Cuba: La penetración política y económica de la Iglesia

La visita del Papa a Cuba careció de repercusión popular.


La masa de los asistentes a las misas papales no fue aportada por la Iglesia sino por el PC, la juventud comunista (UJC), los sindicatos y los CDR -es decir, por el aparato estatal. Para los militantes castristas, la obligación de concurrir a las misas papales produjo un ruptura inte­rior, claramente perceptible entre los mili­tantes de base.


El corresponsal de The Economist (28/ 2) da cuenta del “sorprendente silen­cio” con que los cubanos recibieron “las tiradas del Papa contra el sexo fuera del matrimonio, la anticoncepción (y en especial, el aborto)”.


Este ‘silencio’ se convirtió en hostili­dad abierta en Santiago de Cuba cuando una parte de la concurrencia, en especial los militantes universitarios de la UJC, se retiró de la misa durante el ‘discurso de bienvenida’ del obispo local, que no tuvo empacho en reivindicar al régimen de Ba­tista.


¿Por qué, entonces, a pesar de esto la Iglesia viene creciendo sostenidamente?


Una fuerza material


Esta contradicción se explica por el hecho de que el Vaticano está penetrando en Cuba como una fuerza económica y política, a caballo de la crisis y de la mise­ria popular. Su ‘mascarón de proa’ no son los evangelios sino Caritas, cuyo enor­me poderío económico en la isla está sim­bolizado por el espectacular palacio que ocupa en La Habana Vieja.


Una parte del pueblo cubano está sien­do forzada a recurrir a la ‘caridad’ que aportan los inmensos recursos financieros de Caritas para garantizar su sustento co­tidiano. En las parroquias es posible conse­guir alimentos, medicinas, ropas y hasta empleo y pequeños créditos. La actividad ‘comunitaria’ de la Iglesia es especial­mente fuerte en el interior, en el campo y en los barrios más pobres de las grandes ciu­dades donde, lejos de los dólares del turis­mo y los ‘negocios’, la existencia cotidiana es extremadamente penosa. Se da así un hecho sorprendente de que la Iglesia católi­ca, que fue antes de la revolución la religión de los ricos, está creciendo ahora entre los sectores más pobres. Esta ‘clientela’ ha convertido a la Iglesia “en una organiza­ción ya ineludible, estructurada en todo el país (...) la única capaz de riva­lizar con el Estado (y) una solución de recambio a la revolución” (Le Monde Diplomatique, enero de 1998).


La aguda diferenciación social que pro­voca la política de restauración capitalista tiene un beneficiario adicional más allá del capital mundial y de los estratos de la burocracia vinculados con él, y ése no es otro que la Iglesia, con el concurso del dinero del imperialismo.


En este cuadro, “las organizaciones religiosas (...) celebran con regulari­dad sus ceremonias, educan religio­samente a sus miembros y a quienes lo solicitan, se relacionan con estruc­turas del exterior, forman sus cua­dros en seminarios, realizan capta­ciones (...) tienen autonomía econó­mica y el Estado no interviene en la elección o designación de sus dirigen­tes” (Contracorriente, n° 6, publicación cubana, 1996). En la Asamblea Nacional hay diputados de la Iglesia protestante (y muchos cubanos sostienen que hay, tam­bién, elementos católicos encubiertos).


El monolitismo del ‘partido único’ no refleja entonces la pretendida ‘unidad del pueblo’ ni es una valla a la penetración política del imperialismo; por el contrario, es el canal del caballo de Troya por excelen­cia de la contrarrevolución: el Vaticano.


Las mismas libertades de organiza­ción y agitación política que se le otorgan a una organización reaccionaria, antina­cional y anticomunista como la Iglesia católica se le niegan, sistemáticamente, a las tendencias opositoras de la izquierda.


¡Y con razón, visto el carácter de clase de la política oficial!