Internacionales
12/8/2010|1141
Con Santos es otra cosa
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La escena ya la vimos varias veces. Uribe bombardea la frontera en Ecuador, discursos enardecidos, abrazos. Uribe mete yanquis en bases colombianas, discursos enardecidos, abrazos. Yanquis voltean a Zelaya, discursos enardecidos y, en tiempo más, vendrán los abrazos.
Insultos en respuesta a agresiones, seguidos de retrocesos. Más agresiones, más insultos, más retrocesos. En el borde de la escenografía, pero en el corazón de estos recules, dos ‘mediadores’: Lula y Kirchner. Uribe ya no es tal, sino el ex presidente. Al que ejecutó las masacres de Uribe se lo llama presidente Santos o, como repitió sin gracia Chávez, “Santos-Chávez”, “SanChávez”. Pobre Macondo. Santos no es un bolivariano ideológico, admitió Chávez con inusitada mirada, pero sí es un bolivariano de alcurnia, pues organizó el encuentro en el mismo lugar que falleció Bolívar. El protocolo no obliga a tanta desmesura. Después de todo, Santos es el responsable del asesinato de 40 mil colombianos y del despojo de tierras campesinas, y aún tiene captura recomendada en Ecuador. ¿A quiénes creen que engañan?
No solamente es deplorable la escenografía. Peor es el contenido. En las peleas precedentes, el discurso de Chávez era: “intercambio humanitario”, “el conflicto tiene 60 años, tienen que resolverlo los colombianos”. El de ahora (y lo mismo en todas las otras ocasiones efusivas anteriores) es: “las FARC se tienen que desarmar y desmovilizar”; “si fuera guerrillero, dejaría las armas”; “yo, como soldado, he combatido a la guerrilla”; “quiero la estabilidad de Colombia y el éxito del nuevo gobierno”; “las armas de hoy no son los fusiles, es Twitter” (chavistas en Telesur). Chávez no ha obtenido las seguridades de que las FARC puedan desmovilizarse sin sufrir represalias. ¿Se ofrece como mediador de esa desmovilización? No lo insinuó. Kirchner aplaude lo que ocurre en el lugar mismo, Lula dignifica desde Brasilia.
Chávez le dice a Santos: “¿Tú me tienes confianza, yo te tengo confianza”? Santos asiente: fue educado en Harvard. Los Berlusconi no existen sólo en Italia.
Chávez no solamente es popular, hace gala de ello. Santos lo es todavía más, pues ganó las elecciones con siete puntos arriba, el 70% (aunque la mitad no fue a votar). Pero la popularidad quedó de lado a la hora de informar sobre los acuerdos alcanzados; silencio de radios. ¿Y las fotos con las FARC en las fronteras? ¿y las pruebas de que todo eso es mentira? ¿y las bases militares del ‘imperio’ en Colombia? Nada por aquí, nada por allá. ¿Festejarán los bolivarianos del resto del mundo? Probablemente, sí –le atribuirán a Chávez haber impedido una guerra y desbaratado las maniobras bélicas del ‘imperio’. Lástima que el guión de la reunión está calcado de un editorial del The Economist, del último 24 de julio. Incluso este semanario bicentenario de la City dice que “Uribe fue vergonzosamente reluctante para revertir (sic) la violenta contrarreforma agraria impuesta por los paramilitares y devolver sus tierras a los campesinos desplazados”. Para The Economist, claro, Uribe es un representante de los terratenientes de la provincia de Antioquia, mientas Santos tendría los amables modales del capital financiero. The Economist propone que Uribe sea nombrado embajador en Pekín, pero la ONU prefirió ponerlo a investigar, nada menos que a él, la masacre sionista contra la embarcación humanitaria Mármara.
Las cosas son, sin embargo, muy simples. Ni Venezuela ni Ecuador pueden custodiar sus miles de kilómetros de frontera con Colombia. A la pretensión de Uribe de que movilizaran sus ejércitos para reprimir a las FARC y al ELN e involucrarse en la guerra, Chávez y Correa contestaban que la guerra debía resolverse en Colombia, no en sus países. La posición inviable de Uribe es ahora sustituida por la de Santos, entre otras cosas porque tiene controlada militarmente a la guerrilla. Santos negocia una inspección conjunta de las fronteras, “preferiblemente –dice The Economist– una fuerza internacional”. Sea como fuere, Santos y Chávez han acordado, por lo menos, un control recíproco, que, sin embargo, no tiene futuro si no es sustentado por un acuerdo político más general. La prensa omite sistemáticamente que es Venezuela la que sufre una agresión político-militar –a través de la penetración del paramilitarismo y del narcotráfico colombiano–, con el objetivo de desintegrar la experiencia político-social del chavismo. La ingerencia contrarrevolucionaria en Venezuela es incomparablemente mayor a cualquier cosa que hagan los bolivarianos. El acuerdo con Santos no protege a Venezuela: la desarma, sobre todo políticamente. Por eso es que Kirchner tomó partido. Esta gente lleva en los genes su defensa encarnizada del orden capitalista; a veces, por eso, ni siquiera parecen darse cuenta.
El chavismo, por otro lado, está más preocupado por las elecciones parlamentarias en Venezuela, en septiembre, que por Santos. El principal comunicador del gobierno acaba de admitir, de forma incluso ingenua, que el solo ingreso en la Asamblea Nacional de la oposición, que boicoteó la elección parlamentaria anterior, constituye un peligro para el gobierno, debido al campo que conquista para su agitación política, en conjunto con la oposición ya establecida que ha roto con el tiempo con el chavismo. Chávez se puede presentar ahora a los comicios como un ‘pacificador’; pero Santos contará con sus propios representantes, en el sentido político, en el Legislativo venezolano. A través de Santos, el imperialismo recupera posiciones en la política andina.
La bancarrota capitalista mundial obliga al imperialismo a valerse de intermediarios; ya se encuentra bastante comprometido en Irak, Somalia o Afganistán –y en las vísperas de choques brutales en Palestina, Irán o Corea. En América Latina está reconstruyendo, paso a paso, sus posiciones político-militares: Cuarta Flota, bases en Colombia y Costa Rica, alianza con el gobierno de El Salvador, recuperación de Panamá. Hasta el Congreso de Argentina acaba de aprobar, el miércoles, las condiciones para el ingreso de tropas extranjeras. Así piensa contener a los anglo-yanquis en Malvinas.