El avance de la variante Delta y la responsabilidad del capitalismo

De la mano de la diseminación de la variante Delta, el coronavirus sigue haciendo estragos en el mundo, tanto en los países centrales como en los oprimidos. La contagiosa variante se encuentra presente ya en más de 130 países y ha elevado el umbral para alcanzar la inmunidad de rebaño a entre el 90 y el 95% de la población, cuando en algunos países la inmunización apenas está comenzando. La desigualdad en los ritmos de vacunación y la ausencia de políticas sanitarias serias (improvisación, levantamiento apresurado de cuarentenas, desfinanciamiento y falta de centralización de los sistemas de salud), permiten que el virus siga mutando y no deje de ser una amenaza. Los gobiernos capitalistas, que anteponen el lucro a la salud de la población, son responsables de la dilación de la enfermedad.

En Estados Unidos, los casos se sextuplicaron en julio, llegando a un promedio de 80 mil diarios, números que no se registraban desde febrero. Las muertes también crecieron y se triplicaron las hospitalizaciones. Si bien las cifras de decesos e infecciones están muy por debajo de los peores momentos de la pandemia, y esto en gran medida responde al proceso de vacunación (más de la mitad de la población ya tiene las dos dosis), el repunte y la velocidad con que se propaga la nueva variante han obligado a numerosos estados a reimponer el uso de los barbijos.

Mientras los sanitaristas afirman que la variante Delta exigirá un mayor nivel de vacunación para lograr la inmunidad de rebaño, Estados Unidos está viendo cómo se empantana el ritmo de inmunización, debido a la resistencia de franjas de la población, en las que hace mella la propaganda antivacunas. Este fenómeno, que se repite en otras partes del mundo, no debería sorprender, considerando la cantidad de mandatarios y medios de comunicación que han desmerecido la gravedad del virus, que han alentado tratamientos alternativos sin ninguna comprobación científica, o que han sembrado intrigas respecto a las vacunas.

En China, que había logrado controlar el virus tras el brote inicial en Wuhan, aparecieron algunos centenares de casos de la variante delta que obligaron al gobierno a reimponer medidas de aislamiento social. En la propia Wuhan se registraron casos. Los números son ínfimos en relación a la población que tiene el gigante asiático, pero el radio geográfico en que se encuentran los infectados es mayor que en los brotes anteriores, y además estamos hablando de una variante más contagiosa. Parte de este rebrote se debe a contagios que proceden de la vecina Myanmar, donde se han disparado los casos, escasea el oxígeno y el sistema sanitario colapsó, debido a que la dictadura militar despidió y encarceló a médicos y enfermeros que participan del movimiento de desobediencia civil.

En el Sudeste Asiático, del que forma parte la ex Birmania, la pandemia está golpeando con furia en las últimas semanas. Una región que se había visto relativamente a salvo del virus empezó a verse fuertemente afectada, especialmente Indonesia, que es el cuarto país más poblado del mundo. Vale señalar que, además de esta región del mundo, países como Irán, Irak, Japón y Libia están experimentando los niveles más altos de contagios en lo que va de la pandemia.

En la India, cuna de la variante delta y de un catastrófico brote en abril, los casos han disminuido. Pero están apareciendo investigaciones sobre el subregistro de casos. Se estima que el número de muertes en el país podría ser de hasta 4 millones, muy por encima de los 400 mil decesos oficiales (Página 12, 20/7). Las denuncias por subregistro de casos y muertes envuelven a numerosos países.

Mientras tanto, en Europa crecen los casos en España, Francia, Italia y el Reino Unido. Los países del viejo continente levantaron todas las restricciones sociales, en medio de la variante delta y de las vacaciones de verano.

De la misma manera que hay dificultades para vacunar a una parte de la población, bombardeada por campañas oscurantistas y reaccionarias, están aquellos que quieren vacunarse y no pueden hacerlo por falta de inmunizantes. El capitalismo nos presenta los dos problemas.

La desigualdad en los ritmos de vacunación es un problema verdaderamente crítico que complica la eficiencia de un combate global contra el Covid. Mientras que en EE.UU y algunos países de Europa Occidental más de la mitad de la población tiene las dos dosis de vacunación, en Afganistán esa cifra es de apenas 0,6%. En Túnez, el país más avanzado de África en la materia, de solo el 8%. Los monopolios farmacéuticos, mientras tanto, están haciendo ganancias históricas. La Unión Europea convalidó un aumento del 25% en un contrato de mayo por provisión de vacunas con Pfizer y Moderna. Investigaciones anteriores revelaron que los costos por unidad oscilan entre los 60 centavos y los 2 euros, pero los inmunizantes se venden a más de 18 euros.

Frente a todo este panorama, como decíamos, el virus encuentra terreno para producir mutaciones más contagiosas y resistentes. La propia variante delta ya conoce una subvariante, la Delta plus, en tanto que en California se detectó la Epsilon.

Una pandemia, por definición, exige una salida y una respuesta de tipo global y no un sálvese quien pueda entre los diferentes Estados. El capitalismo no puede ofrecerla y nos condena a un abordaje tortuoso de la enfermedad, que se va dilatando en el tiempo. Lo hace en nombre de la economía, pero sin embargo no da ni lo uno ni lo otro, porque la pandemia significa para las masas tanto muerte como hambre.

Necesitamos otro abordaje: centralización del sistema de salud, abolición de patentes y estatización bajo control obrero de los pulpos farmacéuticos, comisiones de seguridad e higiene en los lugares de trabajo y los barrios, prohibición de despidos y seguro al parado e informales para que puedan sobrellevar las medidas de aislamiento social que resulten necesarias.

Necesitamos otro régimen social.