De Benedicto XVI a Francisco

Imagen: Prensa Obrera.

Joseph Ratzinger, el Papa Benedicto XVI, dejó de existir. Nacido en Baviera, Alemania, en 1927, fue quien se sentó en el trono de San Pedro durante casi 8 años, en reemplazo de Juan Pablo II, de quien era colaborador. Antes de ocuparse de ese menester, había sido el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (heredera de la Santa Inquisición), lugar desde el cual se ocupó de la orientación política de la Iglesia y combatió a la teología de la liberación, a los denominados curas tercermundistas y a los movimientos laicos progresistas.

Ratzinger fue un enemigo de toda lucha que cuestionara los dogmas reaccionarios de la Iglesia católica. En materia de derechos reproductivos, se opuso al uso del preservativo, y en lo que respecta a las diversidades sexuales, llegó a afirmar que la homosexualidad era un “mal moral” y el matrimonio igualitario una especie de “fuerza maléfica que busca reemplazar a Jesucristo”. A Ratzinger le preocupaba la creciente secularización de la sociedad, un proceso que consideró nocivo para el orden social capitalista. Asimismo, Benedicto fue un férreo opositor al marxismo y a la pelea por la emancipación social; hace algunos años dijo que el Mayo Francés del 68 declaró a la pedofilia como “permitida y apropiada”.

Los periódicos del establishment lo recordaron de distintas formas, algunos lo han criticado, aunque limitadamente, y otros lo han presentado casi como un disruptivo que intentó extirpar los males de la Iglesia. La mayoría de ellos, sin embargo, se vio obligada a realizar una mención sobre el contenido de la renuncia de Benedicto al pontificado. Ratzinger ha sido el primer Papa en dimitir en casi seiscientos años. El último que siguió ese camino fue Gregorio XV, en el marco del Cisma de Occidente.

La abdicación de Ratzinger tuvo lugar en medio de una crisis política de alto voltaje en la Iglesia, cuyo detonante fue la revelación de documentos que evidenciaron cómo altos jerarcas de la curia se encontraban ligados a actividades ilegales, tales como operaciones de lavado de dinero o negociados millonarios con la mafia. Entretanto, los casos de pedofilia continuaban afluyendo a tropel. Ratzinger fue un encubridor de los curas abusadores; a modo de ejemplo, recibió denuncias por admitir en la arquidiócesis de Munich, entre 1977 y 1982, a un sacerdote con antecedentes penales por pederastia.

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Jorge Mario Bergoglio, quien sucedió a Ratzinger, fue presentado como aquel que iba a proceder a una transformación de fondo de la Iglesia. Ciertos filisteos señalaron que los cardenales del cónclave eligieron a Francisco por su condición de “humilde”, de “austero”, y por su “acercamiento a los pobres”. Todo esto estuvo muy lejos de ser así.

Francisco, ¿la renovación?

Bergoglio ha sido elegido como jefe del Vaticano por ser un hombre de Estado, por haber mantenido siempre firme su lealtad a una iglesia que fue responsable de todo tipo de atrocidades, entre ellas haber realizado una alianza con Hitler, o haber defendido a las dictaduras latinoamericanas del Plan Cóndor. Bergoglio formó parte de la estructura eclesiástica colaboracionista del régimen videliano. Antes de ello, integró la agrupación peronista-ultraderechista Guardia de Hierro, la cual se posicionó en los 70’ en el campo de Juan Perón y López Rega contra Montoneros y la Juventud Peronista. En algunos aspectos ideológicos concretos, Bergoglio es parecido a Ratzinger, por ejemplo en su oposición a la teología de la liberación.

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A casi 10 años de la asunción de Francisco, la Iglesia no ha cambiado un ápice. Los abusos han continuado (y, mientras tanto, otros viejos casos han ido saliendo a la luz) y los negocios turbios de la curia (y el Banco del Vaticano) también. En Italia, por ejemplo, entre 2020 y 2021, 68 obispos recibieron 89 denuncias por abuso sexual (DW, 17/11/2022). En otros países, como en Francia, también hubo casos de este tipo. Informes del Vaticano (que están expuestos a la tergiversación), en 2018, indicaron que en la Iglesia se registraban alrededor de 600 denuncias de abuso por año. Bergoglio, por su parte, rechaza de plano la existencia de movimientos de lucha que pelean contra el oscurantismo clerical, y que las víctimas de abuso eclesiástico levanten su voz.

Bajo el reinado de Francisco, la crisis política en la Iglesia siguió su curso, y lo mismo ocurrió con la lucha faccional en su seno. En noviembre pasado, el cardenal italiano Giovanni Angelo Becciu, a quien se lo investiga por haber malversado fondos de la Santa Sede, captó la atención de la prensa internacional por manifestar que Francisco “lo quiere muerto”. Becciu se halla involucrado en la compraventa (con fondos de los fieles) de un inmueble en un lujoso distrito de Londres. También está acusado de desfalco, por haber contratado a una “analista de seguridad”, Cecilia Marogna, para liberar a una religiosa colombiana que fue secuestrada en Malí por un grupo vinculado a Al Qaeda; Marogna gastó ese dinero en la adquisición de artículos de lujo. Francisco se vio salpicado directamente en este último caso.

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Bergoglio ha mantenido toda la estructura corrupta de la Iglesia. Becciu fue ascendido por el propio Francisco a un lugar de privilegio en la estructura de la curia. Las “purgas” y las condenas por corrupción en el Vaticano (como la de Angelo Caloia, expresidente del Banco Vaticano) de las que se ufana el Papa no han alterado en lo más mínimo el carácter pederasta y delincuencial de la Iglesia. La podredumbre y la crisis de la Iglesia, que se intensifican por la crisis del régimen social capitalista, son productos de la combinación entre todos estos aspectos. Esto es lo que explica la secularización que mantenía en vilo a Ratzinger y el crecimiento de otras iglesias (como la evangélica) en detrimento de la católica.

En los últimos 15 años, los católicos se redujeron en un tercio. En Estados Unidos, los cristianos de todas las confesiones pasaron de ser el 78% de la población en 2019 a ser el 65% en 2007. En Argentina, el número de católicos se redujo un 13% entre 2008 y 2019. En Italia, tierra del Papa, también se ha registrado este fenómeno, con los jóvenes siendo el sector de la población que más se viene convirtiendo al ateísmo (Fsspx, 30/12/2019).

En el plano político, la Iglesia católica apoya actualmente a todo tipo de gobiernos antiobreros en el mundo. Francisco es un defensor del gobierno argentino de los Fernández y apoya su programa de ajuste fondomonetarista. En Italia, recientemente, se pronunció a favor del gobierno de la fascista Georgia Meloni. Asimismo, Bergoglio respalda a Biden, por eso es que ha pedido al mundo unirse al “pueblo ucraniano” (sic).

Pasan los pontífices, sigue la barbarie eclesiástica.

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