Colombia, después de las elecciones regionales


Las elecciones regionales de Colombia han arrojado como resultado un triunfo político del presidente Juan Manuel Santos, cuya coalición se quedó con la mayoría de las gobernaciones en juego. Este triunfo no está exento de contradicciones, dado que su coalición (Partido de la U, Partido Liberal y Cambio Radical) se presentó dividida en numerosos distritos.


 


En contraste, el uribismo ha sufrido una derrota política. Centro Democrático, el partido del ex presidente Alvaro Uribe, ni siquiera pudo ganar en Medellín y sólo logró la victoria en un puñado de alcaldías menores. La mala performance del partido del ex presidente confirma el aislamiento de la línea de beligerancia contra el proceso de paz con las Farc.


 


Progresismo


 


Las fuerzas 'progresistas' también sufrieron una derrota, perdiendo Bogotá después de más de una década de gobierno. Los comicios de la capital colombiana fueron ganados por Enrique Peñalosa, un saltimbanqui político que contaba con el apoyo del oficialista Cambio Radical y el vicepresidente Germán Vargas Llera. En segundo lugar quedó Rafael Pardo, del partido de la U y más próximo al presidente. Bajo la consigna de “recuperar Bogotá”, Peñalosa explotó el descontento con las administraciones seudoprogresistas y desarrolló un planteo de gestión (bicisendas, construcción de una red de trenes, mejorar espacios afectados por la basura, etc.), que presumiblemente ha concitado el apoyo de una constelación de intereses capitalistas. Clara López, la candidata centroizquierdista, quedó relegada al tercer puesto. En números, el derrumbe se expresa así: “en 2007, Samuel Moreno se impuso con más de 900.000 votos; los casos de corrupción durante su mandato no impidieron que Gustavo Petro le sucediera, con 720.000 votos (…) ahora, López se quedó en 498.000 votos” (El País, 26/10). La experiencia progresista de Bogotá presenta varias similitudes con el ibarrismo en la Ciudad de Buenos Aires, tanto por el oportunismo político de sus referentes como por su derrumbe y el desenlace derechista.


 


El gobierno de Santos ha deglutido a buena parte de la centroizquierda y la izquierda, que lo votó en la segunda vuelta de las últimas elecciones presidenciales contra el candidato de Uribe. Santos es el responsable de la actual militarización colombiana y fue ministro de defensa del gobierno criminal de Uribe. Entre los que se pronunciaron en apoyo de Santos, figuran los dos grandes derrotados del progresismo en estas elecciones: Clara López, que fue la última candidata presidencial del Polo Democrático, y Gustavo Petro, el alcalde saliente de Bogotá, cuya bancada en el concejo bogotano se desplomó. Con su seguidismo a Santos, el progresismo le ha allanado a éste el acceso político al gobierno de la capital.


 


Fuera de esta cuestión medular, el progresismo y la izquierda pagan el costo político de los escándalos de corrupción con la obra pública, que culminaron con la caída del gobierno de Samuel Moreno. Lucho Garzón, primer alcalde del Polo Democrático, culminó como ministro del actual gobierno luego de un paso por el Partido Verde.


 


La desorientación estratégica que constituye el apoyo a Santos no ha sido considerada en los balances de la izquierda. La Unión Patriótica (que concurrió con una lista propia en Bogotá), ligada al PC, atribuye la derrota a la desunión de las fuerzas populares, mientras que para el Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario (Moir) de Jorge Robledo ni siquiera hay tal derrota, sino un ascenso que fundamenta a partir de una comparación completamente arbitraria de cifras.


 


Proceso de paz


 


El resultado electoral afianza el desarrollo del proceso de paz, que entró en su última fase después del apretón de manos entre Santos, Raúl Castro y 'Timochenko' en La Habana (Prensa Obrera N° 1.384). La combinación de la apertura cubana y ciertos intereses empresarios que ven una oportunidad de negocios en la pacificación del campo han empujado el proceso. El reciente atentado del ELN, una fuerza guerrillera que no participa de las negociaciones de paz, augura sin embargo una transición compleja. Por otra parte, el gobierno no ha dejado en ningún momento de reforzar el aparato militar con el auxilio del imperialismo yanqui.