Crisis mundial: Una izquierda académica y timorata

Decididamente, la izquierda democratizante ha recibido a la crisis capitalista con la guardia muy baja. En tanto el magnate Soros califica a la crisis de “epocal”, los izquierdistas apenas emiten algún balbuceo. No debe sorprender, porque dedicaron sus mejores años a la tarea de excluir del horizonte histórico la posibilidad de un derrumbe capitalista y de tachar de catastrofista a quien planteara lo contrario.

Hoy se encuentran atrás de la derecha republicana de los Estados Unidos en lo que hace a una caracterización de la hecatombe financiera en curso. Se puede decir algo más: esta izquierda, esencialmente académica aunque alguna haga ejercicios de política, se ha convertido en la principal barrera de contención para que la base del pueblo pueda arribar a una comprensión cabal de lo que está ocurriendo.

Una prueba de lo dicho es una reciente página del diario Crítica (30/9) en la que cuatro izquierdistas y centroizquierdistas se libran a una puja por ver quién es más pusilánime. Para Claudio Lozano, por ejemplo, “se está derrumbando una arquitectura… financiera” y un “modelo que nació como una recomendación del modelo neoliberalista de los ’90”; por lo cual “es posible que la solución pase por un cambio en el sistema de regulación”. Es obvio que Lozano no sabe dónde está parado cuando la crisis ya se ha comido dos billones de dólares, va camino a comerse otros cuatro a seis billones más, el Estado se hace cargo de colosos bancarios con activos de seis billones de dólares, los bancos europeos sólo encuentran salvadores parciales siempre que sean bastante pequeños, y el sistema político norteamericano ha entrado en una crisis sin precedentes.

Lozano también omite que llegamos a este ‘modelo’ o ‘arquitectura’ como consecuencia del derrumbe de otro ‘modelo’ y de otra ‘arquitectura’, muy caras ambas a Lozano; es decir, el sistema de intervencionismo estatal de posguerra. Solamente cuando éste entró en quiebra -generando una inflación incontrolable, la eliminación de la convertibilidad del dólar y el derrumbe de las finanzas públicas-, se fue abriendo paso el ‘modelo’ neo-liberal, en el marco de crisis internacionales inmensas.

Eduardo Sartelli, otro panelista, amenaza con una posición ‘catastrofista’ cuando anuncia que hay “una crisis orgánica de la sociedad capitalista”. Pero enseguida queda claro que no sabe de lo que habla, porque dedica su nota a evaluar las alternativas a la hegemonía norteamericana, aunque aclara que tampoco sabe si es que vaya a perderla. Del socialismo y de la revolución social, nada.

Pero toda crisis que merezca ese nombre debe tener la capacidad para producir una conmoción social, alterar la posición relativa de cada una de las clases, confrontar a los trabajadores con nuevas penurias, sacudir ideas recibidas y, por supuesto, crear una crisis política. Esta es la materia prima de la revolución social, que naturalmente exige sucesivas elaboraciones, pero en este caso tiene un carácter internacional, como no ocurre desde la explosión de 1929 – que abrió las dos décadas más furiosas de revoluciones, contrarrevoluciones y guerras. Sartelli dedica el espacio del diario, en cambio, a evaluar el impacto del consumo interno norteamericano en las exportaciones chinas.

Como no podía ser de otro modo, el más pusilánime es Claudio Katz, que se ha convertido en un bombero profesional de todo lo que suene a crítica, a dialéctica y a revolución. Katz exhorta a “ser cauteloso” y, por sobre todo, se dedica a señalar sus “muchas dudas sobre si el plan de Bush… puede atemperar la crisis”, porque “como ya fracasaron planes anteriores ahora hay sensación de riesgo…”. El planteo es una vergüenza, parece más un caso de terapia rápida que una crítica a la economía política del capital. ¡Ni cauteloso ni dudas! El capital de Estados Unidos y Europa, en primer lugar, se encuentra en una completa bancarrota financiera, recesión industrial, caída del consumo, confiscación de propiedades individuales, desocupación.

Katz viene deshojando la margarita desde el comienzo de la crisis, porque está convencido de la capacidad regulatoria del Estado. Katz hace mucho que está en orsay en esta crisis mundial. Pero su conclusión lo entierra todavía más: “La situación está indefinida” (sic) “y por estos días (es) prácticamente imposible predecir qué va a pasar”. ¿Entonces para qué escribe?, porque si bien es siempre imposible predecir lo que vaya o no vaya a pasar, del mismo modo siempre es posible extraer las tendencias que emergen de las contradicciones en acto y sobre esa base trazar orientaciones políticas y prácticas.

El lector quizá se encuentre sorprendido por este cuadro lamentable, pero debe saber que es una constante histórica: cuando más cerca suenan los tambores de las crisis y de las revoluciones, más se hunde en la mediocridad el pensamiento izquierdista tradicional, vacilante, conformista, siempre más capaz de pontificar sobre los hechos consumados (en especial si ese hecho es una derrota del pueblo) que de abrir nuevos horizontes políticos.