De Blatter y Dilma a la “Copa del Pueblo”

En recientes declaraciones, Joseph Blatter, presidente de la Fifa, afirmó que el Mundial de Brasil ya es un éxito y preguntó desafiante: “¿Dónde están las protestas? ¿Dónde está la furia social?”.

Como muchos árbitros de este Mundial que cobran y ven lo que quieren, Blatter tampoco quiso ver la “Copa do Povo”. “Copa del Pueblo” es una ladera que fue ocupada dos meses antes de que comenzara el torneo por miles de personas, la mayoría provenientes de la periferia de San Pablo, después de que la construcción del estadio de Itaquerão duplicó el valor de las viviendas en la zona. La ocupación, liderada por el Movimiento de Trabajadores Sin Techo (MTST) acaba de obtener una victoria, ya que la Cámara municipal de San Pablo aprobó el 4 de julio un proyecto de ley que es un primer paso para que puedan ser dueños del terreno. Es un paso limitado, que habilita la construcción de viviendas populares en el predio y los ocupantes pueden ser adjudicatarios de ellas, pero paso al fin.

Blatter tampoco vio la victoria de los recolectores de basura de Río de Janeiro, quienes obtuvieron en las vísperas del inicio del Mundial un aumento inédito que supera el 30 por ciento ni la de los trabajadores de la construcción civil en Fortaleza. Las marchas y masivas manifestaciones -que se vienen sucediendo desde hace aproximadamente un año- fueron dando paso a reclamos concretos de los trabajadores, fundamentalmente en el terreno salarial. Contradiciendo las afirmaciones de Blatter, los conductores de autobuses iniciaron una huelga por reclamos salariales a horas del inicio del partido Argentina-Bélgica en Brasilia. Los trabajadores explicaron que la huelga fue declarada por el incumplimiento en el pago de un aumento salarial del 20 por ciento arrancado el mes pasado.

Cuando aún no ha finalizado, el Mundial ya dejó perdedores y ganadores, y no precisamente en el plano deportivo. La Fifa ha incrementado sus arcas con ganancias por derechos de televisación y publicidad -entre otros, que suman friolera de 4.000 millones de dólares (en el mundial 2010 de Sudáfrica fueron 2.600). Contrasta con los desastrosos resultados económicos que los analistas adjudican al país anfitrión.

El gobierno prometió inversiones privadas que nunca llegaron para su infraestructura. Se estima que el 85 por ciento de los gastos del Mundial fueron públicos y de los doce estadios, nueve fueron construidos por los gobiernos federal y estatales con recursos públicos. Los tres estadios privados se montaron con financiamientos del BNDES (Banco Nacional do Desarrollo), con intereses por debajo del mercado y exenciones fiscales concedidas por los estados o municipios.

Las promesas de obras quedarán para usufructo del pueblo brasilero ya han sido desmentidas, comenzando por los faraónicos estadios construidos, los cuales ya se vaticinan como futuros “elefantes blancos” de dudosa utilización. Arena Amazonía -con un costo de 340 millones de dólares y una capacidad de 44.500 espectadores-, difícilmente sea aprovechado como estadio de fútbol, ya que Manaos no tiene ningún equipo de fútbol en primera división y los clubes locales apenas disputan el campeonato amazónico. El mismo destino tendrán Cuiabá, en Mato Grosso, o el Arena Pantanal, será la casa para los clubes Mixto EC y Cuiabá EC, los que no pertenecen a la máxima categoría del fútbol brasileño.

Mientras la Fifa obtuvo miles de millones de dólares de ganancia y Blatter, comisiones de por medio, fue reelecto en su cargo, Dilma Rousseff -presidenta de Brasil, abucheada en la inauguración del Mundial- se enfrenta a la realidad de una dura elección en los comicios de octubre. La fiebre mundialista no ha logrado frenar a los trabajadores, que seguirán enfrentando la miseria y crisis económica agravada por la “fiesta” del Mundial.

Ricardo Goldín