Bush: Entre la crisis económica y los escándalos

“La unanimidad del apoyo de los norteamericanos a Bush después de los atentados del 11 de septiembre y la guerra de Afganistán parece estar resquebrajándose”, informa el diario español El País (20/1), al trazar un balance de su primer año de gobierno. Su índice de popularidad muestra en las últimas semanas una baja sistemática. Lo que domina en la capital norteamericana, dice The Washington Post (7/1), es “mucha incertidumbre” cuando se aproximan unas elecciones parlamentarias “que raramente tienen tantas consecuencias (como las de este año)”.


Entre los “peligros” que acechan a Bush están los “domésticos”, en primer lugar la espectacular quiebra de la petrolera Enron, una empresa directamente ligada a la camarilla tejana de Bush: Enron financió su campaña presidencial (como antes había financiado la de su padre y sus propias campañas a gobernador); el presidente de la Enron encabezaba su consejo de asesoramiento económico y buena parte del personal político que hoy ocupa las oficinas ejecutivas en Washington ha servido en el pasado reciente en empresa. El vicepresidente Cheney, uno de los grandes accionistas de la Enron, está a cargo de la “política energética” del gobierno, la cual ha sido diseñada según los requerimientos de la empresa: desregulación eléctrica, negativa al establecimiento de precios máximos. En los últimos meses, Cheney sostuvo seis reuniones con el presidente de la Enron pero, en expresa violación de la ley, se niega a dar a conocer su contenido. Fueron estos hombres, en la cumbre del poder, como señala Paul Krugman, los que han “adormecido” a los organismos de control que debieron haber supervisado a la empresa. El inicio de investigaciones parlamentarias y, en los últimos días, el dudoso “suicidio” de un alto funcionario de la empresa, plantean “consecuencias impredecibles para Bush y su gobierno” (Financial Times, 21/1).


Todos estos chanchullos y corruptelas salen a la luz por el agravamiento de la crisis económica en los Estados Unidos. La recesión continúa profundizándose y no hay salidas a la vista: desde la llegada de Bush al gobierno, dos millones y medio de trabajadores han perdido sus empleos. El agravamiento de la recesión, por otra parte, evaporó los superávits fiscales de la época de Clinton: el próximo presupuesto de Bush prevé un déficit fiscal de 100.000 millones de dólares. Las alternativas que se plantean son la anulación de la rebaja impositiva que impulsó Bush al principio de su mandato, la reducción de gastos (en salud, educación y servicios sociales), o un mayor endeudamiento público que elevaría las tasas de interés, agravando la recesión. En todos los casos, una perspectiva de crisis política. Las divergencias han llevado a “los analistas financieros”, dice El País (20/1), a plantear la posibilidad de que “el presupuesto no sea aprobado por el Congreso”.


También en el plano internacional, Bush pisa terreno minado. The Washington Post (10/1) menciona a “la crisis Argentina” y la situación en Afganistán, como los mayores problemas que debe enfrentar. En Afganistán, la presencia norteamericana está lejos de haber “estabilizado” el país y advierte: “Los afganos están comenzando a lamentar la caída de los talibanes” ante las barbaries cometidas por los “señores de la guerra” protegidos por los norteamericanos.


Frente a este conjunto de factores de crisis, el gobierno norteamericano enfrenta una encrucijada: si Bush utiliza el “capital político” ganado tras los atentados para impulsar a los candidatos republicanos en las elecciones parlamentarias, lo perdería; si no lo utiliza, sus candidatos sufrirán una segura derrota electoral. “Una victoria demócrata en las elecciones parlamentarias acarrearía que (…) Bush hijo tendría bastantes posibilidades de fallecer políticamente en las mismas circunstancias que Bush padre” (El País, 20/1).


La prensa norteamericana sostiene que ningún presidente norteamericano, desde Kennedy, ha concentrado tanto poder en el Ejecutivo como Bush. Pero al concentrar las funciones de arbitraje, Bush ha concentrado también sobre el Poder Ejecutivo las explosivas contradicciones de la crisis mundial. El “comandante en jefe”, como le gusta hacerse llamar, no puede escapar a las devastadoras consecuencias de la crisis capitalista.