Casi la mitad de la población mundial vive con menos de 7 dólares por día

La miseria del capitalismo.

Las cifras del hambre y la pobreza en el mundo han alcanzado niveles alarmantes.

Las cifras del hambre y la pobreza en el mundo han alcanzado niveles alarmantes. Casi la mitad de la población mundial vive con menos de 7 dólares por día. En 2022, según la ONU, entre 691 y 783 millones de personas carecieron de alimentos suficientes para atender sus necesidades –se trata de un incremento de 122 millones de personas en relación a 2019. “2.400 millones se levantan cada día sin saber si esa jornada tendrán algo que llevarse a la boca”, señala un artículo de El País (9/11).

Las estadísticas sobre este problema, que diversos organismos muestran desde los más variados ángulos, dan cuenta de una crisis humanitaria de dimensiones catastróficas y reflejan la inviabilidad del orden social capitalista, que no puede garantizarle ni lo más elemental a los explotados. Si bien la pobreza extrema disminuyó en países de ingresos medios, en los países más pobres (y en los afectados por la fragilidad, el conflicto o la violencia) continúa siendo más alta que antes de la irrupción del Covid-19.

“Casi toda la reducción registrada de la pobreza mundial (cualquiera que sea el nivel utilizado) en los últimos 30 años se debe a que China ha sacado a alrededor de 900 millones de chinos de esos niveles. Si se excluye China, la pobreza mundial apenas ha disminuido ni en proporción ni de forma absoluta. De hecho, incluso incluyendo a China, todavía hay 3.650 millones de personas en el planeta por debajo de la línea de pobreza de 6,85 dólares por día, según el Banco Mundial” (Michael Roberts en Sin Permiso, 12/10).

Por otro lado, debido al crecimiento de la población mundial, el número total de individuos que están sumidos en la pobreza sigue siendo mayor en comparación con el periodo prepandémico. Algunos analistas han dicho que casi 600 millones de personas estarían crónicamente desnutridas en 2030. Esto, en un cuadro en el que más de 3.900 millones (el 42% de la población mundial) no pueden permitirse una dieta saludable.

“Se estima que en 2022, en todo el mundo, 148 millones de niños menores de cinco años (22,3%) sufrieron retraso en su crecimiento, 45 millones (6,8%) padecieron emaciación y 37 millones (5,6%) tuvieron sobrepeso” (Michael Roberts en Sin Permiso, ídem). Es un escenario lúgubre. En 2022, más de dos mil millones de personas se enfrentaron a lo que se conoce como “inseguridad alimentaria”. La mayoría de ellas vive en Asia, África y América Latina.

A la par de este proceso de degradación de las condiciones de existencia de millones de trabajadores, la desigualdad entre ricos y pobres ha crecido. De acuerdo al último informe de Credit Suisse, en 2022, el 1% de los adultos poseía el 44,5% de toda la riqueza del mundo, mientras que el 52,5% tenía una riqueza neta de solo el 1,2%. Según la ONU, para el año 2023, el 10% más pobre de la población mundial no recuperará el ingreso per cápita real que percibía antes de la pandemia.

En Estados Unidos, por ejemplo, los índices de desigualdad vienen tendiendo al alza desde principios de la década del 2000. Que esto ocurra en la principal potencia capitalista es una expresión de la bancarrota en la que se encuentran las bases de sustentación del régimen social vigente. En el Reino Unido se viene desarrollando un proceso similar; según The Resolution Foundation, “los ingresos típicos de los hogares en edad de trabajar están a punto de ser un 4% más bajos en 2024-25 que en 2019-20. Nunca en la memoria las familias se han empobrecido tanto”.

Asimismo, el 90% de los países involucionaron en sus índices de desarrollo humano (el cual contempla la longevidad, el acceso a la educación y los ingresos). El desarrollo humano retrocedió a los niveles de 2016. Fue la primera vez en tres décadas que disminuyó durante dos años consecutivos (El País, 8/9/2022). En este contexto, la pobreza afecta mayormente a todas las áreas rurales del mundo, en las que vive el 84% de los pobres del mundo.

Todo esto pone en evidencia la enorme vigencia de los planteos de Carlos Marx. Su ley de la miseria creciente plantea que “la acumulación de la riqueza en un polo es, en consecuencia, al mismo tiempo de acumulación de miseria, sufrimiento en el trabajo, esclavitud, ignorancia, brutalidad, degradación mental en el polo opuesto, es decir, en el lado de la clase que produce su producto en la forma de capital”.

Él ha sabido ver como nadie que la riqueza material de la clase dominante está relacionada al tamaño del producto excedente que extrae en el proceso productivo; cuanto más grande es este, más bajo es el nivel de vida de la clase obrera y de los explotados en general. Son las consecuencias propias de un régimen de acumulación privada de capital. El nivel de vida de las masas ha declinado en términos absolutos y también lo hace en términos relativos –en tanto la riqueza producida por la sociedad aumenta como producto del incremento de la productividad del trabajo pero no es apropiada por la humanidad en su conjunto sino por una minoría social.

Crisis

Lo que está en la base de esta pauperización generalizada es la crisis capitalista en curso, que solo se puede comparar con la gran depresión de 1929. La tendencia de los gobiernos del mundo a descargar la crisis del capital sobre las espaldas de los trabajadores domina el panorama político mundial. La inflación, la implementación de reformas estructurales reaccionarias, los ajustes fiscales para cumplir con los pagos de deuda externa (la cual es un factor de descalabro económico internacional, sobre todo en los países más pobres) y la guerra en Europa –y ahora en Medio Oriente– son resultados explosivos de esa crisis.

Las salidas a esta situación barajadas por las burguesías implican ir hacia un agravamiento de la explotación y miseria de las masas trabajadoras. Se viene una etapa de profundización de las contradicciones sociales y económicas: quiebras, despidos, más desempleo, más ajuste contra los salarios y los presupuestos de educación y salud, etc. El mundo capitalista asiste a una polarización social mucho mayor.

Para terminar con el hambre y la pobreza hay que terminar con el régimen social que les da lugar. Luchar por el socialismo es imperioso.

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