El bloqueo a Cuba y la guerra comercial entre EE.UU. y Europa

¿El mundo capitalista se rebela contra el gobierno de Estados Unidos en defensa de Cuba?


Tal parece ser la interpretación más frecuentemente escuchada ante la unánime reacción internacional a la implementación, por parte del gobierno norteamericano, de la ‘ley Helms-Burton’, que establece una serie de sanciones a las empresas de terceros países que realicen inversiones en Cuba o comercien con ella.


En la Oea –el conocido ‘ministerio de colonias’ norteamericano– se aprobó (con el voto a favor de gobiernos tan declaradamente proimperialistas como el argentino, el salvadoreño y el panameño) una “sorprendente” (Página/12, 5/6) resolución de repudio. Lo mismo hizo la Unión Europea que –al igual que la Oea– solicitó un pronunciamiento de organismos internacionales acerca de la dudosa ‘legalidad’ de una ley que pone al alcance de los tribunales norteamericanos a las empresas de todo el mundo. Países con estrechas relaciones económicas y políticas con los Estados Unidos –como México, Canadá, Gran Bretaña, Alemania y Francia– recurrieron incluso al lenguaje ‘pesado’ de amenazar con represalias si sus empresas fueran sancionadas. Rusia y Australia también se sumaron al coro de protestas … en el cual una de las voces más destacadas es la de las propias empresas y ‘lobbys de negocios’ de los Estados Unidos …


¡Hasta el mismísimo Vaticano repudió la ‘ley Helms-Burton’!


Negocios


En la última década ha tenido lugar un vasto proceso de inversiones capitalistas en Cuba que, comenzando por el turismo, se ha extendido a prácticamente todas las ramas de la economía. Además de la hotelería y el turismo –dominados por grupos españoles– distintos grupos capitalistas han logrado copar la economía cubana, desde las telecomunicaciones (Domos de México y la Stet italiana) hasta la fabricación de materiales de construcción (Cemex, de México) y la explotación de minerales estratégicos (compañías mineras canadienses).


Las inversiones se han concentrado en los rubros del comercio exterior: la multinacional canadiense Sherritt se encarga de la explotación y la exportación del níquel, y otra empresa canadiense, la York Medical, acaba de firmar un convenio para la venta mundial de los productos biotecnológicos cubanos. Al mismo tiempo, un consorcio anglo-holandés de bancos y empresas comercializadoras de azúcar ha tomado en sus manos la financiación de la cosecha azucarera: “el efecto positivo de la inyección de capitales externos ya se ha hecho visible”, permitiendo “superar la desastrosamente baja cosecha del 94/95”. La financiación totalizó 130 millones de dólares y alcanzó a sólo nueve de las trece provincias azucareras de la isla en 1995/96; para 1996/97 superará los 200 millones y llegará a todas las provincias, lo que ha llevado al gobierno cubano a pronosticar que logrará superar la previsión de 4,5 millones de toneladas de azúcar (Financial Times, 6/6). Con todo, y según el propio Ibrahim Ferradaz, ministro cubano de inversiones extranjeras, “hoy, el mayor flujo de inversiones se dirige a la minería y a la prospección petrolera” (Gramma, 1/5).


El ritmo de esta penetración es notorio: sólo entre marzo y mayo fueron aprobados 200 nuevos proyectos de inversión (Gazeta Mercantil, 8/5), en su mayor parte mexicanos y canadienses. Según el propio gobierno mexicano, 2.000 empresas de ese país mantienen inversiones o relaciones comerciales con Cuba; las mayores 30 totalizan una inversión superior a los 2.000 millones de dólares (La Prensa, 26/5). En este marco, Cuba estableció una decena de “acuerdos de cooperación económica y protección de inversiones” con países como Alemania, Italia, Gran Bretaña y España.


De conjunto, se estima que “las inversiones extranjeras en Cuba en los últimos años alcanzaron los 5.000 millones de dólares” (Foreign Affairs, mayo/junio de 1996). Aunque “según el Consejo Económico y Comercial Norteamericano-Cubano (que agrupa a 136 grandes y medianas empresas norteamericanas) sólo el 10% de las inversiones prometidas se ha materializado efectivamente”, el proceso de inversiones externas en Cuba “representa una tendencia que continuará ganando fuerza, incluso si continúa el embargo” (ídem).


Guerra comercial mundial


Los datos mencionados nos están diciendo que la crisis desatada en torno a Cuba tiene que ver con una guerra comercial de alcance mundial.


Las disputas en torno a las telecomunicaciones impidieron, recientemente, una apertura de los principales mercados nacionales. El mismo conflicto comercial se ha puesto de manifiesto en textiles, aviación comercial, construcción de aviones y barcos, computadoras, y en las licitaciones para las construcciones gubernamentales, la financiación del comercio exterior o las leyes de patentes.


China es uno de los escenarios más disputados. La Airbus europea acaba de obtener un contrato millonario para asociarse con empresas oficiales en la construcción de aeronaves para servicios regionales, un ‘bocado’ por el que luchó salvajemente con la Boeing norteamericana. La competencia de los distintos pulpos automotrices por obtener los ‘contratos chinos’ es sangrienta, y en el campo de las telecomunicaciones, las empresas norteamericanas vienen intentando desde hace años –sin éxito– desplazar a la Alcatel francesa.


En su medida, Cuba es uno de esos tantos ‘teatros de guerra’, lo que explica que The Washington Post (4/5) caracterice que “el inusualmente duro ataque europeo contra la ley Helms-Burton es sólo la punta del iceberg de la rivalidad comercial entre Estados Unidos y Europa en el Tercer Mundo”. Exactamente, esta rivalidad comercial es la que explica la enorme movilización política de los gobiernos europeos y la gravedad de las amenazas que lanzaron contra Estados Unidos. Alemania firmó un acuerdo de cooperación económica con Cuba pocas horas después de que la ‘ley Helms-Burton’ fuera promulgada; el vicecanciller británico Malcom Riffkind no tuvo recelos en señalar que “Estados Unidos amenaza la unidad de Occidente”, y el presidente francés Jacques Chirac anunció represalias contra las empresas norteamericanas en Francia si se aprobara el ‘proyecto D`Amato’ –similar a la ‘ley Helms-Burton’, dirigido contra los países que comercian con Libia e Irán. De conjunto, “diplomáticos de la Unión Europea advirtieron que toda la atmósfera de las relaciones económicas transatlánticas” está en cuestión (Financial Times, 24/5). A la luz de todas estas amenazas y contra-amenazas, The Washington Post (4/5) concluye que esta “rivalidad comercial puede provocar un serio daño a las relaciones estratégicas entre Estados Unidos y Europa”.


No se trata sólo de Europa, porque la violenta reacción de los gobiernos de Canadá y México plantea un principio de disolución del Nafta –el acuerdo comercial que los une a los Estados Unidos. La envergadura de los enfrentamientos, como puede verse, supera en mucho la mera ‘cuestión cubana’.


La ley y el bloqueo


La ‘ausencia’ de empresas estadounidenses –como consecuencia del bloqueo– fue aprovechada por los europeos, los canadienses y los mexicanos para ‘copar’ un mercado que, hasta la Revolución, había sido un ‘coto cerrado’ para el capital norteamericano. La penetración capitalista en Cuba no tiene sólo en cuenta la potencialidad del mercado interior cubano o de sus exportaciones; está directamente dirigida a montar una ‘base de operaciones’ europea de cara a los Estados Unidos, “con la expectativa de que el embargo será levantado después de las elecciones norteamericanas, especialmente si Clinton gana la reelección”, lo que provocaría “un incremento sustancial del valor de estas inversiones” (Foreign Affairs, mayo/junio de 1996). Si Gran Bretaña bien puede ser un ‘portaviones comercial’ japonés en las puertas de Europa, ¿por qué Cuba no puede serlo del capital europeo en las puertas de Estados Unidos?


El levantamiento del bloqueo (que permitiría a las empresas norteamericanas barrer con sus competidores) depende, naturalmente, de un acuerdo político general entre los gobiernos de Cuba y Estados Unidos. La ‘ley Helms-Burton’–que impone sanciones a las empresas que comercien con Cuba y permite a las empresas que han sido expropiadas por la Revolución presentarse a los tribunales estadounidenses a reclamar indemnizaciones de las que ‘trafiquen’ con esas propiedades– sirve para preparar el terreno para un eventual levantamiento del bloqueo. En primer lugar, al intentar ‘correr’ de Cuba a los competidores de las empresas norteamericanas.


Todas las evidencias, sin embargo, indican que difícilmente la ley tenga éxito en este cometido. Las empresas canadienses, mexicanas y europeas que comercian con Cuba, en su absoluta mayoría, anunciaron que continuarán sus operaciones en la isla. El caso de la cadena hotelera española Sol Meliá es ilustrativo: esta cadena –17º en la escala mundial y principal operador hotelero de Cuba– anunció que se propone aumentar su capital para ampliar sus operaciones en la isla: el Financial Times (7/6) pronostica que la suscripción de nuevas acciones por un valor de 275 millones de dólares será íntegramente vendida en las Bolsas de Madrid y de Londres … a pesar de las amenazas norteamericanas.


La ley Helms-Burton, sin embargo, ofrece una ‘salida’ a su previsible fracaso al establecer en “una cláusula poco conocida”, que los antiguos propietarios expropiados que se presenten a los tribunales norteamericanos y sus actuales poseedores, “si quieren evitar un litigio prolongado pueden alcanzar un acuerdo extrajudicial que no requiere la aprobación del gobierno norteamericano”, por el cual los antiguos propietarios pasarían a compartir los beneficios de las empresas que operan en Cuba (The Washington Post, reproducido por The Guardian Weekly, 17/3). Así, “en realidad, la ley Helms-Burton le otorga a la comunidad de exiliados cubanos (pero también a las empresas norteamericanas que operaban en Cuba, como la ITT) una fuerte participación financiera en Cuba” (ídem).  En resumen, la ley servirá para establecer el “costo adicional” de una “asociación forzosa” entre las empresas que operan en Cuba y los antiguos propietarios para repartirse los beneficios que obtengan las primeras. ¿Qué tal?


Zonas francas


La respuesta oficial cubana a la ley Helms-Burton fue la creación de “zonas francas”, en las cuales los inversores externos contarán, según el ya citado ministro Ferradaz, de “ventajas impositivas, crediticias e incluso laborales (sic)” (Gramma, 1/5) respecto de las ya establecidas en la generosa ley de inversiones extranjeras.


Los comentaristas norteamericanos señalarán que esta nueva ‘reforma’ introducida por el régimen castrista es la consecuencia del fortalecimiento del bloqueo, mientras los europeos señalarán que, por el contrario, es la consecuencia de la integración comercial. Unos y otros, claro, justifican su propia política y racionalizan sus propios intereses, pero lo cierto es que, con las ‘zonas francas’ el régimen cubano agudiza su subordinación al capital mundial de conjunto.


Entre las tenazas del bloqueo, de una parte, y las de la penetración capitalista, de la otra, la política oficial convierte a Cuba en la víctima pasiva de los acuerdos globales que puedan establecer los grandes pulpos para un reparto de ‘áreas de influencia’ en el mundo.