Las elecciones legislativas del domingo pasado, en Francia, representan un estancamiento previsible, luego del desplazamiento de fuerzas que registraron las presidenciales del mes pasado. La expresión más clara de ese estancamiento ha sido la abstención del 43%, la más alta, por lejos, de los últimos cuarenta años. La derrota de Sarkozy no se ha traducido en una izquierdización mayor del escenario político; el nuevo presidente, François Hollande, simplemente ha logrado marcar el paso en el mismo lugar, pero es difícil que logre una mayoría parlamentaria propia; o sea que necesitará los votos de los ecologistas y del Frente de Izquierda -en realidad del partido Comunista. La derecha, que ha abandonado la etiqueta 'feroz' del Frente Nacional por la chabacana Unión Azul Marina, se jacta de un salto enorme respecto de las legislativas últimas -del 4 al 14%-, pero como tendencia nacional ya había superado este último porcentaje en dos oportunidades anteriores.
El ‘siryzazo', esto en alusión a la coalición Siryza, que podría ganar las elecciones del domingo que viene en Grecia, no se hizo presente en la cita. Mélénchon, del partido de Izquierda, ex candidato a presidente por el Frente de Izquierda, fracasó en su intento de desafiar a Marine Le Pen en una circunscripción obrera del norte de Francia, pues no consiguió ni el piso del 12% que se exige para participar en una segunda vuelta, que quedó para el candidato del partido Socialista. La 'extrema izquierda' (NPA, LO) no alteró su mínima peformance de hace un mes.
La mediocridad de la movilización electoral podría verse como una advertencia para el nuevo presidente Hollande, pero tampoco deja de ser un resultado conveniente para él. La falta de expectativa popular en su mandato es una muestra de la cautela con que los franceses encaran la nueva etapa, que tiene la mirada puesta en un retiro de Grecia de la zona euro y, de producirse, en la necesidad de una operación de rescate de la banca francesa, en especial del Crédit Agricole, con varias decenas de miles de millones de euros enterrados en su sucursal griega. Hollande, antes que entusiasmo por su gobierno, desearía que la calma chicha dure el mayor tiempo posible, porque la pasión, en Francia, no será de buen augurio para su gestión. "Los socialistas, comenta Le Monde, no están disconformes, pero evitan cantar victoria".
No serán los cantos ni los gritos los que habrán de escasear en Francia.