Internacionales

17/11/2025

China: ¿Qué hay detrás de las purgas militares?

El presidente chino, Xi Jinping

Recientemente acaba de producirse una purga significativa en el ejército: se expulsaron nueve generales de alto rango, incluyendo al tercero en el rango interno en las Fuerzas Armadas. Uno de los más destacados fue Miao Hua, antiguo director del departamento de trabajo político en la Comisión Militar Central (CMC), quien fue removido por “graves violaciones disciplinarias”. Pero una explicación más plausible es que Xi Jinping juega un interminable “golpea a tu rival” para preservar su control del poder.

Analistas interpretan estas purgas no solo como una lucha contra la corrupción, sino como una estrategia para asegurar la lealtad al centro, especialmente consolidando a los oficiales más cercanos a Xi y desmantelando redes que actuaban con cierta autonomía. La purga militar, por lo tanto, tiene un carácter político, apuntando a un control ideológico y a la consolidación del poder que se viene concentrando en las manos de Xi Jinping.

Aún después de más de una década de promover solo a sus leales, Xi sigue destituyendo funcionarios regularmente, incluidos altos mandos militares. Según la Oficina del Director de Inteligencia Nacional de Estados Unidos, casi cinco millones de funcionarios en todos los niveles del gobierno han sido acusados de corrupción bajo su mandato. Y eso sin contar a quienes simplemente desaparecen sin explicación.

Cada nueva purga profundiza la desconfianza entre las élites chinas y corre el riesgo de convertir a antiguos leales en enemigos. Desde Mao hasta Stalin, la historia demuestra que el gobierno unipersonal genera paranoia. A sus 72 años, Xi parece haber perdido la capacidad de distinguir aliados de adversarios. Tan inseguro está que, a diferencia incluso de Mao, se niega a designar un sucesor, temiendo que un heredero visible acelere su caída.

Obediencia y fragilidad

Nada de esto augura un futuro estable para China. Mientras tanto, su énfasis en la lealtad personal sobre la cohesión institucional debilita un sistema que antes se basaba en un liderazgo más colectivo. Con sus destituciones y juicios arbitrarios, la gobernanza china está cada vez más definida por la adulación y la ansiedad, y no por la competencia ni la coherencia.

El ejército chino paga el precio más alto por esta inseguridad. En los últimos años, el EPL (Ejército Popular de Liberación) ha emprendido reformas estructurales para transformarse en una fuerza moderna capaz de “ganar guerras informatizadas”. Pero las purgas de Xi amenazan con socavar esa modernización, interrumpiendo la planificación y el liderazgo militar. Reemplazar a comandantes experimentados con leales sin experiencia puede garantizar la supervivencia política de Xi —una táctica usada históricamente por líderes chinos—, pero no fortalece la seguridad nacional. Basta recordar cómo Stalin diezmó el liderazgo del Ejército Rojo en vísperas de la invasión nazi, con resultados desastrosos. Y vale, en la actualidad para las que las tensiones militares con Estados Unidos en el Pacifico y en especial, en torno a Taiwán.

Xi parece gobernar solo mediante el miedo. Pero el miedo no es base para la estabilidad. Un líder consumido por el temor a la deslealtad puede obtener obediencia, pero no fidelidad genuina. La obediencia no solo es un mal sustituto de la fortaleza, sino también una fuente de fragilidad, porque elimina la creatividad, la competencia y la colaboración. La gran ironía del enfoque de Xi es que cuanto más intenta consolidar su poder, más vulnerable se vuelve su régimen.

Problemas estructurales

Pese al ensalzamiento que se hace del auge del gigante asiático, China enfrenta problemas estructurales: una economía en desaceleración y con una presión deflacionaria severa: los precios al productor han caído, y hay riesgo de que la deflación se profundice. El mercado inmobiliario sigue siendo un gran lastre: sobreproducción en muchas ciudades, caída de ventas y de la inversión, y debilidad persistente en la confianza de compradores.

El consumo interno es bajo: hay llamados del gobierno para reactivar el consumo como motor de crecimiento implementando políticas para aumentar la demanda interna (subsidios, fortalecimiento del poder adquisitivo). Pero eso no ha logrado invertir las tendencias: la población es renuente a volcarse al consumo por la incertidumbre laboral y con más razón cuando viene de un sacudón en sus ahorros por la crisis inmobiliaria. Los límites al consumo se sienten en especial en las nuevas generaciones donde el desempleo juvenil supera el 20 por ciento y es creciente.

Esto hace que China siga dependiendo de las exportaciones, perspectiva por cierto frágil e incierta si tenemos presente la tendencia a la recesión y el incremento de la guerra comercial dominantes en la economía mundial.

Los esfuerzos por impulsar el consumo ocupan un lugar destacado en el nuevo plan quinquenal que va hasta el 2030. Actualmente el consumo como porcentaje del PIB de China es el 57% (incluyendo el gasto estatal en áreas como la gestión hospitalaria), frente al 73% a nivel mundial. Este año, las autoridades ya han intentado impulsar el gasto de diversas maneras, desde subvencionar el crédito al consumo hasta implementar programas de renovación que incentivan a los hogares a cambiar sus electrodomésticos viejos por nuevos. El gobierno también comenzó a otorgar a los padres 3.600 yuanes anuales por cada hijo menor de tres años. Sin embargo, para impulsar realmente el consumo, el plan quinquenal requeriría algo más ambicioso: una inyección sustancial de recursos fiscales en la red de seguridad social de China. Pero esto tropieza con el alto endeudamiento del Estado chino, casi el triple de su PBI, que limita su capacidad de intervención.

Los gobiernos locales chinos, encargados de gestionar las pensiones, ya sufren escasez de fondos. El gobierno central les ha permitido emitir bonos adicionales para refinanciar sus deudas ocultas más riesgosas, pero se muestra reacio a brindarles más ayuda.

“Dentro del ámbito de las políticas políticamente realistas, no disponen de muchas herramientas”, explica Christopher Beddor, de Gavekal Dragonomics, una consultora (The Economist).

El caso de la industria automotriz

Un caso por cierto ilustrativo y elocuente del panorama económico es el de la industria automotriz, donde la industria nacional ha tenido un crecimiento espectacular, incluso a expensas de las empresas extranjeras radicadas en el país, pero no ha podido evitar la crisis de sobreproducción, saturación de los mercados y la caída de la tasa de beneficios.

Alrededor de 130 empresas nacionales compiten actualmente por las ventas, aunque pocas fabrican automóviles en cantidades significativas. Si sus fábricas funcionaran a pleno rendimiento durante un año, podrían producir el doble de automóviles que compradores. La consecuencia del exceso de capacidad ha sido una feroz guerra de precios. El precio promedio de un automóvil ha caído un 19% en los últimos dos años. Aunque las ventas siguen creciendo (se prevé un 7% este año, hasta alrededor de 24 millones de vehículos), las ganancias de las empresas han disminuido o las pérdidas han aumentado. En los primeros cinco meses de 2025, las ganancias netas totales de la industria (incluidas las de los fabricantes de automóviles extranjeros) cayeron un 12% interanual. BYD, el mayor fabricante de automóviles de China, informó una caída del 30% en las ganancias netas en el segundo trimestre, incluso cuando los ingresos crecieron un 14%. Los proveedores también están sufriendo. Se dice que algunos han cerrado, ya que los fabricantes de automóviles retrasan los pagos hasta seis meses.

El gobierno chino ha salido a enfrentar lo que denomina la “involución", un término que describe la “hipercompetencia destructiva” entre las empresas, Sin embargo, no se vislumbra una reversión del problema: las empresas han utilizado ardides para burlar la directiva de no bajar los precios. Una visión más o menos generalizada es que hay demasiados fabricantes de automóviles, que cerca de 100 necesitan ser expulsados, e incluso si quedan 20, podrían ser demasiados. El gobierno lleva mucho tiempo intentando orquestar fusiones de grandes empresas estatales, pero eso parece no estar prosperando. Ninguna de las provincias de origen de estas empresas estaba dispuesta a quedar relegada a un segundo plano, soportando la mayor parte de la pérdida de empleos y renunciando a la actividad económica y los ingresos fiscales que generan las grandes automotrices.

En este cuadro, empresas chinas, particularmente las más sólidas, han recurrido a las exportaciones para buscar márgenes más amplios, pero ese recurso tropieza con límites a medida que crecen las restricciones comerciales impuestas en las economías occidentales a los autos chinos. El problema no se circunscribe a Estados Unidos, sino que Europa que ha decidido incrementar las barreras de los productos provenientes del país asiático.

Burguesía nacional y PCCH

Las purgas del Ejército, que por otra parte son recurrentes, hablan de la inestabilidad del régimen chino que no solo se circunscribe al ámbito militar y político, sino que se extiende al campo económico, en la relación del Partido Comunista (PCCH) con el empresariado nacional y de un modo general, con todos los actores económicos.

Es útil al respecto tener presente el cónclave que mantuvo Xi Jinping con líderes empresarios como el fundador de DeepSeek, Liang Wenfeng, y con otros a los que ha perseguido, como el fundador de Alibaba, Jack Ma, en la que el chino dejó clara cuáles son las reglas de juego: “No pueden cambiar y no lo harán”, sentencia que fue acompañada por una advertencia clara para cualquier entendedor: “Somos un país socialista y cualquier actividad ilegal de las compañías será castigada” (The Economist, 17/2). Las palabras vienen después de que Beijing lanzara una ofensiva contra el sector tecnológico en 2020 para acabar con los monopolios e implementar estrictas regulaciones de datos.

Una de las caras más visibles de esa ofensiva fue Ma, que fundó la empresa de comercio electrónico Alibaba en los años 1990 y en su día fue el hombre más rico de China. Ha mantenido un perfil bajo y ha hecho pocas apariciones públicas en los últimos años después de criticar públicamente a los reguladores y los sistemas financieros de China durante un discurso en Shanghai. Otros líderes empresariales en dicha reunión en Beijing fueron Zeng Yuqun, presidente del desarrollador de baterías CATL, Wang Chuanfu, presidente del fabricante de autos eléctricos BYD, y Pony Ma, el CEO de Tencent, propietario de WeChat.

Una medida de la relación conflictiva entre el gobierno y la burguesía china se da en el hecho de la emigración empresarial al extranjero. Es cierto que esto tuvo su pico bajo el período del Covid 0 pero ese fenómeno sigue constatándose hasta el día de hoy. Se fueron a Singapur, Dubai (Emiratos Árabes Unidos), Malta, Londres, Tokio y Nueva York, a cualquier lugar menos a China, su país de origen, donde sentían que sus activos y su seguridad personal estaban cada vez más a merced del régimen.

Durante décadas, Hong Kong desempeñó el papel de refugio seguro para los empresarios del continente gracias a su autonomía respecto a China.

Eso se desmoronó después de que Beijing introdujera una ley de seguridad nacional en el territorio en 2020, dando paso al arresto de activistas, la confiscación de bienes, la detención de directores de periódicos, la reescritura de los planes de estudio escolares y lo que muchos consideran el compromiso de la independencia judicial.

Singapur se ha convertido en un fuerte rival de Hong Kong como lugar para que los superricos de China aparquen su riqueza. Cuatro de los 10 singapurenses más ricos de la lista de multimillonarios de Forbes son inmigrantes chinos en un periodo reciente. Singapur también compite con Hong Kong como lugar para que las empresas de China continental registren entidades independientes para sus operaciones internacionales. Singapur se ha convertido también en una especie de zona tapón ante la escalada de tensiones geopolíticas entre China y Estados Unidos. Para algunos, un pasaporte de Singapur es atractivo porque mantiene buenas relaciones con ambos países.

El panorama aquí descripto echa luz y contribuye a precisar las relaciones entre el PCCH y la burguesía china.

Existen empresas privadas muy poderosas, pero están fuertemente controladas o reguladas por el Partido. El capital privado no actúa independientemente del poder político, el cual ejerce un control general a través de las políticas y supervisión global de la actividad económica y otro particular sobre las empresas a través de la presencia de comités de control integrado por miembros del PCCH.

Parte de la burguesía (especialmente grandes empresas privadas) está integrada al PCCH: muchos empresarios son miembros del Partido. Desde la perspectiva de las políticas estatales, hay una “restauración burguesa” pero peculiar, sui generis: el capitalismo se ha desarrollado (mercado, propiedad privada), pero bajo la dirección política del PCCH.        

El sistema legal laboral (ley laboral, contratos), por su parte, ha evolucionado a un sistema de explotación capitalista de tal forma que los trabajadores “aceptan” su subordinación al sistema político-económico dominante. En resumen: hay un capitalismo de Estado o capitalismo guiado, en el que la burguesía tiene poder económico, pero su autonomía está limitada por la estructura del Partido y por relaciones de dependencia política.

Potencial explosivo

A la hora de tener un panorama completo, de conjunto, de la situación del gigante asiático, no se puede perder de vista a la clase obrera china. El descontento popular probablemente crece, pero permanece oculto por la represión, al igual que cualquier desafío potencial al liderazgo de Xi, sofocado mediante purgas y procesos judiciales.

A pesar de las restricciones institucionales, las huelgas y protestas laborales han crecido en los últimos años: hubo un aumento de huelgas por salarios impagos, condiciones laborales, despidos, especialmente tras la pandemia. Las luchas obreras se han intensificado, y asoma una “nueva” organización obrera combativa. Recientemente se reportó una nueva ola de huelgas en la industria manufacturera: en solo cuatro días, se registraron 14 huelgas o protestas colectivas, muchas por sueldos impagos. La deflación, el freno a la actividad económica y la crisis inmobiliaria afectan especialmente a la población media y obrera: su poder adquisitivo y su capacidad para consumir están limitadas, lo que pone en jaque las bases de sustentación del “modelo chino”.

Las purgas militares, como las recientes, son un síntoma de las crecientes tensiones de clase que tienen como telón de fondo problemas estructurales que tienden a agudizarse. Esta sumatoria de elementos habla de un potencial explosivo que gira cada vez más en torno a Xi Jinping como árbitro y piloto de tormentas.

Si la economía no logra reactivar la demanda interna, se acentúan las tendencias a una recesión mundial y a la guerra comercial y el descontento laboral crece, puede haber choques crecientes que desafíen la capacidad del PCCH y de Xi, en especial, para pilotear la crisis. China no es inmune a la crisis mundial capitalista en curso y está llamada a ser un factor protagónico en su desarrollo en la próxima etapa.

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