Brasil: El PT entra (por la ventana) al gobierno “neoliberal”

Después de una cordial y muy divulgada cena, que contó con las presencias del ex candi­dato presidencial Lula y del propio interesado, se formalizó “amigablemente” la desafi­liación del dirigente Francisco J. Weffort al Partido de los Tra­bajadores (PT). El motivo es nada menos que la incorpora­ción de Weffort al gobierno de Fernando Henrique Cardoso como ministro de Cultura. We­ffort no había esperado ni 24 horas de las elecciones del pa­sado 3 de octubre (cuando las encuestas ya indicaban la vic­toria de FHC) para publicar un artículo de página entera en la Folha de Sao Paulo, con gran­des elogios a su ex profesor (el propio FHC) y esperanzas en su futuro gobierno. Por su tamaño y elaboración, era evidente que dicho artículo sólo podría haber sido escrito varios días atrás, esto es, en plena campaña elec­toral. Esto es más notable si se tiene en cuenta que Weffort era uno de los coordinadores de la campaña Lula y el organizador de un libro-folleto (“13 razones para votar a Lula”), en el que trece conocidos intelectuales explicaban sus razones para votar a Lula. Esto significa que, en plena campaña electoral, hubo un sector de la dirección de la misma que trabajó por la derrota de Lula.


Y no cualquier sector. We­ffort, además de destacado in­telectual, fue el primer secreta­rio general del PT, cargo que ocupó durante varios años. Como tal, no fue sólo el porta­voz de los “intelectuales in­dependientes” (en especial universitarios) del PT, sino también el mentor de la organi­zación “Articulación”, ten­dencia dirigente del partido (que incluye a Luí a y a los “nue­vos sindicalistas” surgidos del proceso huelguístico del fi­nal de la década del ’70) creada para oponerse al “excesivo” peso de las tendencias de iz­quierda en el PT. Fue el gran formulador ideológico de la es­trategia democratizante del PT, del programa de la “demo­cracia como valor univer­sal” (o sea, la democracia con­trapuesta a la lucha de clases) sintetizada en su libro (de 1984) “¿Por qué democracia?”. En aquel momento, sólo la ten­dencia trotskista Causa Ope­raría, entre las tendencias del PT, se contrapuso frontalmen­te a esa elaboración teórico- programática, haciendo de ella un análisis minucioso y una crítica marxista (ver O. Coggio­la y R. C. Pimenta, Democracia y Revolución Proletaria, Edi­ciones Octubre, 1985).


Cabe agregar que en esta cruzada intelectual “de iz­quierda” de apoyo al gobierno declaradamente “neolibe­ral”, capitalista y antiobrero, de FHC, Weffort no está solo, ni siquiera internacionalmente: en su edición del 25 de diciem­bre (regalo de Navidad), el ultrareaccionario “O Estado de Sao Paulo” cede varias páginas a un largo artículo del “mar­xista” (?) inglés Perry Ander­son, significativamente titula­do “FHC es la esperanza de poner al Brasil en la Histo­ria”.


Se revela ahora que toda la ideología y política democrati­zantes estaban al servicio de la destrucción del PT como parti­do de clase y hasta como una verdadera organización políti­ca, para transformarlo en una sigla que diese cobertura “de izquierda” a la recomposición del régimen burgués se mi colo­nial brasileño, esto desde la “apertura” del régimen mili­tar en completa crisis desde el final de los años 70. Si la victo­ria electoral de FHC es un paso importante en este sentido, no se debe pensar que la presencia de Weffort dé a la izquierda un verdadero peso en su gobierno: su ministerio controla menos de 60 millones de dólares anua­les (cifra ridícula si se la compa­ra con el presupuesto total).


El ministerio Weffort es el último eslabón de una cadena, de la que participa el senador petista Suplicy (que calificó al gabinete de FHC “de excelen­te calidad”), el gobernador elegido (del PT) de Espíritu Santo, Víctor Buaiz, quien declaró que “ahora sólo falta que FHC tome las riendas y no se deje llevar por las fuerzas conservadoras” (después de haber recibido el apoyo del propio FHC para el segundo tumo) (Folha de Sao Paulo, 27/11). Una cadena des­tinada a transformar al PT en reaseguro “de izquierda” del gobierno FHC, quien en estos momentos usa toda su fuerza de presidente electo para impe­dir que el parlamento apruebe, antes de su ascenso, un salario mínimo de 100 dólares (que se­ría de todas maneras miserable después de la estampida de precios del “Plan Real”).


Que el PT se mantenga for­malmente fuera del gobierno (que incluye a todos los parti­dos burgueses, inclusive los que estuvieron en la base del gobierno militar) facilita por ahora ese papel, del mismo modo que la desafiliación de Weffort vale tanto cuanto la suspensión que recibió la ex in­tendente de San Pablo, Luiza Erundina, cuando integró el gobierno de Itamar Franco (nada menos que como respon­sable por la “racionalización” del servicio público fede­ral), que no impidió que, tarea cumplida, volviese al PT y fuese nada menos que su principal candidata al senado por el Es­tado de San Pablo.


En el PT no hay, pues, “di­vergencias ideológicas” mito una verdadera quinta-columna (dirigente) al servicio de la burguesía, frente a la cual lo que quedó do la izquierda potis­ta capitula de un modo cada vez más miserable.


Con la izquierda clasista ex­cluida, la quinta-columna no vacila en mostrar la cara. En Brasilia (donde el PT ganó las elecciones estaduales) el direc­torio regional anunció des­pués de las elecciones haber recibido (por lo menos) 400.000 dólares de las grandes empre­sas constructoras, incluida la Odebrecht, que está en el pro­pio centro de los esquemas de corrupción estatal cuyo ‘‘des­tape” sacudió al Brasil en los últimos años. La Odebrecht, además, es la principal benefi­ciaría de las obras públicas de la capital federal (sólo las obras del subterráneo están estima­das en más de 600 millones de dólares).


No es de extrañar que cun­dan ya en el PT denuncias so­bre corrupción interna, impli­cando inclusive al tesorero na­cional, Paulo Okamoto. La ten­dencia hacia la desmoraliza­ción y la dispersión de la militancia de izquierda, para la cual el PT sigue siendo la principal referencia política, sólo podrá ser eficazmente combatida por la estructuración de un frente de izquierda sobre bases clasistas y revolucionarias, y en la perspectiva de la cons­trucción de un partido obrero independiente.