Cuba bien vale una misa

El Papa aterrizara en La Habana, en reciprocidad a la visita que Fidel Castro realizara al Vaticano en noviembre de 1996.


La preparación del viaje papal del próximo 21 de enero es, según la prensa, objeto de “asperas” negociaciones” (Le Monde, 16/12) entre el Vaticano y el Estado cubano. Los dos principales motivos de disputa tienen que ver, por un lado con la negativa cubana a televisar en directo, para toda la isla, los eventos en que participe el Papa y por el otro, con los medios de transporte que se pondrán a disposición de quienes deseen ir a las concentraciones que se preparan. N otras palabras lo que está en disputa es el nivel de la agitación política que el Estado cubano le tolerara al ´Santo Padre´.


La “aspereza” de estas negociaciones delata la plena conciencia que tiene la dirección cubana acerca del carácter contrarrevolucionario de su invitación. En este sentido, el ´record´ del polaco es intachable.


Concesiones


Todo esto da una justa relevancia a las concesiones que ha arrancado el Vaticano.


La Iglesia ha sido autorizada a celebrar misas públicas; se ha permitido su acceso a la TV oficial y se ha publicado en la tapa del Granma, el diario del PC cubano, un mensaje del Papa. Es decir, se le ha permitido a la Iglesia realizar una agitación política legal. La importancia de estas concesiones se mide por el hecho de que la Iglesia es la única institución (además, claro, del Estado) que goza de este derecho en Cuba Se ha autorizado, además del in­greso de más de medio centenar de curas extranjeras, la formación de una “Unión de Prensa Católica”, que reagrupa a las publicaciones cató­licas de la isla. También se ha autori­zado que Caritas reparta una parte de la ‘ayuda humanitaria9 que recibe Cuba, lo que acentúa las oportunida­des clericales de agitación política. Filialmente, y como una “medida excepcional”, se ha declarado, feria­do el día de Navidad y se ha autorizado la exposición pública de los símbolos navideños (árboles, pesebres, etc.). Menos del 15% de la población, sin embargo, reconoce pertenecer a algu­na iglesia. Apenas 250,000 cubanos – sobre una población de doce millones- participan semanalmente en oficios de las distintas religiones {Clarín, 28/ 7). Según la prensa, la ‘Celebración de la Navidad la pasado completa­mente desapercibida para la pobla­ción y ha quedado limitada, apenas, a «ii evento ‘turístico’.


La mayoría de la población cubana practica los ritos de la ‘santería’, un culto de origen afrocubano, histórica­mente ligado a los sectores más explota­dos de la población cubana (los negros) a diferencia del catolicismo, que fue la religión de las clases dominantes.


Crisis política


Para la mayoría de los comentaris­tas, la visita papal servirá para consa­grar un intercambio político: un “mayor espacio” para la Iglesia cubana a cambio de la “ruptura del aislamiento político” del régimen castrista.


La Iglesia ya ha planteado ‘todo su programa’: acceso irrestricto a los grandes medios de comunicación y autorización al establecimiento de escuelas religiosas. Aunque el cardenal primado de Cuba, Jaime Ortega, con­cede que no espera una satisfacción “inmediata” de estos reclamos, afir­ma que la visita del Papa debe ser un “punto de partida” en esta dirección (Le Monde, 24/12).


¿En qué cuadro político está dis­puesto el castrismo a otorgar ese “ma­yor espacio” a la Iglesia?


En 1992, fueron eliminadas de la Constitución cubana todas las referen­cias al ateísmo; poco después se admi­tió que los creyentes pudieran afiliarse al PC. Las alusiones oficiales al “na­cionalismo cubano” y al católico; José Martí, han reemplazado en la propaganda oficial a las referidas al socialismo. Pero a esta política de abrirle un canal de participación dentro del Partido Comunista, en el cuadro político del partido único, la Iglesia le ha opuesto una política de ´transición institucional´ (The Guardian, 4/1). Según un especialista, “uno de los objetivos primarios de la visi­ta de Juan Pablo 11 a Cuba es favorecer una apertura política (…) ampliar un espacio para per­mitir que una fuerza política, como la democracia cristiana, pueda funcionar libremente y competir por el poder” (O Estado de Sao Paulo, 11/11). No casualmente, uno de los principales integrantes de la comitiva papal será “el panameño Ricardo Arias Calderón, presi­dente de la Democracia Cristiana Internacional, (cuya presencia) despertó gran expectativa en los círculos políticos que trascien­den a la Iglesia católica cubana (…) El trabajo de Arias, según es­pecialistas de la DCI, será aprove­char la nueva fuerza que la Iglesia ganará en Cuba para ayudar a crear un ambiente en el cual un grupo político próximo a la Igle­sia pueda desempeñar un papel importante …” (ídem).


Esta crisis acerca de las formas políticas de la ‘transición’, es decir, las formas políticas del proceso social de la restauración capitalista, es el núcleo de las tensiones entre el Vati­cano y el castrismo.


El Papa y el bloqueo


El castrismo pretende obtener del Vaticano una condena al aislamiento diplomático que sufre Cuba y, en par­ticular, a la ley norteamericana Helms-Burton, que sanciona a las empre­sas de terceros países que comercien con Cuba.


En realidad, el bloqueo diplomático y económico a la isla va mucho más allá del imperialismo norteamericano. En 1996, la Unión Europea redujo en un 60% su ‘ayuda humanitaria’ a Cuba. Según la castrista europea Janette Habel, “la Unión Europea se ha adheri­do (a las posiciones de) Washington” (Le Monde Diplomatique, febrero de 1997): “los Estados Unidos, dice, han aceptado mostrarse más flexibles (frente a los ‘negocios’ de Europa con Libia e Irán) a cambio de que la UE imponga ‘condiciones draconianas a toda ayuda económica a Cuba’…” (ídem).


Pero el castrismo presenta al Vati­cano como una fuerza virtualmente anticapitalista: “El Papa, en nume­rosas intervenciones, ha tomado el mismo punto de vista de Cuba respecto del capitalismo y de los paquetes neoliberales” (Juventud Rebelde, reproducido por The Economist, 6/12). Por cierto, el Papa no es un elemento anticapitalista, y la oposi­ción al bloqueo y al aislamiento diplo­mático de Cuba gana cada vez más adeptos en los círculos del capital fi­nanciero, incluso norteamericano.


En un editorial inusualmente duro, Edward Schumacher, nada me­nos que el director de The Wall Street Journal, se opone frontalmente á la política de Clinton respecto de Cuba y, en particular, a la ley Helms-Burton, a la que acusa de obstaculizar los intereses comerciales de los Estados Unidos, e incluso ataca el virtual po­der de veto que han adquirido los cu­banos de Miami respecto de la política exterior norteamericana. Textual­mente, señala que “Clinton le otor­ga a la comunidad cubano-ameri­cana, que cada vez tiene más po­der político, supremacía sobre los principios del libre comercio, las leyes internacionales y los objeti­vos de la diplomacia norteameri­cana” (La Nación, 24/5).


Los cubanos de Miami representan la propiedad capitalista confiscada por la revolución; The Wall Street Jo­urnal representa la oportunidad de privatizaciones que ofrece la restau­ración del capitalismo. Por lo tanto, los reclamos de los ‘gusanos’ de recu­perar sus bienes deben estar subordi­nados a los intereses más generales de la restauración del capitalismo. En este cuadro, la muerte del ‘gusano’ Jorge Mas Canosa -el hombre que impuso la ley Helms-Burton- bien puede calificarse como el fin de una época. La esperada intervención del Papa en contra del ‘aislamiento di­plomático y económico’ de Cuba es la expresión de toda una tendencia del propio capital financiero.


El opio de los pueblos


El régimen cubano ha dado un giro de 180° en lo que respecta a la Iglesia católica. De condenarla como una “institución de los ricos” y expul­sar a los curas involucrados en actividades contrarrevolucionarias, ha pa­sado a recibir al Papa e incorporar a los creyentes al PCC. Es indisimulable que este ‘giro’ ha acompañado, como la sombra al cuerpo, el conjunto de la política restauracionista de la dirección cubana, la ‘apertura’ al ca­pital externo, la libre circulación del dólar y la creación de zonas francas al estilo de las ‘zonas económicas es­peciales’ chinas.


La ya citada Janette Habel explica por qué la política restauracionista va de la mano de la promoción oficial de la religión: “en el espíritu de los dirigentes (del Estado cubano) el desarrollo de la religión puede permitir canalizar las tensiones sociales” (Le Monde Diplomatique, febrero de 1977). La autora de esta afirmación es una declarada simpati­zante castrista.


Efectivamente, las tensiones so­ciales son cada vez más manifiestas. La diferenciación social ha crecido notablemente como consecuencia de la legalización del curso del dólar, al que sólo una parte de la población tiene acceso, y de los ‘mercados cam­pesinos’, que permiten a determina­das capas “la acumulación de un capital de libre disposición” (Pro­blèmes de Amerique Latine, abril-ju­nio de 1995).


Paralelamente, crece el desempleo. Según distintas estimaciones, la des­ocupación alcanza ya el 8% y es unáni­me el pronóstico de que se va a agravar notablemente como consecuencia de la política de cierre de empresas públicas e ingenios azucareros no rentables aprobada en el último Congreso del PC. Carlos Solchaga, ex ministro espa­ñol y consultor del gobierno cubano, estima que “la fuerza de trabajó excedentaria, en las condiciones normales de competitividad, osci­la entre un millón y un millón y medio de trabajadores” (ídem). En este cuadro, un artículo en la revista oficial del PC admite que “‘la religión puede ser una solución de recam­bio admisible’ frente a las frustraciones y al sentimiento de insegu­ridad provocado por la crisis” (ci­tado por Janette Habel).