Devaluación bolivariana

De cualquier modo que se la disfrace, una devaluación de la moneda entraña siempre una confiscación de los ingresos de los trabajadores y una redistribución negativa de la riqueza nacional. Esto es lo que acaba de hacer Chávez al establecer dos tipos de cambio: uno de 2,60 bolívares, por dólar, una desvalorización del 21% (para productos alimenticios); y otro de 4,30 por dólar, una depreciación del 50% (llamado dólar petrolero). Se trata de un fenomenal golpe a las masas y un revés político enorme para la ‘revolución bolivariana’. Hay que agregar a esto dos tipos de cambio más: uno financiero, que se fija en subastas del Banco Central, que oscila entre 5 y 5,50 bolívares, y el negro, que sigue arriba de los 6 bolívares. A este desbarajuste de la economía es necesario agregar el apagón eléctrico que ha provocado la reducción del agua de embalse y la cuestión de la inseguridad, que se cobra 15 mil vidas al año (94% por ajustes de cuentas). Mientras tanto, los principales contratos colectivos no se renuevan desde hace años; Chávez acaba de anunciar un aumento del salario mínimo similar a la devaluación más baja, pero muy inferior a la inflación real y, todavía más, a la prevista. La clase obrera se enfrenta a un gran desafío: enfrentar este ataque social e impedir que la crisis bolivariana sea explotada por la derecha, para lo cual debe crear una oposición propia al régimen. Las calificadoras y bancos internacionales saludaron la devaluación.

La devaluación estaba en la agenda de la realidad desde hacía mucho tiempo; el gobierno ha dilapidado fortunas en el intento de mantener fijo al bolívar en 2,15 el dólar. Por un lado, porque la inflación fue creciendo y ha llegado al 25-30% anual. Al devaluar, el gobierno confiesa el fracaso de los subsidios y de los mercados estatales para controlar los precios (hay un mercado negro de mercaderías oficiales). Un régimen social progresista no es aquel que compensa inflaciones galopantes con controles o subsidios a los precios, sino el que potencia el desarrollo de las fuerzas productivas mediante una planificación que involucre a las masas.

El cambio fijo estaba dislocando a la economía nacional, pues obligaba a la petrolera PDVSA a perder la mitad de sus ingresos (cuando transformaba los dólares en bolívares); los productores de oro habían amenazado, por las mismas razones, con cesar la producción de exportación. La distorsión llegó al punto que PDVSA comenzó a liquidar parte de sus ingresos en el mercado negro del dólar, algo manifiestamente ilegal, pero que le permitía engrosar su caja y también aplacar la cotización del dólar en el mercado paralelo. Para evitar el drenaje de dólares para la importación que provocaba el cambio fijo barato, el gobierno armó un verdadero desastre: emitió títulos públicos en bolívares pero que se pagan en dólares. Esto sigue ahora, aunque el precio de los títulos se fija en una subasta, con un gran beneficio para los compradores. La deuda venezolana sigue siendo una gran bicicleta que se revende en Nueva York con descuento; los dólares que se obtienen se liquidan en el mercado negro.

En el anuncio de la devaluación, Chávez denunció lo obvio: que la economía venezolana es rentista, o sea que depende del petróleo. Ni socialismo de siglo XXI ni capitalismo industrial – es la confesión del derrumbe de un nuevo planteo de nacionalismo burgués. La devaluación acentúa la estructura rentista, pues potencia los ingresos del petróleo. Para que esto no ocurriera, la devaluación debía haber ido acompañada con un impuesto progresivo a los grandes capitales y fortunas, y por el otro lado por un aumento equivalente a la devaluación de los salarios y jubilaciones. La devaluación no va a sustituir importaciones, porque la producción industrial equivalente no existe en Venezuela; para esto es necesario un plan y una centralización de recursos financieros, o sea la nacionalización de los bancos. Finalmente, este planteo supera la capacidad de acción de la camarilla militar y boliburguesa – como lo ha demostrado la purga por corrupción entre las elites banqueras del chavismo. Es posible que la devaluación reanime algunas acciones económicas con recursos fiscales, pero ellas no compensarán la mayor carestía que se abatirá sobre las masas.

Los izquierdo-chavistas, sean del stalinismo o del “trotskismo”, se han quedado con el rabo entre las piernas; han llevado a su gente a un impasse colosal. Pero la crisis desatada exige con urgencia que se convoquen a las instancias sindicales para elaborar un plan económico-político propio de la clase obrera y un plan de lucha.