El capital tampoco sabe de niñez

Una denominada "Marcha mundial contra el trabajo infantil" se puso en marcha desde enero pasado con un contingente que partió desde las Filipinas, un segundo grupo que salió de Brasil en febrero y un último contingente partiendo de Sudáfrica en marzo. La "Marcha mundial" llegó a tierras europeas pisando el suelo galo, y puso fin a su recorrido en la ciudad de Ginebra, con una concentración frente a la sede de la OIT (Organización Mundial del Trabajo) hacia fines de junio pasado.


El propósito de los organizadores de la Marcha era "llamar la atención de todos acerca de la explotación de la que son víctimas los niños, y urgir a los responsables del Trabajo, a nivel mundial, a tomar las medidas que se imponen para que cada niño tenga el derecho a la protección y al acceso a la educación" (1).


Las burocracias sindicales han decidido no darse por enteradas del problema de la explotación infantil, y se dio el caso, en Francia por ejemplo, de que la secretaría de coordinación de la "Marcha" quedó a cargo del Socorro católico.


La OIT estima que actualmente en todo el mundo entre 250 y 300 millones de niños menores de 14 años trabajan en condiciones de moderna esclavitud. En función de las presentes tendencias la OIT calcula que la cifra llegará a los 400 millones hacia fin de siglo.


Para el investigador francés Michel Bonnet "la escolarización de los niños constituye una protección sistemática contra su ingreso al trabajo" (2). Es fácil deducir, entonces, que la sistemática destrucción de la educación estatal y gratuita tiene como correlato el reforzamiento de las tendencias al crecimiento explosivo de la explotación del trabajo infantil, que según la OIT aumentó de 73 a 250 millones en el lapso de ... 3 años !! Es decir, una tasa de crecimiento que es infinitamente superior a las de cualquier otro indicador social o económico (crecimiento vegetativo, PBI, productividad, etc).


Un breve pantallazo de casos de explotación infantil alcanza para que cualquier trabajador se llene de bronca. En Brasil trabajan 7 millones de niños, muchos de ellos en las plantaciones de azúcar, donde cortan la caña a machetazos (lo que les provoca amputaciones accidentales de dedos y manos). Los niños que trabajan en los cafetales de Tanzania son rociados, ellos también, con pesticidas. Los niños que en la India laboran en las fábricas de vidrio trabajan 14 horas al día por un jornal de 40 centavos de dólar.


Pero la escala de esta tragedia social no es siquiera patrimonio exclusivo de los países ‘subdesarrollados’, sino que abarca enteramente al denominado ‘Primer Mundo’. En Portugal e Italia, los menores son empleados preferentemente en trabajos de alto riesgo (la construcción) o de escasa salubridad (curtiembres). En la Inglaterra post-thatcheriana la mayoría de los chicos de 15 años ya trabajan. Y en las granjas de varios estados de EE.UU el 50% de los niños que allí trabajan —en su mayoría latinos o asiáticos— son víctimas de los pesticidas.


En resumidas cuentas, la realidad indica que unos 250 millones de niños que deberían estar creciendo, jugando, recibiendo una educación (junto con el aumento del trabajo infantil crece el número de analfabetos), relacionándose con otros niños; viven en cambio bajo la férula de la plusvalía y el beneficio capitalista. Obviamente, bajo estas brutales condiciones, la próxima estación del desarrollo para estos niños no es ya la de convertirse en adultos, sino en experimentadas "bestias de carga".


Capital y trabajo infantil


Karl Marx había comprobado que en épocas del ascenso del capitalismo el trabajo infantil era un elemento constitutivo más de la manufactura moderna, tanto en la gran industria como en el "trabajo a domicilio", siendo particularmente excesivo, penoso y brutal en el caso de la explotación de minas de car-bón, de hulla, y la fabricación de tejas y ladrillos (3).


En esta fase del desarrollo capitalista, con la creciente división del trabajo, la conquista de nuevos mercados, etc., el significado social del trabajo infantil era el de bajar el valor de la fuerza de trabajo, alargar la jornada de trabajo (plusvalía absoluta), incrementar la intensidad del trabajo (plusvalía relativa), formar plantillas más dóciles y manejables, y debilitar fuertemente el poder de los sindicatos.


Hace casi 30 años, el entonces presidente del Banco Mundial, Robert McNamara, comparaba los 600 dólares que‘costaba’ la vida de un niño del Tercer Mundo, con el ‘gasto’ de 6 dólares necesarios para evitar su nacimiento (4). Retórica neo-malthusiana detrás de la cual venían los brutales asesinatos de los ‘chicos de la calle’, que ahora parecen haber quedado atrás… Pero la lógica del capital sigue aún vigente, porque los niños son fuente de enormes beneficios para los capitalistas, no sólo por ser superexplotados en función laboral, sino también por el negocio del‘comercio sexual’ (prostitución), o a través del tráfico de menores. Todas estas ‘actividades’ son organizadas por grandes corporaciones multinacionales (líneas aéreas y turismo, entre otras), que cuentan con la complicidad de los funcionarios estatales. En países como República Dominicana la prostitución infantil se convirtió en un "factor macro económico" que permite "equilibrar la balanza de pagos" y así pagarle la deuda externa al capital financiero internacional (5).


En resumen, históricamente jamás existió un capitalismo que, en algún grado, no necesitara imperiosamente de la violencia o de la explotación infantil.


El significado social


La primera relación que los trabajadores deben establecer para poder resolver el problema de la explotación del trabajo infantil, es que se trata de un proceso que se desarrolla paralelamente al del aumento explosivo de la desocupación (800 millones a escala mundial). Cada niño explotado es la contrapartida de un adulto sin empleo. ¿Por qué? Los capitalistas les aplican a los niños toda las cláusulas de la ‘flexibilidad’que, de conjunto, aún no pudieron imponerle a la clase obrera adulta : ‘polifuncionalidad’, ‘contratos individuales’, eliminación de indemnizaciones, vacaciones y aguinaldos. Los diversos investigadores del tema, señalan que los empleadores se "benefician de la docilidad de los niños…que …no pueden formar sindicatos para cambiar su situación".


Otra faceta que adquiere la "tercerización" y "subcontratación" de la producción por los grandes pulpos imperialistas en los países atrasados, es precisamente el ingreso masivo de los niños al "mercado laboral" en las condiciones más salvajes de negrerismo. Lo expuesto permite entender cómo el trabajo infantil llegó a alcanzar, en términos de porcentaje sobre el total de la fuerza laboral, el 22% en Africa, el 15% en Asia y el 8 % en América Latina y Oceanía.


Ante el cuadro mundial de crisis, sobreproducción y caída de la tasa de ganancia, el explosivo aumento de la explotación infantil tiene el mismo propósito que Marx señalaba a propósito del siglo XVIII, es decir: reventar los salarios, reventar la previsión social, ir a fondo con la ‘flexibilidad’ .


Preocupada por la envergadura de la crisis mundial de la economía capitalista, la burguesía busca una ‘salida’ y no duda en marchar hacia la imposición a escala global del más bárbaro ataque a las condiciones de vida de las masas, del cual los niños también son víctimas directas.


Con este panorama, está claro que el problema de la explotación infantil nunca puede encontrar solución mediante súplicas o pedidos a los mismos gobiernos capitalistas que ‘flexibilizan’, firman la "Declaración universal de los derechos del niño", o a través de instituciones burguesas como UNICEF.


Requiere que sea tomado por el conjunto del movimiento obrero. Si la clase obrera, con sus propias organizaciones, no toma en sus manos el problema del trabajo infantil, no habrá solución alguna. Sólo imponiendo su dominación política en la sociedad, podrá abrirse una perspectiva de bienestar y progreso. De otra manera serán entonces la burguesía, su Estado y sus partidos, quienes eliminen todas y cada una de las conquistas históricas del proletariado, entre ellas (claro está) la protección a la niñez.


La triste realidad que sufren millones de trabajadores y sus hijos, a lo ancho del mundo, hace que nunca sea lo suficientemente trillada aquella disyuntiva que tanto utilizaba Rosa Luxemburgo: socialismo o barbarie.