Internacionales
9/3/2000|657
Con el pueblo de Chechenia
Contra Rusia y la Otan
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La guerra de Chechenia de ninguna manera ha concluido, a pesar de que la aviación rusa redujo las principales ciudades a escombros y perpetró una verdadera masacre de la población civil. La resistencia chechena se ha transformado ahora en una guerrilla que opera desde las montañas del sur del país y promete hacerle muy dura la vida al ejército de los oligarcas rusos.
Bastó, sin embargo, que el gobierno de Putin terminara de ocupar la capital de Chechenia, Grozny, para que los bancos acreedores de Rusia, agrupados en el llamado “club de Londres”, anunciaran el perdón del 30% de la deuda privada rusa, de 32 mil millones de dólares, y la reestructuración del monto restante en bonos a 30 años de plazo, con un período de gracia de siete años. Putin mismo
La gran vía saludó el acuerdo como “extremadamente positivo” y hasta dijo que sus términos eran “altamente ventajosos para Rusia”. ¿Hay algo más contundente que esto para probar de qué lado ha estado el imperialismo mundial en la guerra de Chechenia? La refinanciación es el premio que le ha dado la banca internacional a Putin por la ‘pacificación’ del Cáucaso norte.
Según un ex ministro ruso, ahora “Putin puede quedarse relativamente tranquilo respecto al presupuesto por dos períodos presidenciales, por lo menos”. Nada menos. Más contundente es aun la opinión de un diario líder de los Estados Unidos: “el acuerdo financiero dice le da al presidente en ejercicio, Putin, una importante victoria política y lo ayuda a despejar el camino para que el país pueda volver a los mercados monetarios internacionales” (The New York Times, 14/2).
Pero no solamente esto, porque luego de la refinanciación de la deuda privada, Rusia espera obtener el perdón de gran parte de la deuda oficial que se arrastra del período soviético, por un valor de 42 mil millones de dólares (Financial Times, 14/2). Claramente, el capital internacional ha votado con sus bolsillos a favor del gobierno que emprendió la liquidación de la independencia chechena. Antes de la guerra, en cambio, el “club de Londres” había actuado de otra manera, golpeado por el incumplimiento del pago de la deuda externa rusa, luego de la crisis financiera de agosto de 1998: “Prestarle más dinero a Rusia -o perdonar sus deudas- no está en el interés de los acreedores… Rusia no merece ni necesita un perdón de sus deudas” (Financial Times, 11/8/99).
Ahora, la refinanciación que se acaba de anunciar le permitirá al gobierno ruso “reconstruir su mercado de deuda doméstica”, para lo cual ya anunció que emitirá letras de Tesorería por 180 millones dólares (International Herald Tribune, 17/2).
Es claro que el costo de la refinanciación de la deuda rusa recae mucho más sobre algunas burguesías que sobre otras. Pero el hecho de que los negociadores alemanes, que son los principales acreedores de Rusia, denuncien que EE.UU. y Gran Bretaña “se muestran generosos con la plata de otros” (Financial Times, 15/2), no alterna en lo más mínimo que el acuerdo financiero con Rusia expresa la política del conjunto de las naciones imperialistas.
Los portavoces políticos
Los políticos no le han ido a la zaga a los banqueros. Apenas 24 horas después del anuncio de la refinanciación, Clinton declaró, en una conferencia de prensa, que “de acuerdo a lo que vi hasta ahora, pienso que los Estados Unidos pueden negociar con este hombre” (Putin), al cual calificó de “líder enérgico, efectivo y directo”. El diario The Washington Post concluyó de esto que “Clinton respalda a Putin” (18/2).
Por esos mismos días tuvo lugar también una reunión entre Putin y el secretario general de la Otan. El comunicado final, dice La Reppublica (17/2), “despeja las tensiones y reafirma la necesidad de una política conjunta”. En el texto se lee: “Rusia y la Otan se consideran socios estratégicos, recíprocamente”. La clave para tanto respeto la da el párrafo que le sigue: “La participación de Rusia en la gestión de la crisis de Kosovo es absolutamente un éxito… La guerra terminó con los rusos activamente comprometidos en el proceso diplomático que puso fin a la crisis” (George Robertson, jefe de la Otan, a La Reppublica, 15/2).
Esta es verdaderamente la clave, porque el gobierno restauracionista ruso jugó un papel fundamental para la Otan, al imponerle a Milosevic que ésta pudiera entrar a Kosovo sin resistencia, eliminando el tremendo peligro de tener que enfrentar en tierra al ejército yugoslavo. El gobierno y el ejército ruso han apoyado la colonización imperialista en los Balcanes y lo continúan haciendo, aun cuando la ocupación militar de Kosovo se encuentra frente a una enorme crisis y a pesar del creciente copamiento del gobierno de Montenegro, integrante de la Federación Yugoslava, por parte de la Otan y de los Estados Unidos. Para la oligarquía capitalista del Kremlin no existen salidas alternativas a la transformación de los Balcanes en un protectorado de la Otan. El apoyo del imperialismo a Rusia en Chechenia no es más que un reconocimiento al rol fundamental de Rusia eñ el mantenimiento del orden capitalista internacional.
Otra manifestación altamente instructiva del apoyo capitalista internacional a Rusia en Chechenia la brindó Strobe Talbott, viceministro de exterior yanqui, pero por sobre todo, una pieza central en la relación especial armada entre Clinton, Gore y Yeltsin en los últimos años. En una conferencia en la universidad de Oxford justificó que Putin hiciera frente a lo que Talbott llamó “la utopía anarquista” en Chechenia, afirmando que “ello era indispensable para la futura prosperidad de Rusia” (Financial Times, 22/1). Es decir que la ‘pacificación’ de Chechenia es también la prioridad del imperialismo norteamericano.
Para resumir, digamos que el ejército ruso no entró a Chechenia como el brazo armado de un Estado no capitalista sino de un gobierno que impulsa la restauración del capitalismo y que, además de defender los intereses de la oligarquía dominante, también cuenta con el apoyo económico y diplomático del imperialismo mundial.
El gran juego
Rusia justificó su agresión a Chechenia como la respuesta a una serie de atentados que las milicias chechenas habrían efectuada contra edificios obreros en Moscú y, por otro lado, como reacción a la invasión de esas milicias a la república vecina de Daghestán. Toda esta fabulación estalló por los aires cuando Serguei Stepachine, primer ministro ruso entre mayo y agosto del ‘99, relató al diario Le Monde que la decisión de atacar a Chechenia había sido tomada en marzo de ese año (26/1). La mentira (la autoría de estos atentados nunca fue establecida), sin embargo, fue usada, en especial por el partido comunista ruso, para caracterizar a la milicia chechena como una fuerza de tareas del imperialismo. Una variante de este planteo presenta al ejército ruso defendiendo la soberanía nacional de su país contra la colonización imperialista, y a la milicia chechena como una punta de lanza de los intereses petroleros y estratégicos del imperialismo. Si esto era así tendrían que explicar por qué el imperialismo siguió financiando al Estado ruso y a sus militares y por qué, luego de la ocupación de Grozny, los ha premiado con el perdón de buena parte de la deuda externa.
Ocurre que cualquiera sea la rivalidad entre Rusia, de un lado, y el imperialismo yanqui en especial, del otro, sobre el futuro del Cáucaso, los intereses de ambos pasaban primero por el aplastamiento de Chechenia. Lo dice textualmente el ex secretario de seguridad de EE.UU., Z. Brzezinski, a pesar de ser el principal lobbysta del pulpo petrolero norteamericano, Mobil, y un activo propagandista de la necesidad de someter al Cáucaso y a Asia central al control norteamericano. En un artículo en Le Monde (18/11/99) dice que “a menos que se alcance una salida rápida, el conflicto (en Chechenia) arriesga desestabilizar el Cáu caso sur”. Por las naciones del Cáucaso sur -Georgia y Azerbaidjan- debe pasar un oleoducto cuya construcción impulsan los yanquis y que sacaría a estos países y a los de Asia Central de la dependencia del transporte de energía por Rusia y los convertiría en semicolonias norteamericanas. Pero la no intervención en el Cáucaso sur es lo que, según Strobe Talbott, le aseguró Rusia a Estados Unidos (Le Monde, 25/12/99), mientras eliminaba los peligros de ‘desestabilización masacrando chechenos. La ‘pacificación3 de Chechenia ha eliminado el ‘peligro’ apuntado por Brezsinzki. El resultado no podría ser más beneficioso para los intereses norteamericanos, que ya se encuentran en una posición dominante en el Cáucaso sur. Guste o no, el ejército ruso actuó como procurador del imperialismo yanqui.
La gran vida
La repetida alusión a las rivalidades petroleras y estratégicas seguramente debe haber distraído la atención de los grandes lazos que atan a las petroleras privadas rusas con las internacionales, y a los intereses estratégicos del restauracionismo ruso con la Otan. Pero, debido precisamente a estos lazos y al interés general en restaurar el capitalismo en Rusia, se puede prever que Putin y Clinton avanzarán hacia nuevos acuerdos en el Cáucaso luego del aplastamiento del pueblo checheno.
Ahí van algunos ejemplos de ese entrelazamiento. British Petroleum-Amoco, con fuertes inversiones en el mar Caspio, acaba de recibir un “valioso campo de petróleo en Siberia”, como compensación de un prejuicio que sufrió por parte de la petrolera rusa Sidanko, que luego tuvo que quebrar (The New York Times, 29/12/99).
El pulpo petrolero ruso, Sibneft, acaba de emitir acciones en el mercado secundario internacional, bajo la forma de derechos de giro norteamericanos, como primer paso para cotizar en las principales Bolsas del mundo. Por medio de este procedimiento, el grupo caerá en manos de los bancos y fondos de inversión internacionales (ídem).
El pulpo Lukoil, el segundo más importante de Rusia, asociado a BP-Amoco en Azerbaidjan, acaba de anunciar que pretende cotizar en Wall Street (Financial Times, 24/2). El mismo diario informa que las acciones petroleras rusas han sido negociadas activamente en la Bolsa de Moscú, como consecuencia seguramente del alza del precio del petróleo, pero en todo caso para nada inhibidas por la guerra de Chechenia.
Para competir con el gasoducto que los yanquis quieren hacer pasar por Georgia, el principal monopolio gasífero del mundo, el ruso Gazprom, se ha asociado a los italianos para construir un ducto por debajo del mar Negro, que incluso podría ser apoyado por Turquía (The Washington Post, 25/1). El entrelazamiento entre el capital mundial y las empresas privatizadas rusas ha continuado sin interrupción durante la guerra. Ahora se disponen a repartirse en común los despojos de la guerra y a hacer entrar en el juego a los fondos especulativos internacionales que dominan los mercados de Bolsa.
Por otro lado, según el especialista Jacques Sapir (Dipió, 12/99), existen divergencias entre el Pentágono y el Departamento de Estado norteamericano acerca de Rusia. El primero se opone a azuzar la rivalidad de intereses en el Cáucaso sur y favorece las conexiones de conjunto con la restauración rusa, en especial con el sector industrial-militar. Los yanquis se encuentran financiando incluso los salarios de los especialistas nucleares rusos, con el objetivo de evitar que puedan ser contratados por intereses rivales.
La lucha de clases
La restauración del capitalismo en Rusia es un vasto proceso social de alcance internacional -no puede ser reducido a un complot estratégico o que beneficie a ciertos intereses. Su destino final estará determinado por el desarrollo de la lucha de clases en el plano mundial no por los juegos de guerra de los estados mayores. Esa lucha de clases estará a su vez fuertemente impulsada por las limitaciones insalvables del capitalismo mundial, en franca decadencia. El hilo conductor entre la guerra de la Otan en los Balcanes y la guerra de los restauracionistas rusos contra Chechenia, se encuentra en la necesidad de conjunto apremiante del capitalismo, de aplastar todo movimiento con posibilidades emancipadoras o que amenace destruir el endeble edificio político que ha dejado la implosión de las burocracias contrarrevolucionarias de los ex estados obreros.
En este sentido, ha revelado que el imperialismo y sus aliados se encuentran estratégicamente a la defensiva.