Bush prepara la guerra

En las Naciones Unidas, Bush lanzó dos ultimátums. Uno contra Irak, amenazándolo con la invasión y la destrucción total si no se rinde incondicionalmente.


El otro, contra el resto del mundo, amenazándolo con que aunque no apoyen su “cruzada” contra Saddam, de cualquier manera Estados Unidos atacará a Irak.


Bajo la presión norteamericana, los restantes miembros del Consejo de Seguridad (Francia, Gran Bretaña, Rusia y China) han comenzado a sumarse, en defensa de sus propios intereses, a la campaña contra Irak.


De palabra, Europa parece oponerse a la guerra. Pero no tiene ni la fuerza ni la unidad política para frenarla. Así, después de Gran Bretaña, Francia, España, Italia, uno a uno, se suman a la campaña con el argumento de que “Irak debe cumplir las resoluciones de la ONU”. También Rusia y China respaldan la guerra, como antes respaldaron la invasión a Afganistán. Cada uno de ellos busca proteger sus propios intereses asociándose a la masacre del pueblo iraquí.


Así, la guerra se acerca. Los bombardeos norteamericanos y británicos contra Irak – que tienen el objetivo de preparar la invasión mediante la destrucción de los radares y puestos de control de vuelo iraquíes – se agravan. Gran Bretaña ha comenzado a realizar grandes maniobras y ejercicios militares “que refuerzan la sensación de que la guerra se acerca” (The New York Times, 13/9).


 


La guerra y la economía norteamericana


Bush es un petrolero, al igual que su vicepresidente Cheney; su gabinete está repleto de figuras provenientes de la industria petrolera, que financió su campaña electoral. Es natural, por lo tanto, que en su campaña contra Irak los intereses de las grandes petroleras estén en el primer plano.


Desde que llegó a la presidencia, Bush siguió la política de “diver sificar” las fuentes de aprovisionamiento petrolero. Su objetivo, según las palabras de un senador oficialista, es “salir de la dependencia de los ‘estados criminales’ como Arabia Saudita e Irak” (Financial Times, 13/9) y reducir la capacidad de la Opep (el cartel que agrupa a los productores) para manipular los precios del crudo. En esta dirección, autorizó la explotación petrolera en Alaska, respaldó los esfuerzos de Putin por expandir la producción petrolera rusa y estableció un protectorado sobre Afganistán para garantizar el trazado de los oleoductos que lleven el crudo de Asia Central hacia Oriente y Occidente. La invasión a Irak está en el cuadro de esta política.


Irak tiene las segundas reservas mundiales de petróleo; su capacidad productiva es de 5 millones de barriles diarios (aunque hoy extrae menos de un millón). Un gobierno pro-norteamericano en Bagdad, con el concurso de masivas inversiones norteamericanas para reabrir pozos y reconstruir su infraestructura, podría “inundar” de crudo el mercado mundial en un plazo de 3 a 5 años. Entonces, los precios caerían por debajo de los 15 dólares por barril e, incluso, por debajo de los 10 dólares (hoy están en alrededor de 30 dólares).


Semejante rebaja de los precios dejaría fuera del mercado a la inmensa mayoría de los actuales productores, por ejemplo a la española Repsol-YPF, o a la brasileña Petrobras, cuyos costos de producción son sustancialmente mayores a los del Golfo o Rusia; entonces, sus despojos podrían ser presa fácil de los pulpos norteamericanos. Significaría, también, el fin de la Opep, que perdería su capacidad para fijar los precios internacionales. Incluso Arabia Saudita sería golpeada duramente, porque sus ingresos petroleros se reducirían sustancialmente (lo que forzaría a la monarquía a “abrir” la explotación de sus yacimientos a las compañías privadas).


En resumen, “el cambio de régimen que Bush tiene en mente para Irak puede reescribir todas las reglas del juego petrolero mundial” (The Economist, 12/9). Los grandes beneficiarios serán los pulpos petroleros norteamericanos (que se apoderarán de los pozos iraquíes) y, también, el gran capital norteamericano, que verá reducir el costo de la energía.


 


Contradicciones


Estos grandes planes, que muestran que lo que se ventila en la guerra contra Irak es la búsqueda de salidas a la crisis mundial, por ahora no salen del papel. Peor aun, enfrentan contradicciones explosivas.


El estallido de la guerra llevará en forma inmediata a un aumento del precio del petróleo que algunos sitúan en 50 dólares por barril (un aumento del 65%), o aun más arriba si Irak decidiera atacar los pozos de Kuwait y Arabia Saudita o su infraestructura petrolera. Pero a diferencia de lo ocurrido en 1991, Estados Unidos no puede contar con la monarquía saudita para aumentar la producción y “estabilizar” los precios mundiales. “Los sauditas no aceptan la manera en que Bush está manejando la cuestión de Irak. El régimen saudita también enfrenta una gran cólera de la ‘calle’ por su intimidad con el gobierno norteamericano. Agréguese a esto el precario dominio del poder de la monarquía saudita, y la familia dominante podría encontrar políticamente imposible aumentar la producción para ayudar a los norteamericanos. El resultado sería el caos en los mercados mundiales…” (The Economist, 12/9).


Un aumento de los precios del petróleo de tal magnitud arrastraría a la economía norteamericana – golpeada por las quiebras y el derrumbe de la bolsa – y a la economía mundial a una recesión; los bancos, que acumulan enormes quebrantos por la pinchadura de la burbuja de Internet, las quiebras de las telecomunicaciones y la caída bursátil, podrían no salir indemnes de este nuevo golpe. La guerra del ’91, sin alcanzar semejantes niveles de precios, llevó a Estados Unidos a la recesión que le costó la reelección a Bush padre.


Pero, además de la recesión, la economía norteamericana deberá cargar con el enorme costo de la guerra, cuyas estimaciones alcanzan a 200.000 millones de dólares, el equivalente al 2,5% del PBI norteamericano. En 1991, los árabes, Europa y Japón corrieron con el 80% de los gastos de la guerra; esta vez no sucederá lo mismo.


La recesión, las quiebras y la carga fiscal llevan a muchos a advertir que, antes de darle la salida que Bush imagina “en el papel”, “la guerra hundirá a la economía norteamericana” (The New York Times, 30/7).