Internacionales

19/11/2024

China: de la crisis económica al triunfo de Trump

Escribe Pablo Heller.

Donald Trump y Xi Jinping.

La crisis capitalista mundial ha socavado seriamente la economía estadounidense. El triunfo de Trump, que nuevamente ocupará la presidencia de Estados Unidos, es un síntoma inconfundible de este fenómeno que se da en un marco de un declive histórico de la primera potencia capitalista del mundo.

Pero China no ha quedado inmune. Lejos de sacar a la economía mundial del impasse en que se encuentra, ella misma ha sido arrastrada por el torbellino de la bancarrota capitalista. La crisis estadounidense y china son expresiones contradictorias y, a la vez, complementarias de un proceso que tiene un mismo hilo conductor.

La restauración capitalista en el ex espacio soviético y en China a la que se aferró el establishment mundial como tabla salvadora y vía de salida a la crisis mundial terminó convirtiéndose en un factor de su agravamiento. La presencia más gravitante del gigante asiático en el concierto mundial ha terminado potenciado todas las contradicciones capitalistas, empezando por la sobreproducción.

Bajo el auspicio y aliento del capital internacional, China pasó a convertirse en una gran plataforma de exportación. Asistimos a un desembarco del capital extranjero, y en primer lugar norteamericano, que aprovechó la baratura de la mano de obra y de insumos disponibles para radicar sus propias filiales y desplazar producción que venían realizándose en sus metrópolis al país asiático. Esta “deslocalización” tuvo como propósito aumentar los niveles de rentabilidad de capital, procurando neutralizar la caída de la tasa de ganancia que se venía constatando en la economía mundial. Pero esto ha tenido un costo. La industrialización operada en China, en el marco de la globalización y el acople chino-norteamericano, tuvo como contrapartida una desindustrialización de las potencias capitalistas tradicionales.

La política industrial vigente en China, en la que prevalece una tendencia a una producción masiva, ha creado un ciclo recurrente de sobrecapacidad. A nivel nacional, las fábricas de sectores clave venden productos por debajo del costo con el visto bueno oficial, lo cual es facilitado por subsidios gubernamentales y financiamiento barato. El destino principal de esa producción está destinado al exterior y no al mercado interno.

Desde la década de 2010, este problema ha afectado el comercio internacional, provocando desequilibrios debido a una producción china que excede la demanda tanto interna como externa. La Comisión Europea, en diciembre de 2023, advirtió que la producción excesiva china estaba causando desequilibrios comerciales insostenibles, y la secretaria del Tesoro de Estados Unidos, Janet Yellen, también expresó inquietudes similares respecto a diversos sectores como el acero y los vehículos eléctricos. No nos debe sorprender que en ese cuadro hayamos pasado de la globalización al presente escenario de guerra comercial y choques entre los Estados, ya no solo económicos sino políticos y militares.

La producción china no solo se circunscribe a industrias básicas (indumentaria, ropa deportiva, zapatos, artículos variados para el hogar y el entretenimiento, juguetes, adornos herramientas, maquinaria y artefactos más rudimentarios) e intermedias como el acero y el aluminio, sino que ha incursionado en la última década cada vez más en la alta tecnología, convirtiéndose en un competidor en la arena mundial.

Esta situación ha creado un escenario explosivo dentro de China; muchas ciudades y empresas chinas acumulan una enorme deuda debido a la sobreinversión en sectores como los materiales básicos y las tecnologías emergentes. Como resultado, existen riesgos de insolvencia y cierre de fábricas, lo que puede generar pérdidas masivas de puestos de trabajo.

Los gobiernos locales en China han tenido un papel crucial en el desarrollo de la sobrecapacidad. Los incentivos para producir un rápido crecimiento del PIB condujeron a inversiones que, en muchos casos, trabajan a pérdida. La competencia interna, incentivada por políticas que recompensan el desempeño económico rápido, ha resultado en duplicación de inversiones y enormes niveles de deuda local.

Crisis inmobiliaria

Los límites que fue encontrando en el plano interno y externo fueron provocando un freno en el crecimiento económico. Las gigantescas tasas de crecimiento de dos dígitos han pasado a ser un recuerdo del pasado.

Las autoridades chinas apostaron a contrarrestar estos límites y mantener el “milagro económico” apelando al desarrollo del mercado inmobiliario que se transformó en la fuente de una gigantesca especulación. En su apogeo, el mercado inmobiliario suponía un tercio de la economía del país, que se fue expandiendo a partir de un creciente endeudamiento, lo cual se volvió insostenible. La burbuja inmobiliaria estalló con la normativa introducida por Pekín en 2020 que puso un freno a las cantidades de deuda que podían asumir las compañías inmobiliarias. Muchas empresas que venían surfeando esta situación por ese mecanismo o haciendo uso de los adelantos en la construcción de nuevas viviendas para terminar los viejos, al no poder seguir haciendo esa bicicleta dejaron un tendal de 20 millones de viviendas sin terminar y colgados de un pincel a sus propietarios. En la volteada, cayeron varios pesos pesados, empezando por el gigante inmobiliario Evergrande que entró en cesación de pagos cuando no estuvo en condiciones en refinanciar su deuda de 300.000 millones de dólares, la deuda corporativa más voluminosa a nivel mundial.

Esto fue el golpe de gracia del que la economía china no ha podido reponerse hasta el día de hoy. Desde enero, la inversión inmobiliaria ha disminuido en más de una 10% en comparación con el mismo periodo del año anterior, que ya estaba a la baja. El descenso de los precios inmobiliarios ha socavado la capacidad de los gobiernos locales para recaudar fondos con la venta de terrenos, una de las principales fuentes de ingresos.

Empantanamiento económico

Es difícil de reemplazar estos dos motores de la economía. La expectativa de una recuperación luego del Covid no se produjo. China este año ni siquiera alcanzaría el objetivo oficial del 5 % y hay quienes señalan que las cifras de crecimiento que proporcionan las estadísticas oficiales son dudosas y disimulan los datos reales.

La expectativa de sustituir las exportaciones (que vienen cayendo respecto a su PBI, lo que ha provocado que el superávit comercial sea apenas un 2% de su PBI) por el consumo doméstico se ha visto defraudada. Hay una reticencia de los habitantes chinos a consumir más y desprenderse de sus ahorros y prefieren conservarlos para afrontar sus gastos cuando apenas cuentan con una atención médica precaria, una educación básica y una seguridad social alejada de cubrir las necesidades básicas de subsistencia. La retracción llega a la propia clase media china más acomodada que ha progresado en estas décadas de restauración capitalista y que ha visto cómo se esfumaban el 30% de sus ahorros como resultado de la crisis inmobiliaria. Esto ha consolidado una crisis de confianza e incertidumbre sobre su presente y en especial el futuro de la población china que impacta directamente en la demanda interna.

Este panorama agrava el problema de una producción sobrante y que se expresa en las crecientes tendencias deflacionarias. A diferencia de las economías occidentales, empezando para las grandes metrópolis capitalistas, que fueron sacudidas por una inflación que llegó a los dos dígitos -la mayor en 40 años- el gigante asiático experimentó una caída de sus precios. La desaceleración económica que se viene agravando ha terminado por estremecer todo el tejido económico y no se circunscribe al sector inmobiliario. Esto ha redundado en un retroceso del sector privado que “a finales de la década del 2000 representaba cerca de dos tercios de la economía china, pero en la primera mitad del año pasado esa proporción había caído a 40%. El sector estatal y de propiedad mixta ha crecido mucho más. Si bien China tiene ahora la mayor cantidad de empresas incluidas en el ranking de corporaciones globales líderes de la revista Fortune, esas empresas son mucho menos rentables que sus competidores estadounidenses, que presentan márgenes de beneficio promedio de 11,3% en contraste con 4,4% de las chinas.” (TheEconomist: ¿Podrá China sobrepasar la economía estadounidense?, 13/7).

Esta caída de los márgenes de rentabilidad ha influido en los inversionistas locales, pero también en el capital extranjero. La inversión extranjera directa ha descendido durante 12 meses consecutivos, cayendo 28,2% solo en los primeros cinco meses de 2024. A pesar de las enormes inversiones para aumentar la producción de nuevas tecnologías, algunos de los socios comerciales de Pekín están restringiendo las importaciones chinas.

Varias empresas extranjeras que incursionaron en China para aprovechar el auge económico se están replegando. El mes pasado, la cadena de tiendas de belleza Sephora, filial del grupo francés de lujo LVMH, anunció un recorte de personal debido a las “dificultades del mercado”. IBM anunció que cierra sus dos centros de investigación y desarrollo en China.

La incertidumbre económica ha provocado que tanto los ahorristas chinos como los inversionistas extranjeros busquen refugios seguros donde invertir su dinero. Las acciones chinas rinden menos que las de casi todos los demás países importantes, incluidos Estados Unidos, Japón e India. Estamos frente a una persistente fuga de capitales.

Los fondos extranjeros se han convertido en vendedores netos de acciones chinas en 2024, lo que supondría la primera salida anual de capital desde que se dispone de datos hace una década. Las acciones de unas 180 empresas chinas han sido retiradas de un índice bursátil crítico desde principios de año, lo que ha reducido la presencia de las firmas chinas en los índices de referencia mundiales.

Los inversores se han refugiado en la seguridad del mercado de bonos chino, haciendo subir los precios y bajando los rendimientos. Pero incluso eso conlleva un riesgo potencial. Los rendimientos se desplomaron de manera tan drástica que al banco central del país le preocupa que pueda dejar a los bancos en una situación vulnerable si las tasas de interés suben en el futuro.

Esto ha ido de la mano una creciente desocupación, que en las filas de la juventud es el 17%. Las empresas que han sufrido el impacto paralizante de las medidas gubernamentales durante la pandemia y luego por la crisis inmobiliaria han rebajado salarios y reducido contrataciones. El desempleo se extiende incluso a la población con mayor calificación: los egresados universitarios tienen cada vez más dificultades en conseguir trabajo y lo que consiguen es con ingresos cada vez más devaluados.

El empantanamiento de la actividad económica ha dado lugar a que diferentes analistas hallan comenzado a interrogarse sobre si la economía china no habría alcanzado su techo, planteando que el gigante asiático tropieza con muchos problemas estructurales, como una pesada carga de deuda, una ralentización de la productividad, un bajo consumo y el envejecimiento de la población.

Esas debilidades, junto con las tensiones geopolíticas en Taiwán y el desacoplamiento por parte de Occidente, que buscaba revertir su dependencia comercial con China, explicaría el retraso a que China alcance la supremacía en términos de PBI que se consideraba inminente y llegan al extremo incluso de poner en tela de juicio la capacidad de China de conquistarla en algún momento.

El gran temor es que todos estos factores puedan hacer que la economía de China siga el camino de Japón. Después de la Segunda Guerra Mundial, Japón experimentó un milagro económico, marcado por décadas de alto crecimiento que provocaron una enorme burbuja bursátil e inmobiliaria. Algunos economistas predijeron que, en su apogeo, Japón superaría a Estados Unidos como la economía más grande del mundo. Luego, en 1992, la burbuja estalló, se perdieron fortunas y la economía cayó en picada. Desde entonces, Japón no ha logrado compensar varias décadas de crecimiento perdido.

Fracaso de la política de estímulos

La crisis actual ha reflotado los planes de estímulo de la economía por parte de Pekín. Pero el gobierno está lejos de poder reeditar la inyección de recursos que realizó con motivo de la crisis de 2008. La deuda total de China se ha ampliado hasta alcanzar más de 300% del PIB. Una gran parte se debe a los gobiernos locales se han endeudado fuera de las regulaciones oficiales a través de la llamada “banca en la sombra”. Durante años, los préstamos de los gobiernos locales para proyectos urbanísticos crearon puestos de trabajo y demanda en el sector de la construcción.

Las autoridades chinas han admitido que, a pesar de los estímulos, los gastos de consumo siguen siendo débiles. No se nos puede escapar, asimismo que el salto en los gastos militares que se ha disparado en un 60% y que ha trepado al 1,7% del PBI achica los fondos que el Estado dispone para incentivar el consumo doméstico.

“El gobierno chino ha autorizado a los gobiernos locales a emitir bonos adicionales por valor de billones de yuanes para reemplazar las deudas ‘ocultas’ más riesgosas. Estos pasivos velados generalmente pertenecen a vehículos de financiamiento de gobiernos locales (lgfv, por sus siglas en inglés)y empresas de infraestructura cuasicomerciales patrocinadas por autoridades municipales y provinciales. Las deudas de los lgfv totalizaban alrededor de 60 billones de yuanes (8,6 billones de dólares) a fines de 2022, aproximadamente una quinta parte de ellas riesgosas, según el banco Goldman Sachs. El Fondo Monetario Internacional, por su parte, ha estimado que es de 8 billones de dólares. Para refinanciar estas deudas, los gobiernos locales podrán emitir bonos por valor de hasta 10 billones de yuanes durante los próximos cinco años” (TheEconomist: El estímulo de China es insuficiente, 8/11).

Las deudas ocultas han sido una preocupación persistente para los gobernantes e inversores de China durante los últimos 15 años. Al no poder emitir bonos propios, los gobiernos locales recaudaron dinero a través de lgfv.

Los gobiernos locales podrán, ahora, partir de las nuevas disposiciones, vender más bonos (una obligación explícita) en lugar de la deuda implícita, fuera de balance, recaudada mediante lgfv. La desaceleración de China ha afectado a los ingresos fiscales y la caída del mercado inmobiliario ha socavado las ventas de tierras, una fuente importante de dinero para los gobiernos locales. La respuesta de las administraciones locales ha sido recortar los servicios públicos, rematar activos estatales y apretar a las empresas para el pago de impuestos y tasas.

Pero estas medidas no han provocado un entusiasmo. Más bien lo que prevalece es un sabor a poco. El paquete en su totalidad, que sería desembolsado y encima en forma espaciada en el tiempo, a lo sumo asciende a 1,4 billones de dólares, exiguo comparado con la magnitud de la deuda. El ahorro de intereses, a su turno, derivado de este cambio en las formas de financiamiento, representaría apenas un repunte del 0,1% del PBI previsto para China en el próximo lustro.

El gobierno ha empezado a conceder ayudas a los hogares más pobres y subsidios para los nacimientos. Ha ampliado un programa de canje similar al programa estadounidense de “dinero por chatarra”, que animaría a los consumidores a entregar sus viejos coches, heladeras, aparatos de aire acondicionado y otros electrodomésticos a cambio de otros más nuevos y ecológicos. El Ministerio de Hacienda redujo los impuestos sobre algunas transacciones inmobiliarias, ampliando a las más grandes una exención fiscal que antes estaba reservada a las unidades más pequeñas. Pero esto está muy lejos de revertir el aterrizaje económico que se viene abriendo paso en el país.

Es posible que Xi Jinping esté reservando municiones fiscales preparándose para un salto en el choque con Estados Unidos con el triunfo de Trump. Un incremento de los aranceles a los productos del país asiático, como el que ha anunciado Trump del orden del 60%, podría provocar, según algunos cálculos, un retroceso en el PBI del 2,5% de la economía china. Habrá que ver hasta qué punto está dispuesto el magnate estadounidense a llegar, pero es indudable que marchamos a una intensificación de las tensiones no sólo en el plano comercial sino también político y militar: esto augura un salto en la bancarrota capitalista, alimentando las tendencias a un fractura y dislocación mayor de la economía mundial y abrirle el paso a una depresión mundial.

Perspectivas

Pekín ha procedido también a implementar una relajación monetaria, disminuyendo los encajes bancarios para aumentar la capacidad prestable de los bancos y reducir la tasa de interés. La devaluación del yen podría ayudar a contrarrestar los efectos provocados por el aumento de los aranceles que ha anunciado el presidente estadounidense electo, pero, asimismo, potenciaría el riesgo de una fuga de capitales, que ya es preocupante, atraídos por una fortaleza del dólar. Las turbulencias chinas actúan como un factor disruptivo y agitan el fantasma de una recesión mundial.

Lo cierto es que marchamos aun escenario convulsivo, de la cual nadie saldrá indemne, tanto Estados Unidos y las principales potencias occidentales, por un lado, como China, por el otro, y no hablemos de la periferia. La bancarrota capitalista en desarrollo viene siendo un acicate de grandes crisis nacionales e internacionales que van de la mano de conmociones políticas y sociales que están devorando regímenes políticos enteros y, al mismo tiempo, es el caldo de cultivo de rebeliones populares y sublevaciones sociales que se abren paso en diferentes rincones del planeta. Se configura un escenario de guerras y revoluciones sociales.

China no escapa a esta tendencia. La curva ascendente de la crisis económica que desborda la capacidad del gobierno chino de pilotearla incrementa la inestabilidad social y política que desvela cada vez más a las autoridades. Existe el temor fundado en las filas de la élite dirigente china de que el inconformismo derivado del impasse económico en curso sea el disparador de una irrupción popular. The Economist ha publicado un artículo con un título por cierto sugerente “Una nueva lucha de clases se está gestando en China” y destaca que “a medida que la economía se tambalea, crece el resentimiento entre los grupos sociales” (reproducido por Infobae, 24/9). “Las oportunidades de conseguir buenos empleos -pone de relieve el semanario inglés-se están agotando. Muchos chinos hablan ahora de shehui guhua, o ‘estancamiento social’. Entre los menos pudientes, crece el resentimiento hacia lo que se considera una élite autorreplicante. La enemistad entre clases va en aumento” (Infobae, ídem).

Xi Jinping ha pedido mayores esfuerzos para promover la movilidad social, al tiempo que ha subrayado la necesidad de alcanzar la “prosperidad común”. Sin embargo, este discurso ha tenido poco impacto obvio en el estado de ánimo público, más allá de asustar a los empresarios y a los chinos más ricos.

El descontento e insatisfacción que anida en la población , sin lugar a dudas, pavimentan el terreno para el despertar del gigante que aún permanece dormido y que es la clase obrera china, cuya aparición en escena está llamada a marcar un giro en la lucha de clases mundial.

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