Chechenia desnuda la inviabilidad de una Rusia capitalista

Ha pasado más de un mes, y el acuerdo firmado por el negociador ruso Alexander Lebed y los co­mandantes chechenos, para poner fin a la guerra desatada hace 20 meses todavía está en el limbo.


No fue ratificado por el gobierno ruso y varias de sus más prominentes figuras -entre ellas el primer ministro Chemomyrdin y el jefe del gabine­te presidencial, el llamado ‘regente’ Anatoly Chu­bais- lo criticaron porque no garantiza la “integri­dad territorial de Rusia”.


Aunque los combates no se han reanudado, un pretexto trivial le ha servido al gobierno ruso para suspender el retiro de sus tropas de Chechenia. Lebed tuvo que viajar apresuradamente al Cáucaso para asegurarle a los comandantes chechenos que se cumpliría lo pactado… aunque no está en condiciones de garantizarlo.


Humillación


El acuerdo establece el retiro de las tropas rusas de Chechenia y el nombramiento de una “comisión mixta” que ejercerá las funciones de gobierno provisional, y prevé un referéndum dentro de cinco años para definir el “status político final” de Chechenia -si será una república independiente o se mantendrá, de alguna manera, dentro de la Federación Rusa. Como en los hechos deja en manos de los independentistas chechenos el control del territorio, fue caracterizada como una “capitulación”, por una “grotesca alianza” (Financial Times, 3/9) de ‘liberales reformistas’ -como Chubais y Chemomyrdin-, ‘nacionalis­tas’ -como Zhyrinovsky-y ‘comunistas’.


El acuerdo fue precipitado por la catastrófica derrota sufrida por el ejército ruso a principios de agosto. En apenas tres días de combate, 2.000 milicianos chechenos expulsaron de Grozny, la capital chechena, a una fuerza rusa diez veces superior, respaldada con artillería pesada, blinda­dos y aviones de combate. Las bajas rusas sumaron más de mil y otros tres mil soldados rusos se rindieron sin combatir. Al cabo de tres días de combate “los únicos uniformes rusos que se veían en Grozny eran los de los cadáveres y los de los prisioneros” (The New York Times, 19/ 8). El “colapso ruso” en Grozny fue “devasta­dor” y “aplastante”; un editorialista norteame­ricano lo compara con la derrota sufrida por los norteamericanos en Vietnam en la famosa “ofen­siva del Tet” de 1968 (TheNew York Times, 16/8).


Dos políticas


La burocracia capitalista rusa tiene intereses ‘vitales’ en Chechenia: por allí corren los oleoduc­tos que transportarán el petróleo de los yacimien­tos del Mar Caspio a Occidente, que serán explotados con el gran capital financiero norteamericano e inglés. En consecuencia, ninguna de las fraccio­nes burocráticas está dispuesta a aceptar la inde­pendencia de Chechenia. Pero aquí terminan las coincidencias.


Chubais -representante del lobby de los gran­des banqueros que se apropiaron de los grandes yacimientos de níquel, cobre, aluminio y petróleo mediante las privatizaciones- y Chemomyrdin — representante del gran pulpo gasífero Gazpron- abogan por el control directo de Chechenia, dentro de Rusia. Para Lebed, en cambio, la desintegración y la humillación del ejército ruso en Chechenia obligan a llegar a un acuerdo con los chechenos que permita, antes que nada, retirar al ejército y reor­ganizarlo. El éxito de la reestructuración del Esta­do permitiría a Rusia un control indirecto de Che­chenia, reconociéndole a los chechenos una amplia autonomía en sus asuntos internos y una gruesa ‘comisión’ por los ‘negocios’ petroleros.


Lo que está en juego


La cuestión es que diez años de ‘reformas de mercado’, de privatizaciones y de ‘apertura’, ha producido una catástrofe social de tal magnitud, que impide a Rusia, no ya ‘asimilar’ a Chechenia, sino mantenerla unida a la propia Federación. Lo que está en juego, entonces, no es Chechenia sino la propia Rusia.


Para los bancos que se han apropiado a precios de remate los grandes yacimientos petrolíferos y de minerales (Chubais) y para los ‘barones del gas’ (Chemomyrdin), Rusia debe encontrar ‘su lugar’ en el mercado mundial como gran exportador de petróleo, gas y materias primas (cobre, níquel, aluminio). Semejante ‘salida’ condena a muerte a ramas y regiones industriales enteras, que se con­vierten en ‘sobrantes’ en el mercado mundial. Lebed, en cambio, reclama que el gas y los recursos naturales sirvan de base para la industria del país: reclama que se impongan impuestos a la exporta­ción de gas y de materias primas y a las importacio­nes que compiten con la industria rusa, su princi­pal asesor económico plantea, directamente, la re- estatización de Gazpron.


La ‘reindustrialización’ capitalista que pro­picia Lebed es inviable en el cuadro de un mercado mundial sobresaturado de mercancías y capitales, monopolizado por el capital imperialista.


En este cuadro, Chechenia no tiene ninguna posibilidad de convertirse en una nación indepen­diente, si no busca la alianza de la clase obrera rusa para derrocar a los burócratas capitalistas. La lucha de los chechenos por su independencia es progresiva porque significa un golpe a los restauracionistas rusos y pone en evidencia las insupera­bles contradicciones que ha creado la restauración capitalista en Rusia.