Derrumbes financieros se anuncian

Los dos derrumbes consecutivos de Wall Street en un lapso de diez días marcan el inicio de una nueva crisis internacional y señalan un giro completo de tendencias. Todas las bolsas del mundo fueron sacudidas por el estornudo yanqui. La magnitud de los capitales que operan en las bolsas es la contrapartida de un gigantesco endeudamiento de empresas y estados, de manera que cualquier derrumbe de los valores de sus bonos y acciones entrañaría la recesión y, eventualmente, un colapso económico.


Todo indica que precipitaron la caída un conjunto de hechos de igual signo. De un lado, la presión creciente en Francia en favor de una devaluación conjunta del marco y del franco frente al dólar, para promover una reactivación económica por la vía de las exportaciones. Se creó la expectativa de que, a este fin, el Banco Central alemán reduciría las tasas de interés para perjudicar la cotización del marco. Cuando esto no ocurrió, se temió que la Reserva Federal norteamericana aumentaría, ella, las tasas de interés, lo que subiría el valor del dólar y compensaría la inacción alemana. Este temor a un encarecimiento del dinero derrumbó las cotizaciones de bonos y acciones en Estados Unidos.


Otro factor lo constituyó la expectativa de que el Banco Central de Japón disminuyera la compra de dólares que realiza en gran escala, y que se retirara del mercado norteamericano de bonos. Días antes de la caída neoyorquina, un movimiento de esas características había hundido a la bolsa canadiense. La razón para dejar de comprar bonos norteamericanos y dólares por parte de Japón, apunta a detener la devaluación del yen, la cual ha provocado un aumento de precios de las importaciones japonesas y una desvalorización de las ganancias que las empresas niponas remiten del exterior.


Estos datos revelan que, debajo del derrumbe bursátil, opera una dura lucha económica, que se acentúa a medida que los diferentes países no consiguen salir de la crisis, del endeudamiento, de la desocupación y de la bancarrota. Mientras que el gobierno alemán espera que los yanquis revalúen el dólar y aumenten con ello su infladísima cuota de importaciones, Clinton exige una política expansiva de gastos de Europa y de Japón, para que puedan absorber exportaciones norteamericanas.


El derrumbe bursátil sacó también a luz una gigantesca hipertrofia especulativa. La expansión de la circulación internacional del dólar ha sido, en los últimos años, del orden del 13% anual (El Cronista, 13/12, 14% según The Wall Street Journal, 4/12), que debió ser absorbida por los bancos centrales ‘convertibles’ del resto del mundo, que los reciclaron a su vez en la compra de bonos norteamericanos. De este modo, el stock de títulos norteamericanos en manos de los bancos oficiales extranjeros supera a los billetes y depósitos en dólares, ascendiendo a los 616.900 millones de dólares. La emisión de dólares provocó, como contrapartida, una verdadera inflación de moneda en los países recipientes: 15% anual en Holanda, 12% en Alemania y Japón, 14% en Australia (ídem). Este influjo de dinero animó la especulación en la Bolsa, a pesar de que los rendimientos de las acciones en términos de dividendos son los más bajos de toda la historia (Henry Kaufman, The Wall Street Journal, 25/11).


El derrumbe bursátil refleja el enorme desequilibrio de la economía mundial, entre naciones sobreendeudadas, de un lado, masas enormes de capital ocioso, del otro, y un estancamiento de la demanda, que no consigue sobrepasar el 2% anual.


Algunos observadores temen que una devaluación del dólar precipite no solamente una salida de capital de los Estados Unidos, sino también una guerra comercial que hasta ahora ha sido penosamente contenida. Pero también puede jugar un papel dislocador una crisis en el sistema europeo, en donde se agrandan las diferencias entre Francia y Alemania.


Está claro de todo esto que la política argentina está condenada en un lapso muy breve, porque no podría soportar una caída de las cotizaciones de la deuda externa y la consiguiente suba de intereses. Como ocurriera en la crisis de los años 30, la burguesía argentina continúa actuando como si nada pasara, con la suicida convicción de que alguien sacará los platos por ella.