Internacionales
22/4/2025
De la guerra arancelaria a la crisis monetaria y financiera
La caída del dólar en el ojo de la tormenta.
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Trump y el jefe de la Reserva Federal, Jerome Powell, enfrentados
Si hay algo que ha despertado especial preocupación en los círculos de negocios y de poder mundiales, mayor incluso que el derrumbe bursátil, es la depreciación que han sufrido los bonos del Tesoro de Estados Unidos. Normalmente, cuando se produce un cataclismo como el actual, los inversores se deprenden de sus acciones e invierten en bonos. El título de renta fija aparece como una alternativa más estable frente a la elevada volatilidad que se produce en los mercados. En este contexto, las letras del Tesoro norteamericanas históricamente han sido la opción preferida entre los inversores, considerado el refugio más seguro para atravesar las tormentas financieras. Pero esta vez, no ha ocurrido lo mismo. El desplome accionario ha ido unido a una caída del valor de los bonos y en la volteada ni siquiera han escapado los bonos del Tesoro de Estados Unidos.
La guerra comercial ha terminado por agudizar algo que ya estaba latente y es el declive de la divisa norteamericana como medio de pago y moneda de reserva internacional. La economía mundial, el comercio y el sistema monetario internacional desde la posguerra, o sea desde hace ochenta años, ha girado en torno a la confianza y dependencia global del dólar. La primacía del dólar le otorga a Estados Unidos un sitial privilegiado para ejercer un dominio del mercado mundial, presionar al resto de las naciones del planeta y financiar a un costo menor su propia actividad económica y productiva.
Desde mediados de enero, o sea, incluso antes de los anuncios del magnate, el dólar ha caído un 9% frente a una canasta de divisas, una caída inusual y pronunciada, hasta su nivel más bajo en tres años.
Crisis de la deuda
Como telón de fondo de esta caída del dólar está el declive de Estados Unidos, que ha pasado de representar casi la mitad del PBI mundial en los años dorados posteriores a la segunda guerra al 25 del PBI mundial en la actualidad, lo que ha ido de la mano de un creciente proceso de desindustrialización. Estados Unidos consume mucho más de lo que produce y este desfasaje se cubre con importaciones, lo que ha llevado a un déficit comercial cada vez mayor que asciende en el presente a 1 billón de dólares y que coexiste con un déficit fiscal en ascenso. Estos déficits gemelos son financiados a través de un endeudamiento que ha ido creciendo como una bola de nieve. La deuda representa un 120% del PBI y su ritmo de crecimiento se viene acelerando. Esta situación ha puesto en duda la capacidad de pago de la deuda norteamericana y explica que las principales consultoras internacionales hayan bajado su calificación de triple A que históricamente ostentaban los bonos del Tesoro estadounidense. No debe sorprender que, en este contexto, haya una tendencia de los tenedores locales, pero por sobre todo internacionales de los bonos, a desprenderse de los activos en dólares y a comprar oro, que ha superado sus máximos históricos y ya supera la barrera de los 3.400 dólares. Entretanto, han ido creciendo las transacciones comerciales que sortean al dólar como medio de pago.
China lleva años negociando acuerdos comerciales exclusivamente en yuanes con Brasil para productos agrícolas, Rusia para petróleo y Corea del Sur para otros bienes. También ha otorgado préstamos en yuanes a bancos centrales necesitados de liquidez en Argentina, Pakistán y otros países, reemplazando al dólar como fuente de financiación de emergencia.
“Las propiedades de refugio seguro del dólar se están erosionando”, declaró el Deutsche Bank en una nota a sus clientes a principios de este mes, advirtiendo sobre una “crisis de confianza”. Un informe más cauto de Capital Economices añadió: “Ya no es exagerado decir que el estatus de reserva del dólar y su rol dominante en general están, al menos en cierta medida, en tela de juicio”.
Un dólar más débil está llamado a echar más leña al fuego a las tendencias inflacionarias que se han avivado a partir de los anuncios de Trump. Los productos que se comercializan en Estados Unidos podrían encarecerse, no solo por los aranceles, sino también por la depreciación de la moneda. Esto representa un coctel explosivo.
La desconfianza en el dólar afecta, asimismo, a la población norteamericana como consecuencia de tasas más altas para hipotecas y financiación de automóviles, ya que los prestamistas exigen más intereses para compensar el auge del riesgo país. Ni qué hablar del impacto que esto provoca en la deuda norteamericana, cuya formación extra está llamada a encarecerse como resultado de una suba de las tasas de interés. Por lo pronto, los anuncios de Trump redundaron en un aumento de la tasa de interés implícita de los bonos del Tesoro como consecuencia del bajón registrado en sus cotizaciones.
Es necesario no olvidarse que una parte de los títulos de la deuda pública (no solo en Estados Unidos sino en las principales economías capitalistas) está en poder de los bancos. Una desvalorización de los mismos puede terminar provocando una crisis de liquidez en el caso de que los ahorristas pretendan retirar los fondos que tenían depositados en sus cuentas. Un registro de ello lo tenemos en la crisis bancaria del 2023 del Silicon Valley y el Signature Bank que obligó al socorro de la Reserva Federal. Al mismo tiempo, los activos públicos ofician como garantía de los préstamos. Esto va vale especialmente en la llamada banca en la sombra que alimenta un circuito altamente especulativo, cuyas transacciones reposan en un gran apalancamiento. El activo público más importante que actúa como garantía son los bonos del Tesoro de Estados Unidos. Al producirse un descenso de su cotización, quienes pidieron prestado (fondos de cobertura, de inversión, capital privado, etc.) están obligados a cubrir con efectivo la desvalorización que se registra en esos títulos y ello opera forzando a deshacerse de más letras del Tesoro en el mercado de bonos, acelerando más su caída.
Hay quienes señalan que es la propia Casa Blanca la que alienta un debilitamiento del dólar. El magnate republicano, asistido por sus principales colaboradores, sostiene que eso permitirá abaratar los productos norteamericanos frente a los productos extranjeros y mejorar la competitividad estadounidense. Este recurso junto con los aranceles permitiría, según sus defensores, reducir el rojo de la balanza comercial. Pero contradictoriamente, haría más oneroso y pesado financiar la deuda pública. Los ahorros, por un lado, se verían contrarrestados por una erogación mayor de intereses. Basta señalar que hoy en día el déficit fiscal llega al 7% del PBI y que solamente por intereses de la deuda pública el Estado abona 2 billones de dólares, una cifra superior al presupuesto que se destina a cualquier otra partida del mismo.
Aquí se constata la contradicción entre el rol del dólar como moneda nacional y el dólar como moneda mundial. “Es que, en tanto moneda nacional, y según los patrones clásicos del comercio internacional, debería depreciarse, dado el déficit en la cuenta corriente. Pero en su rol de dinero mundial, es imprescindible que encarne valor y sea medio de atesoramiento. Agregando que ese rol explica la entrada de capitales y el consiguiente financiamiento del déficit” (Dólar, déficit y crisis, Rolando Astarita, Sin Permiso, 15/4). Para que la divisa norteamericana funcione como medio de pago y reserva de valor internacional requiere una estabilidad que resulta incompatible con los desequilibrios cada vez más pronunciados de la economía norteamericana. Esta inestabilidad que se viene profundizando y la acumulación de deudas cada vez más insostenibles están en la base de la desconfianza de los inversores. No obstante, no se nos escapa que el dólar, a pesar de su declinación, aún sigue siendo dominante en las transacciones internacionales. Ninguna moneda ha podido rivalizar cumpliendo este rol en el pasado y tampoco en el presente. Pero, precisamente, el hecho de que no haya sustituto hace más dramática la crisis capitalista en curso. Y potencia los riegos de un descalabro a nivel global.
Este escenario convulsivo es el que explica los choques que están escalando entre Trump y la Reserva Federal (FED). El magnate está presionando, y más ahora luego del tsunami que ha desatado el alza de los aranceles, para que la FED reduzca la tasa de interés y flexibilice las restricciones monetarias que hoy están en vigencia. La Reserva Federal ha ido en una dirección contraria a ese rumbo y ha tomado la decisión de postergar por ahora las sucesivas bajas de la tasa de interés que tenía prevista en su esquema de este año, en tanto la amenaza de un repunte de la inflación asoma con más fuerza. Viene al caso señalar que el 77% de la deuda total está en manos de residentes de Estados Unidos (la Reserva Federal es el mayor tenedor, U$S5,2 billones, el 15% del total). El 23% es deuda externa (los acreedores son bancos centrales y otras entidades estatales, inversores y empresas extranjeros).
La política monetaria expansiva por la que aboga Trump permitiría que la FED compre más bonos del Tesoro y amplíe sus tenencias, y por esta vía neutralizar su caída en momentos en que se refuerzan la salida de capitales invertidos en dólares y hay una tendencia ascendente a desprenderse de los títulos de la deuda norteamericana. Importa señalar que en lugar de comprar la FED, en la actualidad, se está deshaciendo de los bonos. Trump exige un volantazo antes de que la sangre llegue al río frente al temor, por cierto fundado, de que esta tendencia se generalice y el contagio se traslade a los residentes locales. Las autoridades de la FED se encuentran cada vez más ante el dilema de ceder y rebajar la tasa de interés, aunque esto provoque un rebrote inflacionario, o persistir con la política actual, con lo que se corre el riesgo de que se pueda desatar una crisis financiera y potenciarse los aprietos financieros (no solo tropieza el sector público sino las corporaciones y la propia población, en la que también se registra un elevado endeudamiento). Una elevada tasa de interés, por otra parte, alimenta las tendencias recesivas que ya se están abriendo paso. El caos y la dislocación de la economía y el comercio mundial creados por la guerra arancelaria y la retracción del consumo de la población norteamericana (que se vaticina como resultado del encarecimiento de los bienes y servicios a partir de los aranceles) están provocando un freno de la economía de modo tal que los analistas coinciden en pronosticar un decrecimiento de la economía norteamericana, que hasta ahora había escapado al estancamiento que se venía registrando en las principales economías capitalistas.
La etapa que se abre
La tensión entre el presidente republicano y la FED ha llegado a punto tal de que Trump pretende remover de su cargo al presidente de la FED y, como parte de ello, está reclamando que la Corte Suprema avale esa decisión. En caso de que esto se produzca, se afianzarían las tendencias a un régimen de excepción. Asistimos a la tentativa de imponer un régimen de poder personal, por encima de las instituciones republicanas. Estos giros de la política norteamericana se compadecen con la ofensiva en curso del imperialismo norteamericano dirigida a revertir su declinación histórica, lo que plantea rediseñar el planeta a medida de sus necesidades e intereses. A esto se resume el Maga, que es la bandera que preside la cruzada del magnate.
La declaración de guerra lanzada por Trump contra el mundo, incluidos sus históricos aliados occidentales -que alimenta los choques interimperialistas y por lo tanto las tendencia a una guerra mundial-, solo se puede abrir paso a través de un régimen interno de reacción y regimentación política, de disciplinamiento de todas las clases sociales. Al servicio de esto está la ola de deportaciones masivas y el reforzamiento de un Estado policial. Pero este ensayo bonapartista con características fascistoides está obligado a demostrar que puede pilotear los profundas desequilibrios provocados por la bancarrota capitalista. Por lo pronto, los anuncios tropezaron con obstáculos, incluida la amenaza de una crisis financiera que no estaba prevista en los cálculos de la Casa Blanca, y el magnate tuvo que dar marcha atrás parcialmente con los anuncios.
Los primeros pasos de Trump han despertado una fricción y choques no solo con sus enemigos sino hasta en las filas del campo republicano, en la propia clase capitalista que salió a apoyarlo, incluidos los referentes de las empresas líderes de Estados Unidos. Estamos en presencia de un conflicto de poderes desde el momento en que vienen creciendo las voces en el Congreso, incluido dentro de la bancada republicana, que plantean apartar a Trump del manejo de los aranceles y devolverle esa facultad al parlamento. Esto pone de relieve que las contradicciones han llegado a un punto muy agudo que excede holgadamente la capacidad de arbitraje del Estado capitalista. De todos modos, aunque se le haga cuesta arriba, el imperialismo yanqui no tiene más remedio que insistir en su escalada porque está en juego su hegemonía y, en esa medida, su propia sobrevivencia.
Dicho esto, la prueba fundamental que deberá pasar Trump y su ensayo es la propia lucha de clases nacional e internacional. El descontento se está apoderando de la población norteamericana, incluso de aquella que lo votó, que explica la caída de los índices de popularidad con que arrancó su mandato -mientras se están extendiendo las protestas populares. El recrudecimiento de la inflación y la incertidumbre económica están provocando disconformidad en los hogares estadounidenses y el rechazo también aumenta frente a las deportaciones masivas. Hasta la Corte Suprema, en su mayoría conservadora, se ha visto obligada a desautorizar algunos de los operativos realizados por el gobierno. Una reacción popular más generalizada, reeditando la rebelión popular que se desató en 2020, representaría un golpe muy fuerte al gobierno de Trump y en esa medida un golpe al auge internacional de la derecha que tiene al magnate como su principal referente. Estados Unidos y el mundo ingresan una etapa más convulsiva.
