Ecuador, la recta final hacia el ballotage


Las encuestas arrojan un empate técnico de cara a la segunda vuelta de las elecciones ecuatorianas, que se desarrollarán el próximo 2 de abril. Aunque en la primera vuelta terminó muy por debajo del oficialismo, el banquero Guillermo Lasso cosechó rápidamente la adhesión del derechista Partido Social Cristiano (que salió tercero) y emparejó los guarismos.


 


En su intención de retener el poder, el oficialismo ha sacado a relucir el comportamiento de Lasso durante el “feriado bancario” de 1999. Esta especie de corralito a la ecuatoriana implicó una estafa a los depositantes que consistió en congelar los depósitos, entregar a cambio certificados, recomprarlos a la mitad de su valor y vendérselos al 100% al Estado, quebrando la banca pública.


 


Alianza País azuza el fantasma de un regreso a la noche neoliberal y a la inestabilidad política que marcó al país a fines de los '90. Presenta a Lasso, con razón, como un CEO con un precario armado político detrás de sí y las comparaciones con Macri son recurrentes.


 


Lasso, por su lado, explota el malestar popular ante la recesión económica y se presenta como el candidato del “cambio” frente al “autoritarismo” de la Revolución Ciudadana. A los ataques por el “feriado bancario”, les devuelve otro carpetazo: los escándalos relativos a Petroecuador y Odebrecht (aunque éstos también podrían salpicar a referentes opositores).


 


Pero detrás de estos choques hay una coincidencia en la aplicación de un ajuste severo frente a la crisis. Esta realidad, que implicará un salto en el ataque contra las masas, gane quien gane, exige un clima de colaboración de las fuerzas políticas.


 


Por eso, el oficialista Lenin Moreno remarcó en el mitin donde recibió el apoyo del Consejo de Gobiernos Parroquiales que será el presidente “del diálogo y la unidad” (El Telégrafo, 19/3). La misma colaboración debería buscar Lasso, que tendrá en contra a la Asamblea Nacional en caso de triunfar.


 


Al margen de sus divergencias en el modo de aplicarlo y en materia de política exterior, ambos candidatos son férreos defensores del ajuste.


 


Izquierda y movimientos sociales


 


En el contexto de un desenlace electoral abierto, tanto Lenin Moreno como Lasso han hecho un particular empeño en seducir a los movimientos sociales.


 


Dos autores que simpatizan con la Revolución Ciudadana han caracterizado (en un artículo crítico donde examinan el retroceso electoral de Alianza País) el alejamiento de ciertos movimientos (de la mujer, ecologistas, indígenas) como resultado -entre otros factores- de lo que sería el verticalismo de Correa e hicieron un llamado a “recrear una transversalidad” (Sin Permiso, 2/3) para evitar una derrota en el ballotage. Este debate tuvo su expresión en la discusión de las candidaturas en primera vuelta. Correa desautorizó cualquier concesión y acusó a la Coalición de Organizaciones Sociales de intentar apoderarse de las candidaturas del espacio y posteriormente del gobierno, ratificando la hegemonía de Alianza País en el reparto de lugares.


 


Para tratar de contener en el seno de la coalición oficial a los movimientos disconformes, e incluso marcando distancias con Correa, Lenin Moreno se ha mostrado dispuesto a una consulta popular sobre la extracción de petróleo en el parque Yasuni-ITT y prometió mayor control a la minería.


 


Sin embargo, el grueso de los movimientos sociales (como la Conaie) e incluso varias centrales obreras y sindicatos (UGTE, Maestros, Cedocut, CEOSL) se han pronunciado en apoyo a la candidatura de Lasso. La señal de largada la dio el general “Paco” Moncayo, que aglutinó a algunos de estos movimientos en la primera vuelta (cosechando el 7% de los votos).


 


Con la promesa de devolver la personería gremial al sindicato de maestros y poco más, Lasso canalizó el malestar de estas organizaciones con el régimen y logró su apoyo. “Es preferible un banquero a una dictadura” (La Nación, 23/2), fundamentó un referente ligado a la Conaie.


 


La izquierda ecuatoriana y los movimientos populares han quedado -casi en su totalidad- completamente entrampados ante una falsa polarización patronal. Y esto, en una América Latina donde se combinan el agotamiento de las experiencias nacionalistas y la debilidad de sus relevos políticos derechistas para abrirse paso -o sea ante una oportunidad política excepcional.


 


Esta aguda contradicción exige un debate.