Donald Trump y Jerusalén

La sorpresa con que fue recibido en los círculos oficiales internacionales el reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel, es obviamente un caso flagrante de hipocresía. El Congreso norteamericano lo votó hace más de veinte años, en 1995, pero no se hizo efectivo por sucesivas dispensas semestrales del Poder Ejecutivo de turno. Esto descarta cualquier objeción del sistema bipartidista de Estados Unidos a la proclama de Trump, incluida la construcción de una embajada en esa ciudad milenaria.


La crítica de que ese reconocimiento pone obstáculos o entierra la posibilidad de un “acuerdo de paz” sionista-palestino es simplemente un insulto a la inteligencia: esa perspectiva se encuentra bajo tierra desde hace mucho tiempo. La confiscación de asentamientos palestinos en los territorios ocupados por Israel en la guerra de 1967, avanza de forma implacable. El acaparamiento ininterrumpido de la totalidad de la Palestina histórica ha sido complementado, por parte del régimen sionista, con la proclamación de Israel como “Estado judío”, lo cual excluye de la soberanía política a los árabes palestinos residentes en sus actuales fronteras y en especial a los que queden atrapados en las futuras.


En la arquitectura más promisoria de los “dos Estados”, la población palestina retendría un 15% de los territorios, bajo la vigilancia política y militar de Israel, incluido el control de su sistema tributario eventual. En virtud de estos hechos consumados, los sectores progresistas de Palestina y de Israel han declarado muerta su reivindicación de “dos Estados”, y la han sustituido por la de un Estado único con derechos iguales para todos los ciudadanos, que incluye el retorno de los refugiados; de lo contrario, el avance continuo de la colonización sionista crearía un sistema de “apartheid” -en alusión al que rigió durante más de medio siglo en Sudáfrica. Un futuro Estado de Israel privado de la supremacía judía no es, sin embargo, más que una ensoñación febril: esa posibilidad está condicionada a la destrucción política (revolucionaria) del sistema estatal vigente.


Intervención imperialista en ruinas


La declaración de Trump, de todos modos, pretende más de lo que es capaz de conseguir. El ciclo de intervenciones militares por parte de Estados Unidos y sus asociados en Asia Central, desde la invasión en Afganistán, en Medio Oriente, se encuentra en ruinas -y en especial en la nación afgana. Ha visto la mayor ola revolucionaria en Medio Oriente, en especial el derrocamiento de Mubarak, en Egipto, como consecuencia de una insurrección popular. Se ha visto obligado a retirar gran parte de sus fuerzas militares de la región, para enseguida anunciar nuevos refuerzos; abandonar el método de guerra abierta por el de “persecución y destrucción”, al estilo de los ‘grupos de tareas’. Enfrentado a Irán, desde la revolución iraní de 1979 y la guerra Irak-Irán, tuvo que aliarse a los ayatollah para ocupar Afganistán y luego para derrocar a Saddam Hussein, lo cual ha dejado a Irak en manos de shiítas pro-iraníes.


El fracaso de la intervención en Siria, apoyando a fuerzas armadas por la CIA, ha sido reconocido en forma oficial; Putin se ha tenido que hacer cargo de la ‘pacificación’ del país mediante bombardeos masivos. Trump ha reforzado su presencia militar en Siria con al menos dos mil soldados. Estados Unidos ha alienado la alianza con Turquía, que integra la Otan, por el apoyo a los contingentes kurdos que combaten a Bashar al Assad en Siria, y ha tenido que admitir el remedio de alianza que han establecido el turco Erdogan y el ruso Putin -lo que explica la tentativa frustrada de derrocar al ‘sultán’ de Ankara por medio de un golpe.


Más grave aún es la desintegración política del régimen saudita, que tiene a la mitad de la familia real en la cárcel, y los golpes que recibe la alianza de emiratos, por un lado, y Estados Unidos y Gran Bretaña, por el otro, en la guerra con los hutus en Yemen.


El desmoronamiento del régimen saudita encuentra sus fundamentos en las insalvables contradicciones de su economía de despilfarro petrolero, pero por sobre todo en el desarrollo catastrófico internacional en todo Medio Oriente. Lo prueba el boicot a Qatar, que explota un riquísimo yacimiento de gas con Irán, que podría derivar incluso en una guerra. Qatar financia a Hamas en Gaza, al mismo tiempo que alberga la mayor base militar norteamericana en el Golfo Pérsico.


Arabia Saudita, en las condiciones de esta crisis generalizada, se ha convertido en el aliado principal de Israel. Varios observadores aseguran que el jefe de gobierno saudita convocó a Ryadh a Abbas, cabeza de la Autoridad Palestina, para intimarlo a que admita la soberanía integral de Israel sobre Jerusalén para conseguir el mentado ‘acuerdo de paz’ y los ‘dos Estados’. El Medio Oriente ha sido convertido en un polvorín de nuevas guerras imperialistas. Involucra a territorios y países que se encuentran en la “ruta de la seda” que busca abrir China, como corredor a Europa y Asia Central.


En este contexto, la declaración de Trump debe entenderse como parte de una política de mayores intervenciones y agresiones en Medio Oriente, esta vez enfocada en un choque contra el llamado “eje Irán-Hezbollah-Siria”, que ya ha provocado una crisis política en Líbano. La cuestión palestina ha sido relegada a una política de conjunto en la crisis internacional en la región; o sea, en una carta blanca a Israel en la colonización de los territorios ocupados y en convertir estos hechos consumados en parte de una alianza política con Egipto, Arabia Saudita y los emiratos.


Impotencia de los “críticos”


La inocuidad de los adversarios de Trump queda demostrada por el presidente Macron, de Francia, que en estos días recibirá a Netanyahu para amonestarlo por no ofrecer indemnización a las víctimas de la expropiación de tierras y destrucción de viviendas en los territorios ocupados y en el este de Jerusalén. La ‘preocupación’ de Macron y otros líderes de la Unión Europea pasa por la interdicción por parte de Trump a las inversiones petroleras de sus rivales en Irán, como ocurre con la francesa Total, a la que ha amenazado con fuertes multas financieras.


Se le adjudica a Putin una bienvenida ‘estilo Kremlin’ a la proclama de Trump: según sus diplomáticos, serviría para inclinar a más Estados árabes al campo de Moscú. No debe ser lo que piensa el nuevo zar de Rusia, que sabe que la Rusia restaurada carece de los medios económicos y políticos para imponer soluciones propias. Como lo demuestran las negociaciones acerca del fin de la guerra en Siria, Putin busca afanosamente un acuerdo con Trump -más allá del Medio Oriente. Ucrania y las sanciones económicas contra Rusia están en el tope de la agenda.


Cuentan las voces malignas que Richard Nixon intentó salvar su presidencia con una oferta diplomática a Israel que le ganara el apoyo del ‘lobby’ sionista en Washington. Es la intención que algunos le atribuyen ahora a la declaración de Trump, enfrentado a la acusación de ‘conspiración’ con Rusia durante la campaña electoral norteamericana. Las inmundicias de la política burguesa juegan un rol relevante en el mundo de los carreristas de esa política. Trump estaría preocupado también con una ausencia de protagonismo de su electorado evangelista en Arizona, donde se vota para el Senado la semana que viene, debido a que el candidato del oficialismo se encuentra abrumado de denuncias de acoso sexual a mujeres jóvenes. Trump necesita ganar para dar un sustento parlamentario mayor a su gobierno, que solamente sigue en pie por la complicidad de sus adversarios.


Trump sale también en socorro de Netanyahu, acusado de latrocinios enormes, incluida su mujer, que ha motivado manifestaciones de miles de personas en varias ciudades israelíes para reclamar su enjuiciamiento y encarcelamiento.


En Palestina, el sionismo gobierna con la complicidad de las autoridades y fuerzas de seguridad de la Autoridad Palestina, de una estrecha colaboración para perseguir a los activistas y luchadores. Para abatir la opresión sionista hay que limpiar este terreno. La conquista de la autodeterminación palestina y el regreso de los refugiados, así como la emancipación nacional y social en el Medio Oriente, depende por entero del desarrollo de conjunto de esta crisis internacional, por un lado, y de un abordaje socialista revolucionario de la vanguardia obrera, por el otro.