Cuando una esperada rebelión cambia de signo

Hace quince días el comando británico en Irak bombardeó sin respiro con la noticia de una inminente sublevación “chiita” contra el gobierno en la ciudad de Basora, que sería aprovechada por los ingleses para “liberar” la ciudad.


Por una vez los “piratas” no se equivocaron. En efecto, el 30 de marzo tuvo lugar una rebelión popular en la ciudad, pero no contra la “dictadura”, sino contra los invasores. Es lo que cuentan las agencias al señalar que “Las tropas británicas… abandonaron ayer su empeño de impedir el retorno a la asediada ciudad a cientos de hombres en edad de combatir. El cambio de táctica, continúa la información, se produjo cuando unas dos mil personas retenidas en el puente que cruza el río Eufrates amenazaron con asaltar el puesto militar si no se les permitía el paso… Se escucharon algunos disparos al aire y la multitud se dispersó en las cunetas, pero al poco volvieron a la carga. Ante el temor de una revuelta se les permitió el paso” (El País, 31/3).


Este sencillo “incidente” no sólo desmiente las expectativas británicas; traduce, por sobre todas las cosas, la formación de un ánimo revolucionario en las masas del conjunto del Medio Oriente. Por esos mismos días comenzaron a tener lugar enormes manifestaciones en Egipto, Indonesia, Malasia y Siria, mientras que en Jordania es incesante el pasaje de exiliados iraquíes por la frontera para pelear contra el Eje angloyanqui. La información no deja en claro si el capitán británico que tomó la decisión de dejar pasar a lo que el mismo caracterizó como futuros combatientes, lo hizo por una orden superior o bajo su responsabilidad. Si fuera este último el caso, estaríamos incluso ante un sutil principio de disgregación de las fuerzas del imperialismo.