El alcance del ataque de Trump contra los estudiantes extranjeros

El gobierno quiere reducir el número de alumnos extranjeros

Como parte de una cruzada xenófoba y represiva que incluye la militarización de las fronteras y el incremento de las deportaciones de los migrantes, el presidente Donald Trump viene desarrollando un ataque contra los estudiantes universitarios extranjeros y, en especial, contra aquellos que participan de manifestaciones, defienden planteos de izquierda y son críticos del Estado de Israel. Ya en el curso de la campaña electoral norteamericana, el magnate había prometido deportar a los alumnos foráneos involucrados en los acampes de 2024 contra el genocidio en la Franja de Gaza. Hoy, el principal referente de ellos, Mahmoud Kahlil, se encuentra detenido y bajo amenaza de expulsión.

En los últimos días, el Departamento de Estado ordenó a sus representaciones diplomáticas que suspendan las entrevistas para la entrega de visados estudiantiles o de intercambio a extranjeros, mientras termina de definir un programa que va a monitorear meticulosamente las redes sociales de los postulantes para verificar tanto antecedentes como opiniones políticas disruptivas. Lo había anticipado el secretario de Estado, Marco Rubio, en marzo: “una visa es un privilegio, no un derecho”.

El ataque de Trump es tanto de cantidad como de calidad. Exige reducir el número de estudiantes extranjeros, con el insidioso argumento de que le quitan la posibilidad de cursar a los norteamericanos, y demanda también una selección, ya que hoy se aceptarían, según su criterio, “personas provenientes de zonas muy radicalizadas en el mundo” (sic) y “lunáticos, radicalizados y agitadores” (mira quién habla).

Esta orientación lo ha llevado a un choque con algunas universidades, en especial con aquellas que tienen el promedio más alto de alumnos extranjeros, como Harvard (un poco más del 25% del total de sus 25 mil alumnos) y Columbia (40% del total).

Trump le exige a Harvard políticas más restrictivas de admisión, cambios en el gobierno y en los programas de estudio, ya que parte de la cruzada del magnate se dirige a los contenidos en materia de género, raza y clase. Demanda, también, la entrega de los registros informativos de los alumnos extranjeros, incluyendo los de las “protestas estudiantiles de los últimos cinco años”, según New York Times (reproducido por La Nación, 25/5).

Como mecanismo de presión, el presidente norteamericano congeló subvenciones estatales para investigación por 2.600 millones de dólares, ordenó la suspensión de convenios, amenazó con cortar ciertas exenciones impositivas y prohibió a Harvard matricular estudiantes extranjeros, lo cual fue bloqueado provisoriamente por la justicia.

En los campus universitarios prima ya, desde hace muchos meses, según recogen múltiples crónicas periodísticas, un clima de temor y de estupor ante la arbitrariedad del gobierno, que empuja a los alumnos extranjeros a la auto-censura, no ya en las redes y las calles sino incluso dentro de las aulas, ante el temor a una expulsión sumaria o la revocación de una visa.

El ataque contra los extranjeros en Estados Unidos deja planteada una pregunta obvia. ¿Cuánta distancia puede haber entre  el condicionamiento de la entrega de una visa a las opiniones políticas del solicitante, al castigo de la población nativa por sus propias opiniones? La ofensiva trumpista reviste un carácter gravísimo para todo el pueblo norteamericano, y se enmarca en su tentativa de imponer un régimen de poder personal.

La educación como un derecho

El enfrentamiento de Trump con Harvard trasluce una diferencia de criterios al interior de la clase capitalista. Los adversarios al magnate señalan que los alumnos extranjeros son un aporte económico importante para Estados Unidos (44 mil millones de dólares anuales en concepto de matrícula, cuotas, alojamiento, transporte, etc., según el Washington Post –reproducido por La Nación, 28/5), una fuente de mano de obra calificada para las empresas estadounidenses tanto dentro como fuera del país, e incluso una fuente de propaganda, ya que ayuda a difundir los “valores” norteamericanos en el extranjero.

Actualmente, el costo de estudiar en una casa de estudios de élite como Harvard bordea los 86 mil dólares anuales, desglosados en 60 mil dólares por matrícula y cuotas, y el resto en alimentación, libros y otros gastos, según un cálculo de Infobae Perú (23/5). Más allá del valor indudable que tiene para el desarrollo de la investigación universitaria el contacto con alumnos e investigadores de otras latitudes, la educación no deja de ser concebida bajo el capitalismo, parafraseando a Rubio, como un negocio y no como un derecho, y esto lo saben perfectamente Harvard, Columbia y todas las otras casas de estudio, que se nutren tanto de los ingresos que proporcionan alumnos nativos y extranjeros como de las subvenciones del Estado.

En este marco, no sorprende que algunas universidades hayan aceptado una negociación con Trump. A cambio del descongelamiento de 400 millones de dólares en fondos federales, la Universidad de Columbia aceptó a fines de marzo nombrar un nuevo vicerrector en  el departamento de Estudios de Medio Oriente, Asia Meridional y África (encargado de abordar el espinoso tema de Palestina), contratar 36 agentes de seguridad adicionales, que tendrán la potestad de detener a los alumnos, y prohibir a los estudiantes el uso de máscaras en las protestas. Sin embargo, los fondos aún no han sido restablecidos, por lo que Columbia ordenó a comienzos de mayo el despido de 180 empleados.

¿Hasta dónde seguirán las autoridades de Harvard la pulseada, y hasta qué punto están dispuestas a un compromiso con Trump, a costa del alumnado? La respuesta dependerá, sobre todo, de la lucha que el movimiento estudiantil y docente, y más en general los trabajadores norteamericanos, encaren contra las políticas fascistas del gobierno norteamericano.

Tras la embestida del magnate, es sintomático que la Unión Europea haya lanzado un plan de 500 millones de euros para acercar al Viejo Continente investigadores. Sin dudas, busca sacar tajada de una potencial fuga de cerebros desde Estados Unidos, con lo cual entran a tallar en el asunto, también, las disputas inter-imperialistas.

La cuestión del ataque de Trump a las universidades y los alumnos extranjeros plantea también una discusión sobre el sistema de enseñanza, sobre la educación entendida como un derecho y no como una mercancía, y la defensa de una educación pública, laica y gratuita.

Resoluciones del Foro Internacional contra la Persecución Política y la Represión
Se realizó el 26 de abril en formato online. -
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