Brics: ¿“mundo multipolar” y nuevo orden internacional?

Relato y realidad.

Una de las cumbres de los Brics

Al término de la Cumbre de Johannesburgo, Sudáfrica, se anunció el primer pelotón de seis países que entrarían a formar parte del grupo en el corto plazo: Arabia Saudita, Argentina, Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Etiopía e Irán. Este bloque representa en términos del PBI el equivalente al que reúne el G7 y a escala poblacional a más de 3 mil millones de habitantes. En el plano energético el futuro bloque -que algunos ya denominan “Brics Plus”- concentrará el 42% de la producción mundial de petróleo. Naturalmente el hecho tuvo especial repercusión en nuestro país como consecuencia de la incorporación de Argentina.

Nacido en 2009 con la participación de Brasil, Rusia, India y China, a los que se sumó Sudáfrica un año más tarde, desde sus primeros documentos, los líderes del grupo pusieron énfasis en la construcción de “un orden mundial multipolar, equitativo y democrático, basado en el estado de derecho, la igualdad, el respeto mutuo y la cooperación”. Sin embargo, lejos de un escenario de colaboración, los choques y enfrentamientos entre los estados han ido en aumento en forma proporcional al desarrollo de la crisis mundial capitalista. Estamos asintiendo a una escalada imperialista que apunta a colonizar a les ex economías estatalizadas y que va de la mano de crecientes tensiones bélicas. A la guerra que enfrenta la Otan con Rusia en Ucrania se le une los enfrentamientos crecientes de China en el Pacífico en torno a Taiwán. En las décadas precedentes, las naciones que integran los Brics han oficiado de rueda auxiliar y subordinada del proceso de acumulación capitalista dominado por las grandes metrópolis capitalistas. Los Brics se acomodaron a esa realidad y fueron progresando a la sombra de ella. En este contexto, fuimos testigos del acople chino -norteamericano. Pero la globalización aclamada en su momento como el nuevo paradigma fue entrando en crisis al compás del impasse en que fue ingresando la economía mundial como consecuencia de la bancarrota capitalista.

La esperanza de una integración armónica y pacífica entre el centro y la periferia se ha visto desmentida. Pese a este escenario cambiante, los Brics están lejos de elevarse como un bloque capaz de subvertir el orden imperialista, menos aún de ser un faro de una transformación social. El antecedente de los Brics fueron los “no alineados”, nacidos en la guerra fría supuestamente como una tercera posición independiente de los dos grandes bloques en pugna de la época. Los no alineados se fueron desdibujando y terminaron desapareciendo. Uno de sus últimos capítulos fue el alineamiento mayoritario del llamado “tercer mundo” con Estados Unidos en la guerra del Golfo contra Irak, poniendo de relieve sus límites insalvables.

Los límites por parte de los Brics saltan también a la vista. Sus miembros están firmemente integrados a las instituciones mundiales, empezando por el FMI y la OMC, la ONU y otros organismos multilaterales que funcionan bajo la tutela de gran capital internacional. Esto condiciona sensiblemente su capacidad de acción. Las sanciones impuestas por Occidente al gobierno de Putin con motivo de la guerra de Ucrania impiden la entrega y venta de armas de China y terceros países a Rusia. Lo mismo sucede con los movimientos financieros sometidos a un férreo control por parte de las grandes potencias capitalistas enroladas en la Otan (exclusión de Rusia del sistema de compensación financiero internacional Swift, por ejemplo).

Los Brics, por otra parte, son un bloque extremadamente laxo y heterogéneo. Sus integrantes, en muchos aspectos, están enfrentados entre sí. China e India mantienen sus roces fronterizos que han llegado a choques armados. Pekín ha apoyado a Pakistán en sus disputas territoriales con la India. Su pertenencia a los Brics no ha sido un impedimento para que India integre una alianza militar (Quad, Diálogo de Seguridad Cuadrilateral) junto a Estados Unidos, Japón y Australia que tienen como propósito enfrentar el peso cada vez más gravitante de China en Asia y en el Pacífico. Las relaciones entre India y China están en su punto más bajo y prueba de ese enfriamiento es la ausencia de Xi Jinping en la nueva cumbre del G20 que tendrá lugar en Nueva Delhi.

Mientras Putin y el máximo mandatario chino dan muestras recíprocas de amistad entre ambas naciones, Moscú mira con recelo los vínculos y nexos que viene cultivando Pekín, como parte de sus avances en la Ruta de la Seda, con las naciones asiáticas que históricamente han estado bajo la órbita rusa. Pekín no se priva de explotar el debilitamiento de Moscú a raíz de la guerra para ir aumentando su esfera de influencia a expensas de su socio en los Brics. El avance chino también se constata en Medio Oriente, donde el gigante asiático ha jugado un papel determinante en el acuerdo hasta hace poco impensado entre Irán y Arabia Saudita, dos de las potencias regionales que rivalizaban entre sí, relegando -o ,al menos, terciando- en el protagonismo que venía ejerciendo Rusia, junto con EEUU en la región.

No se nos puede escapar que al frente de las naciones del Brics, figuran gobiernos que no se caracterizan por su progresismo. En China y Rusia, estamos frente a una elite dirigente que viene siendo el vehículo de la restauración capitalista. No encarnan la revolución sino la contrarrevolución. Como lo revela la guerra de Ucrania, el régimen liderado por Putin no interviene en el conflicto como una fuerza liberadora y antiimperialista sino que pretende defender su lugar en el proceso restauracionista, en función de los apetitos y ambiciones de la oligarquía capitalista que se ha ido desarrollando en estas décadas. En el caso de India y Sudáfrica tienen fuertes vínculos que las unen a Estados Unidos y no se han privado de desenvolver políticas de ajuste y antiobreros, potenciadas con la pandemia y luego con la guerra. A su turno, si algo caracteriza a esta nueva gestión de Lula es su corrimiento hacia la derecha, con Alckmin como vicepresidente y un gabinete poblado de hombres que gozan de la confianza del gran capital, y en alianza en el parlamento con los partidos del “Centrao” que jugaron un papel protagónico en el golpe que desplazó del poder al gobierno del PT de Dilma Rousseff. Sin ir más lejos, el gobierno acaba de disponer un aumento miserable del 1% para los empleados públicos federales cuando la inflación supera el 6%.

La política exterior no se puede separar de las política internas, es una prolongación de ella. Los Brics no son la excepción. Es indisimulable el liderazgo que ejerce China hasta el punto que muchos analistas coinciden que el bloque es simplemente un engranaje más de la expansión de su influencia sobre el planeta. China busca preventivamente superar bloqueos del imperialismo yanqui a su desarrollo, y conseguir cierta autonomía al control despótico del mercado mundial por los yanquis. Rusia, a su turno, lo ha utilizado para romper parcialmente el boicot comercial impuesto por los yanquis y la Otan. Le vende petróleo a la India (bien que esta aprovecha para comprarlo a precios de oferta con descuentos). Por eso el imperialismo norteamericano es hostil a su desarrollo.

Es necesario no perder de vista que el gigante asiático reproduce con las naciones de la periferia en las que penetra los mismos rasgos que caracterizan las relaciones que establecen las potencias capitalistas. Una relación de carácter semicolonial en la que prevalece el saqueo y la expoliación de los países involucrados. Inclusive con condiciones más leoninas cuyo contenido en muchos casos permanece en secreto pero en la que se impone créditos atados y tasas de interés usurarias, por encima de las tasas de mercado.

La incorporación de los nuevos seis países es funcional al interés de China y la expansión en la que está embarcada a partir de la Ruta de la Seda. Pero, si había alguna duda, el ingreso de sus nuevos miembros despeja cualquier interrogante sobre la naturaleza del bloque. Egipto, Arabia Saudita, Emiratos Árabes son regímenes conservadoras reaccionarios y cercanos a Estados Unidos. Argentina, por más que el gobierno intente disimularlo, presentando su ingreso como una señal de su autonomía e independencia respecto al imperialismo, lo cierto es que el país está sometido al FMI y soportando un rabioso plan de ajuste que afecta severamente los bolsillos del pueblo trabajador. Por supuesto, esta ampliación exacerba más las contradicciones internas del bloque, pues pasarán a convivir en su interior Irán con tres naciones árabes rivales con choques muy serios con la nombrada, incluso en el plano militar. Ahí está la guerra civil en el Yemen, donde Arabia Saudita e Irán respaldan bandos opuestos en un conflicto que por el momento no parece tener un final.

Se ha intentado presentar al bloque como una salida frente a la asfixia financiera en que se encuentran los países emergentes. Con la creación del Nuevo Banco de Desarrollo, inaugurado en 2015 en Shanghái, hoy comandado por Dilma Rousseff, Pekín pretende seducir y traer bajo su órbita a una serie de países sometidos a serios aprietos financieros. Pero lo cierto es que eso no ha salvado a la periferia del default, de modo tal que China, en su calidad de acreedor, está sufriendo en carne propia la insolvencia, incumplimientos y cesación de pagos que está creciendo, lo cual constituye un serio traspié en los planes expansionistas de Pekín. Pero es necesario tener presente que los créditos no son automáticos sino que están condicionados a diferentes filtros y en primer lugar al visto bueno del FMI. Si alguien supone que el recostamiento en los Brics permite sustraerse a las garras del FMI está equivocado. Cualquier desembolso de los Brics plantea el cumplimiento de los acuerdos con el Fondo, del cual, recordemos, China es uno de sus accionistas principales.

En la cuerda floja

Aunque esta decimoquinta cumbre de los Brics es exhibida como una señal de afianzamiento, lo cierto que es la vulnerabilidad de sus miembros está creciendo y a una gran velocidad. Los Brics no han permanecido inmunes a la crisis mundial capitalista. La desaceleración de la economía mundial, acompañada de una acentuación de la guerra comercial y de las tendencias a la guerra misma, llama a las puertas de los integrantes del bloque recordando a todos que el desacoplamiento económico y la dislocación de la economía mundial es una realidad que ha venido para quedarse.

Desde hace varios meses, las malas noticias se acumulan en Pekín. El motor económico chino se estanca, la actividad económica cae, los precios se desploman ante la anémica demanda interior y exterior, y los nubarrones financieros se ciernen en el horizonte. Amenazante desde hace meses, la crisis inmobiliaria ha adquirido una nueva dimensión con el impago de un nuevo gigante económico, Country Garden. Para garantizar que el castillo de naipes de las finanzas en la sombra que ha florecido durante más de una década no se derrumbe de repente, las autoridades monetarias y políticas se apresuran a anunciar cada día nuevas medidas de flexibilización, ayuda y crédito. El gobierno chino se vio forzado a bajar los tipos de interés. Pero el remedio puede ser peor que la enfermedad. China ya está viviendo una deflación y concurrentemente con ello una depreciación del yuan, lo cual ya está trayendo una retracción de las inversiones financieras en el país y una fuga de capitales al exterior que buscan colocaciones más rentables (“Una cumbre que preocupa a Occidente”, Martin Orange, en Sin Permiso, 23/8).

Hasta hace poco, Putin se jactaba de que las sanciones occidentales contra Rusia no habían tenido ningún efecto, pero desde junio, la moneda rusa ha perdido casi la mitad de su valor frente al dólar estadounidense. Las autoridades monetarias celebraron una reunión de urgencia para anunciar una subida de los tipos de interés. Aunque no se han aplicado controles de capital en sentido estricto, se han dado órdenes a cada grupo en relación con sus compras en el extranjero y sus pagos en divisas. El presidente indio tampoco está en condiciones de dar el ejemplo. Más que las dificultades económicas, son los problemas políticos los que ensombrecen su poder. Acusado de aplicar una política nacionalista que amenaza a todas las minorías del país y a todas las formas de oposición, se enfrenta a un desafío político cada vez más fuerte. El 18 de julio se presentó la formación de una coalición de veintiséis partidos con vistas a presentar una candidatura única para impedir que Modi obtenga un tercer mandato en las próximas elecciones (ídem).

En cuanto a Sudáfrica, entre cortes de electricidad e inflación galopante, pasa apuros como muchos otros países africanos. Todos ellos están pagando un alto precio por la crisis energética, que comenzó en el verano de 2021 y se ha visto agravada por la guerra de Ucrania, así como por la escalada de los precios mundiales de los principales productos alimentarios (trigo, arroz, café, azúcar). La rápida subida del dólar, tras la decisión de la Reserva Federal de subir los tipos de interés, les ha golpeado duramente: la mayoría de ellos se ven obligados a utilizar la mayor parte de sus reservas actuales para pagar sus gastos financieros (ídem).

Desdolararización

Uno de los temas en debate en la reciente cumbre de los Brics es la búsqueda por parte de sus integrantes de vías para reducir su dependencia del dólar. La cuestión se ha vuelto más candente a partir de las sanciones económicas dispuestas por la Otan contra Rusia. El hecho que se haya prácticamente secuestrado los activos rusos en dólares en el exterior pertenecientes a Rusia ha encendido las alarmas de otras naciones, en primer lugar de China, que aspiran a no estar tan expuestas a la divisa norteamericana y, en esa medida, han comenzado a diversificar sus reservas, a deprenderse de la moneda estadounidense y sustituirla por oro. Este movimiento ya venía de antes pero se ha acelerado con el estallido de la guerra, de modo tal que la porción de las reservas en dólares de los bancos centrales fuera de Estados Unidos han pasado de 70 al 59%. Y posiblemente la cifra esté desactualizada.

Estamos frente a una desdolarización que también se traduce en los intercambios comerciales crecientes pagados en moneda distinta al billete verde. Por primera vez, los Emiratos Árabes Unidos han roto un tabú: han aceptado que India pague sus compras de petróleo en rupias. Antes que ellos, Arabia Saudita negoció con China que las entregas de petróleo se pagaran en yuanes. Argentina, a su turno, acaba de pagar y con yuanes la deuda con el FMI, aunque hay que señalar que eso previamente tuvo que pasar por el guiño previo de dicho organismo.

La desdolarización es vista naturalmente con preocupación por EEUU porque pone en tela de juicio la hegemonía estadounidense que se vale de la primacía de su divisa como principal moneda de reserva y de pago en las transacciones internacionales para poder financiarse a expensas de las demás naciones y hacer frente a sus crecientes desequilibrios. La deuda estadounidense supera más del 100 % del PBI y registra déficits gemelos en su balanza comercial y en sus cuentas públicas.

Pero la tendencia a la desdolarización está muy lejos de llegar al extremo de la creación de una nueva moneda común, como especularon algunos medios internacionales. Ya en julio, Sudáfrica advirtió que el tema no figuraría en el orden del día. Imaginar una moneda única, comparable al dólar y al euro, con un sistema de pagos centralizado y reservas de divisas propias, es una fantasía. Son demasiadas las divergencias e intereses encontrados entre los miembros, a lo que se suma ahora la enorme vulnerabilidad de sus economías y la creciente inestabilidad de sus monedas, que se vienen depreciando frente a la divisa norteamericana pese a que el dólar también se está deteriorando como resultado de la inflación que se registra en EEUU y en las restantes potencias capitalistas.

Comentarios finales

La ampliación de los Brics expresa el hundimiento que se está registrando del orden internacional y en especial de la decadencia de EEUU que le da a este derrumbe un alcance histórico. Pero los Brics están lejos de construir un bloque alternativo del mundo actual y poner en pie un orden internacional sustituto. Está fuera de las posibilidades de un bloque tan heterogéneo, desigual, con choques entre sí e intereses encontrados, pero habría que agregar que tampoco se lo propone. La aspiración de China y los Brics se reduce a una mayor autonomía en el marco del orden establecido: no pretenden poner fin a la economía capitalista ni tampoco sus instituciones –sólo, y en ciertos casos puntuales, disputan un lugar mayor en ellas. Lejos de la emergencia de un “mundo multipolar”, una suerte de nuevo orden en el que podrían tener cabida pacíficamente las antiguas potencias hegemónicas y los nuevos polos de poder alternativos, sobre el que fantasean algunos intelectuales, incluidos muchos que se reivindican del campo progresista y de la izquierda, lejos de este relato absolutamente idílico, la realidad que enfrentamos como resultado de la descomposición capitalista es una fractura de la unidad económica y política mundial, que, como es sabido, es el caldo de cultivo para la crisis políticas internacionales, las rivalidades entre los estados y la guerra.

La tarea de poner en pie un mundo nuevo está reservada a los trabajadores que deben tomar en sus manos el timón de la sociedad y organizar el planeta sobre nuevas bases sociales. En otras palabras, la creación de un mundo nuevo se inscribe en la lucha estratégica por gobiernos de trabajadores y el socialismo.

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