Derrumbe económico y explosión política

Desde la devaluación brasileña, se vuelve a especular con la devaluación de las monedas de China y Hong Kong y el consiguiente derrumbe financiero. Aunque cuentan con enormes reservas –en conjunto más de 200.000 millones de dólares— y la revaluación del won coreano y del yen japonés mejoraron la posición competitiva de China y Hong Kong, la posibilidad de un crac sigue en pie.


Es que China enfrenta una situación de deflación, sobreproducción, caída de los beneficios y quiebras en cadena.


El índice de precios viene cayendo por más de 15 meses consecutivos. En algunos rubros, la deflación es brutal: 40% en la electrónica, 30% en la petroquímica; más del 20% en la rama automotriz (Business Week, 30/11). En la zona costera china y en Hong Kong, el valor de las propiedades se derrumbó en un 50%. La caída de las acciones en Hong Kong supera el 30%; en cuanto a China, el mercado de las acciones para los inversores externos (las llamadas ‘acciones b’), luego de una “larga declinación terminal, está finalmente muerto” (Financial Times, 22/1).


Business Week (30/11) estima el monto de los inventarios acumulados (invendibles) en 500.000 millones de dólares, nada menos que el equivalente al 55% producto bruto interno. A pesar de esto, “compañías como la GM siguen adelante con inversiones de miles de millones de dólares” para ampliar todavía más la capacidad instalada de producción (ídem). Lo mismo sucede en la rama petroquímica (Financial Times, 26/1).


Quiebras


En octubre pasado quebró la Gitic, el segundo mayor monopolio industrial y financiero chino. Gitic era el ‘brazo financiero’ del gobierno de la costera provincia de Guangdong.


La Gitic dejó un ‘muerto’ de 4.000 millones de dólares, una cifra que duplica sus activos y la deuda oficialmente registrada. Esto abrió una enorme crisis con el capital internacional porque el gobierno chino se niega a garantizar el pago de esta deuda. Según Le Monde (13/1), la burocracia eligió el riesgo de enfrentarse con los acreedores externos para poder pagar a los 25.000 ahorristas individuales estafados por la Gitic y evitar que se sumen a las manifestaciones que regularmente realizan los miles de ahorristas desplumados en otras quiebras.


En represalia, los banqueros cortaron el crédito a las grandes compañías chinas, provocando una asfixia financiera que ya llevó a la quiebra a más de media docena de ellas. La ola de quiebras se extendió incluso a las ‘empresas mixtas’ radicadas en Hong Kong y Macao (llamadas ‘red chips’). También ellas “acumularon grandes pérdidas como consecuencia de la devastación de los precios de las acciones y las propiedades” (International Herald Tribune, 14/1). Sus deudas reales duplican las reconocidas (12.000 millones de dólares para las ‘itics’; 40.000 millones para las ‘red chips’). Como la asfixia financiera se está agravando, la ola de quiebras va a seguir.


A este cuadro, se le suma la falencia generalizada de las empresas y los bancos estatales, los cuales reconocen créditos incobrables equivalentes al 20% de sus activos. Sin embargo, la situación es todavía más grave porque “los actuales niveles de préstamos incobrables son mucho peores que la más pesimista estimación oficial” (The Washington Post, 11/8).


“El problema —reconoció un banquero occidental— es un potencial riesgo sistémico” (International Herald Tribune, 13/1). ¿Sólo para China o para la economía mundial en su conjunto?


Rebelión obrera y campesina


El último Congreso del PC votó la privatización, el cierre o la fusión de las empresas estatales deficitarias, lo que significará el despido de 30 millones de obreros de las empresas estatales y del 40% de los funcionarios públicos. China ya tiene 31 millones de desocupados urbanos (el 20% de la fuerza laboral) y 120 millones de desocupados rurales. La ola de quiebras llevará la desocupación a niveles aún más intolerables.


La burocracia está dando marcha atrás en sus planes porque “por todo el país brotan huelgas, manifestaciones y cortes de rutas y avenidas” (The Washington Post, 21/1). Según la propia policía china, en 1998 se produjeron más de “10.000 actos de protesta rural” en todo el país. En la más reciente, en la provincia de Hunan, más de 10.000 campesinos manifestaron contra los impuestos confiscatorios. En la ciudad de Chongqing, “obreros y estudiantes organizaron petitorios, huelgas, demostraciones y cortes de tráfico más de cien veces en el último año” (The Washington Post, 20/6). En la provincia de Guangdong, “se perdieron 740.000 jornadas de trabajo a causa de las huelgas (…) aunque la situación laboral es mucho peor en Sichuan y en el noreste, según reconoció un importante economista chino” (The Washington Post, 28/10). En la propia Pekín, “es familiar ver protestando a trabajadores enfurecidos (por los despidos, los impuestos, las estafas o la falta de vivienda)” (The Guardian Weekly, 22/11). La marea llegó a Hong Kong, donde los trabajadores de la telefónica y de la línea aérea local resistieron exitosamente los intentos patronales de reducir sus salarios.


Incapaz de frenar esta ola de movilizaciones y huelgas, la burocracia lanzó una durísima campaña represiva contra los activistas que pueden convertirse en sus organizadores y jefes. El organizador sindical Zhang Shanguang, cuyo ‘crimen’ fue intentar poner en pie una organización de desocupados, acaba de ser sentenciado a diez años de cárcel. Esta condena fue apenas una de las muchas dictadas en los últimos dos meses contra activistas sindicales.


“Pekín teme que la situación se salga de control (…) La dirección china está sentada sobre el fuego. Y puede no pasar mucho antes que el fuego se expanda”. Crisis por arriba y crisis por abajo: “la situación es explosiva”, concluye el corresponsal del Business Week (1/2).


De motor del crecimiento económico y de ‘paraíso’ para la acumulación capitalista mundial, la ‘apertura’ de China al capital se ha convertido en un enorme lastre para la economía mundial.


La posibilidad de la devaluación está dictada por la necesidad de salir de este marasmo económico y del peligro de una crisis política sin precedentes. No importa, para evitarla, ni el monto de las reservas ni la revalorización de las monedas de los países vecinos.