marcha de los trabajadores el 7 de septiembre, convoquen próximamente una movilización. Pero esto será solo una maniobra para mantener su ascendiente ante los sectores combativos de los trabajadores y la izquierda. Para recuperar las conquistas arrebatadas, para frenar los nuevos ataques a las condiciones de vida del pueblo trabajador, para derrotar los intentos autogolpistas y defender los derechos democráticos, se debiera ir a un plan de lucha continuado, hacia la huelga general. Fuera Bolsonaro, Mourao y todo el régimen provocador y antiobrero bolsonarista.

Recuperar las organizaciones obreras y de masas para la lucha política y reivindicativa exige de una reorganización clasista, de la independencia de clase. Un frente de los partidos de la izquierda que se reclama revolucionaria y los sectores combativos del movimiento obrero podría encarar, con fuerza, la constitución de un polo que lleve adelante la resistencia de masas y avance hacia la convocatoria de un congreso de bases de los trabajadores y explotados.

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