Las elecciones norteamericanas

Bushakis y el viejo topo de Marx

“El ganador, por lejos, de la campaña parece ser el cinismo” —así caracteriza el Washington Post a la campaña presidencial en EEUU. “Ambos candidatos—constata el diario— dicen estar a favor de mejorar la educación, la salud y la vivienda y hacer más eficiente al ejército, pero la pregunta es ¿cómo cuernos harán para pagar todas esas cosas? Cuando se les pregunta, los candidatos cambian de tema. Tienen un temor mortal de hablar de Impuestos… Pero los hechos son implacables. Entre 1980 y 1988 el rubro que más rápidamente creció dentro del presupuesto norteamericano, por lejos, fue el pago de los Intereses de la deuda pública. En 1980 era de 52 mil millones de dólares. En 1988 pasó a ser de 151 mil millones. En 1980 el 21% del ingreso del Impuesto a las ganancias se destinaba al pago de los intereses de la deuda. Este año se destinó el 37%… Y el porcentaje seguirá creciendo hasta que no se hagan serios esfuerzos por bajar el déficit fiscal que supera los 150 mil millones de dólares al año” (30/9/88)

Este carácter distraccionista de la campaña presidencial fue remarcado por otros comentaristas: “Las propuestas de los candidatos no contienen ninguna de las dolorosas medidas que numerosos economistas consideran que el próximo presidente deberá adoptar para sanear la economía y minimizarlos riesgos de una crisis financiera… la mejor solución para el presidente del Banco de la Reserva Federal (Banco Central) de Boston es quitar dinero a los consumidores, y cortar el déficit restringiendo el gasto público y aumentando los impuestos… la nación enfrenta un periodo en el que el nivel de vida crecerá lentamente o declinará. En cambio, ambos candidatos sugieren que sus políticas permitirán al pueblo norteamericano gozar de una creciente prosperidad. Ambos están tratando de evitar darnos la mala noticia de que es necesario apretarnos el cinturón (Washington Post, 21/ 10).

Según el enviado de Clarín “la clase política cree que gane quien ganase, tendrá que hacer exactamente lo opuesto de lo que prometió: reducir gastos, achicar el consumo y aumentar los impuestos” (2l/I0)

La incoherencia entre el discurso de los candidatos y los problemas planteados va todavía más lejos. “Los candidatos están ignorando un mundo cambiante… Desafortunadamente, ni Bush ni Dukakis encaran las alternativas de la futura política exterior norteamericana en forma detallada” (Washington Post, 26/10). “La próxima administración bien puede ser la primera en mucho tiempo que se asome al tablero mundial sin una estrategia y ni siquiera un “corpus” ideológico para afrontar a sus aliados, adversarios y enemigos” (Clarín, 31/10)

Una “democracia” minoritaria

Una campaña con semejantes contradicciones no ha logrado, naturalmente, arrancar al electorado de la apatía. “Una encuesta reciente mostró que un 60% de los electores se encuentra insatisfecho con los dos candidatos más allá de sus intenciones de voto” (Clarín, 23/10). Es previsible que la concurrencia a las urnas no alcance siquiera al 50% del total de potenciales electores, una cifra que viene descendiendo elección tras elección.

En EEUU para hacer uso del derecho al voto es necesario inscribirse previamente en los registros electorales. Naturalmente “el 50% de los abstencionistas tienden a ubicarse en los sectores de ingresos más bajos” (Clarín, 20/10). “En las elecciones presidenciales de 1984 concurrió a las urnas el 38% que ganan menos de 5000 dólares anuales contra un 76% de quienes superan los 50 mil; un 43% de quienes no superan un título secundario contra un 79% de los graduados universitarios y un 55% de los desocupados contra un 70% de los que tienen trabajo” (idem, 23/ 10). Esta tendencia al monopolio del voto por parte de los ricos está conscientemente impulsada por el Estado. “La actitud del gobierno federal hacia los centros de registros de electores roza lisa y llanamente el obstruccionismo. Cambiados de dirección, a menudo mal atendidos, peor publicitarios, sufren asimismo de una variedad de obstáculos burocráticos… No se trata de que el gobierno sea pasivo… un intento de 1983 de ‘alcanzar a los pobres donde están los pobres’ —organizando oficinas de registro en centros de la asistencia social, el cuidado de niños, de la distribución de cupones de comida y de oficina de desempleo—chocó con la obstrucción de numerosas legislaturas locales y finalmente con un feroz ataque de la administración Reagan, en 1984, contra el uso de empleados estatales en el intento de Incorporar a los desposeídos a la ciudadela democrática (ídem).

La “gran democracia del Norte” ha retornado así al sistema de “voto censatario”, al voto como un derecho exclusivo de las clases poseedoras, de los sectores “pudientes” de la sociedad. El “modelo” de nuestros democratizantes locales corresponde a la época previa al sufragio universal. Se pretende reservar “los temas de la gran política para los “have” (para los que poseen) y no para los “have not” (los que no poseen nada)” (Idem)

Jesse Jackson

Durante las elecciones primarias, en las cuales se escogen los candidatos a presidente de los dos grandes partidos imperialistas, pareció durante unos meses que el cuadro de participación restringido podía mudar. La campaña del reverendo negro Jesse Jackson obtuvo más de 7 millones de votos, provenientes mayoritariamente de los negros y blancos pobres que habitualmente se abstienen en las elecciones.

Quien fuera colaborador de Martin Luther King durante las campañas por los derechos civiles en la década del 60, encabezó a los que están insatisfechos con la obtención de los meros derechos formales. “Jackson se presentó como el candidato de los pobres, y formó la ‘coalición del arco iris’ denominación que subraya su enfoque multirracial… (y) que se materializó con el voto de cientos de miles de obreros industriales en crisis en favor de Jackson. Un ‘partido de los pobres’ asomaba al espectro político… Jackson montó una agresiva campaña de inscripción de pobres en los padrones electorales… describió a las multinacionales como piratas que privan de su trabajo a los obreros norteamericanos, mudan sus operaciones a países con mano de obra barata y perjudican de este modo a los trabajadores de uno y otro país” (Clarín, 30/10). Después de tan exitosa campaña “se pensaba en un principio que (Dukakis) podía ofrecer la vicepresidencia a Jackson” (Idem). Dukakis no solo no lo hizo, sino que nominó como vicepresidente a un senador del ala más derechista del Partido Demócrata, opuesto por el vértice a toda la campaña de Jackson.

Con esta opción, el Partido Demócrata estrechaba indudablemente sus posibilidades electorales, pero si designaba a Jackson “corría el riesgo de un Imprevisible giro a la Izquierda de la política norteamericana” (Clarín, 20/ 10). Los políticos del Partido Demócrata contaban también con que Jackson no rompería formando un “Tercer partido”, aunque eso fue loque reclamaron muchos de sus seguidores “que rompieron con Jesse Jackson y el millón de afiliados (que) representan a vastos sectores desilusionados con el Partido Demócrata, por la forma en que los demócratas trataron a Jackson” (idem 30/10).

A pesar de toda su demagogia, los políticos negros democratizantes se negaron rotundamente a romper con el sistema bipartidario, porque ello podía abrir la brecha para la irrupción de un movimiento potencialmente revolucionario. Esta capitulación demuestra, a su manera, que también en Estados Unidos están presentes poderosas tendencias de lucha y de explosión social y política.

La “derrota” de Dukakis

Un periodista del Washington Post ha pretendido explicar lo que se considera una previsible derrota de Dukakis por otro tipo de factores. Según él “hay una cuestión que ninguna campaña electoral puede superar: en los Estados Unidos hay paz y prosperidad” (Washington Post, 22/10). Esto sería suficiente para dar por descontada la victoria oficialista. –

¿A qué “paz” y a qué “prosperidad” se refiere?

Cuando Reagan asumió la presidencia en 1981 Estados Unidos tenía una inflación de dos dígitos (anuales) y se encontraba en medio de una brutal crisis industrial. La recesión había afectado simultáneamente a todas las naciones desarrolladas por segunda vez en seis años. La política de Cárter para revertir la tendencia había fracasado miserablemente. El capitalismo estaba sentado sobre un volcán, que requería un enérgico viraje en todos los órdenes. Enseguida estalló la llamada “crisis de la deuda” (Méjico, 1982) que hizo temer una bancarrota financiera generalizada. La recesión iba a convertirse en depresión y en ruina generalizada.

En el plano político, después de la derrota de Vietnam en 1975, Estados Unidos había visto caer dos regímenes fieles, el de Somoza en Nicaragua (1979) y el del Sha de Irán (1980). Existía un verdadero “estado de emergencia”, que llevó a la burguesía mundial a jugarse por entero a la drástica política de reactivación armamentista planteada por Reagan, a un ataque feroz a las conquistas sociales y al salario, y al impulso de una política crediticia sin límites que permitiera sacar de la bancarrota a numerosos capitales y hasta naciones enteras.

¿Prosperidad?

La “prosperidad” armamentista de Reagan ha sido repartida en forma muy desigual. Durante el gobierno de Reagan “se perdieron un millón de empleos de la clase obrera industrial. El 10% más pobre de la población vio achicar sus ingresos, mientras que el 5% más rico creció un 37,3% y el 1% del tope aumentó un 74%… se estrechó la clase media mientras que creció la cantidad de ricos y también la cantidad de pobres… cayeron los ingresos de los jóvenes y de los que no superan el titulo secundario… se redujo el porcentaje de personas que pueden comprarse una casa” (Clarín, 22/10). “Los salarios reales bajaron 2% desde 1980 y un 10% desde el pico de 1972. La prosperidad de la familia tipo creció solo porque un segundo miembro trabaja en forma permanente” (The New York Times, 18/10). “El salario mínimo nacional languidece desde hace siete años en 3,35 dólares la hora que en valores reales significa una caída del 25% desde 1980 y un 35% respecto a 1976/78… solo trabajando 52 horas por semana todo el año alcanza para llegar a la linea oficial de pobreza… en 1987 un 7,9% de los trabajadores por hora cobraban el salario mínimo” (Time, 1/8/ 88). “La situación de los pobres rurales empeora en proporción alarmante. La pobreza en el campo ahora excede a la de las grandes ciudades… Los pobres del campo alcanzan 9,7 mitones y constituyen el 18,16 %o de 4a población rural… la mortalidad Infantil en los 320 distritos rurales más pobres alcanza un escalofriante 45%… hay pocos caminos para escapar de la pobreza rural…en los trabajos rurales se paga habitualmente el salario mínimo” (Newsweek, 8/8/88). Esta es la cara real de la “prosperidad” reaganiana, dirigida al salvataje de un capital en bancarrota.

El asunto es que estos métodos han llegado a su límite, no sirviendo más como estímulo a la producción ni como muletas del sistema en quiebra.

Aquella “prosperidad” fue el resultado de un gigantesco crecimiento de los gastos armamentistas del 30%, impresionante en tiempos de “paz”, lo cual llevó el presupuesto de defensa del 5,3% en 1980 al 6,6% del producto bruto, equivalente a más de 2 billones de dólares (más de 30 veces el producto bruto de Argentina). En la medida en que Reagan disminuyó al mismo tiempo los impuestos a las corporaciones produjo un gigantesco déficit público y un endeudamiento sin precedentes del Estado.

“Más de un billón de dólares han sido sumados a la deuda pública en los últimos ocho años; la deuda que previamente había llevado más de 200 años alcanzar fue más que duplicada” (Washington Post, 29/8/ 88). El financiamiento de ese déficit permitió que una masa impresionante de capitales “ociosos” (ficticios) se colocasen en bonos del Tesoro norteamericano, lo que suavizó la caída de la tasa de ganancia, pero a costa de impresionantes contradicciones aún más graves para el futuro. “The New York Times” caracteriza que si bien “Reagan había mejorado la calidad de las fuerzas militares norteamericanas a un costo de unos 2 billones de dólares, había construido una fortaleza sobre la arena: la economía fue minada por los déficit de Reagan; la incoherencia y el despilfarro de sus programas de defensa han erosionado el consenso nacional alrededor de los gastos militares sustanciales” (25/10). The Economist, por su parte, plantea que “Reagan elevó a EEUU en parte porque la ubicó sobre una montaña de deudas. Más temprano a más tarde, las montañas tienen avalanchas” (10/9/88). La “locomotora” yanqui, parasitariamente financiada impulsó también un descomunal incremento de las importaciones norteamericanas en beneficio de la alicaída economía mundial, lo cual “alivió” en parte a los bancos acreedores que pudieron cobrar los intereses devengados por la gigantesca deuda externa de las naciones atrasadas. Mientras que en el período que va de 1975 a 1980, los EEUU participaban con un 12-14% de las importaciones mundiales, durante el reaganato ese porcentaje subió hasta el 22-23% durante 1986-8. El déficit comercial yanqui alcanzó los 170 mil millones de dólares el año pasado y se calcula que este año “bajará” a 140 mil millones (Le Monde, 18/8/88).

Como resultado de su déficit fiscal y comercial, los Estados Unidos perdieron la posición de acreedor neto que ostentaban desde el fin de la primera guerra mundial. “El endeudamiento externo nacional neto es de aproximadamente medio billón de dólares, esto es que EEUU debe a sus acreedores aproximadamente 500 mil millones de dólares más de lo que los deudores le deben a los Estados Unidos” (Washington Post, 21/10/88).

La “solución” reaganiana no hizo más que contener el estallido de la crisis a cambio de potenciar enormemente sus alcances. El armamentismo ha servido para postergar su agonía y hacer más agudos los estertores próximos. Los síntomas ya se notan por doquier. Pese al incremento de las ganadas financieras de las corporaciones, las inversiones caen. El endeudamiento interno en los Estados Unidos entre las corporaciones y de los consumidores alcanza a 9 billones de dólares. La masa de la banca pequeña y mediana está virtualmente en bancarrota y lo mismo ocurre con una parte de la gran banca. El gobierno ha debido salir a efectuar costosos salvatajes de éstos, que estaban a punto de quebrar. Los países endeudados, pese a la fenomenal sangría que sufrieron en los últimos seis años han visto incrementar sus deudas y su capacidad de afrontar los intereses es menor que antes.

Según The Economist el déficit norteamericano provocará mayores tasas de interés y una devaluación creciente del dólar. El significado de este derrumbe financiero, fue ejemplificado por el crash de octubre pasado de las Bolsas de todo el mundo (10/9/88). La referencia al crash de octubre del año pasado no es gratuita. En ese momento la recesión pudo ser “momentáneamente evitada por la inyección masiva de liquidez en la economía” (Le Monde, 18/8/88). Se calcula que la Reserva Federal lanzó más de 20 mil millones de dólares para “calmar” los mercados. La mayor parte de los comentaristas se han alegrado por el hecho de que el derrumbe de la Bolsa no provocó una crisis industrial. Una minoría opina lo contrario, porque dice que no sirvió para “depurar” los mercados, lo cual conducirá a una serie de “crashs” de envergadura aun mayor, hasta que la situación se estabilice hada abajo. De todos modos, dice Le Monde: “después de la elección presidencial la fiesta deberá terminar… es el fin de la euforia… será necesario poner un freno al crecimiento norteamericano. Terminó la dulce vía del crédito” (ídem).

Bush pretende tranquilizar a los mercados anunciando una mayor dosis de reaganismo: más desgravaciones impositivas para el capital y la ganancia de los títulos y acciones, de manera de poder competir con la especulación que se realiza en las Bolsas extranjeras y poder seguir mandando el déficit norteamericano con más deudas.

“The New York Times” hace notar que Reagan agigantó el gasto de defensa “sin crear los impuestos para pagar por ellos” (25/10). Pero no aclara que si hubiera creado esos impuestos no hubiera habido “sexenio de prosperidad”. Lo que mantuvo en pie a la economía capitalista fue la alta tasa de beneficio de las corporaciones de armamentos y de los bancos que renegociaban las deudas externas. Los que sugieren ahora una política de “austeridad” no dicen qué va a pasar con la masa gigantesca de capital que dejará de encontrar aplicación en las inversiones financieras, que superan en 30 veces a las transacciones comerciales, ni tampoco dicen qué pasará con las masas laboriosas que serán lanzadas al desempleo masivo. Japón, que algunos pretenden ver como nuevo “modelo”, concentra masas gigantescas de ese capital ficticio, cuyo hundimiento se ha evitado mediante la especulación inmobiliaria a niveles inauditos (basta pensar que la embajada argentina en Tokio se piensa vender en 500 millones de dólares). En realidad Japón es la nación más vulnerable de todas, precisamente porque se ha transformado en acreedora colosal de deudores fallidos.

¿Paz?

Esta “prosperidad” reaganiana procuró apoyarse en una política de agresiones contra los pueblos, que justificará el armamentismo y que ampliará la “seguridad” del capital por medio de grandes derrotas de las masas. Pero durante la era Reagan el imperialismo no logró imponer ninguna derrota significativa ni al proletariado ni a los pueblos oprimidos del mundo. La invasión del Líbano de 1982 fracasó. Los contras fueron militarmente derrotados al igual que el ejército sudafricano en Angola. Reagan se vio obligado a operar durante todo su mandato con una ausencia de consenso, incluso del Pentágono, para cualquier aventura bélica exterior que involucrara tropas yanquis.

Tampoco los programas militares de Reagan tuvieron mejor suerte. Los gastos de defensa fueron denunciados por el despilfarro y la ineficiencia en términos militares, lo cual sirve para poner en evidencia su función “económica”. “La semana pasada la Sundstrand Corporation imploró clemencia por cargos de corrupción y acordó devolver 127 millones de dólares”, denuncia The New York Times (25/10). Recientemente, la renuncia del general Abrams, responsable del proyecto de “guerra de las galaxias”, fue caracterizado como “la más grande desescalada en la historia moderna del armamento”, (The New York Times, 27/10).

Sobre un volcán

En contraste con la atonía de la campaña electoral, el imperialismo yanqui se encuentra sobre un volcán. En el mejor de los casos el próximo presidente será ungido con el 25% del cuerpo electoral. La fugaz experiencia de Jack- son demostró la potencialidad del descontento popular. En la medida en que el próximo presidente deberá enfrentar rápidamente a la base social del país, es indudable que se acentuará la tendencia a la disgregación del régimen político. Este es el cuadro del próximo presidente Bushakis.

La revolución es un viejo topo, decía Marx. El subsuelo social y político norteamericano es también propicio para sus andanzas. Esta es la cuestión.