Internacionales
2/9/2004|866
El clero shiíta negocia con los yanquis
Acuerdo en Najaf
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Después de tres semanas de bombardeos que destruyeron la ciudad hasta sus cimientos y dejaron cientos de muertos y heridos, las tropas norteamericanas desistieron de su intento de desalojar de Najaf (la ciudad santa de los shiítas, al sur de Irak) cuando el clérigo Al Sadr aceptó un acuerdo político con el ayatollah Alí Sistani, la máxima autoridad religiosa shiíta, que fue refrendado por el gobierno provisional y los norteamericanos.
El acuerdo establece el cese del fuego y el retiro de la ciudad santa de las milicias y de las tropas norteamericanas; y la entrega del control a la policía del gobierno títere. Las milicias se retiran con sus armas y la inmunidad de Al Sadr. El gobierno provisional se hace cargo de la indemnización de las víctimas y sus familiares.
El resultado del acuerdo es contradictorio, pero está conforme a la política de fortalecer1! las fuerzas represivas del gobierno títere. Aunque el primer ministro Alawi, un agente en la nómina de la CIA, pretendía una salida militar, los partidos shiítas oficiales impusieron el armisticio.
Según la prensa británica, el retomo de Sistani, que había ido a Londres a tratarse de “dolencias cardíacas”, era la “última alternativa” para un acuerdo negociado en Najaf (Financial Times, 26/8). Su ausencia de Najaf durante las tres semanas de bombardeos fue interpretada como una “carta blanca” para la represión contra Sadr (ídem).
Luego del acuerdo de Najaf la asamblea de las mayores autoridades shiítas de Irak, La Maijaiya, reunida en Najaf luego del cese del fuego, resolvió abandonar la lucha armada: “Aún no hemos agotado las soluciones pacíficas para poner fin a la ocupación”, declaró su vocero (Clarín, 29/8). Al día siguiente, Al Sadr anunció que “pasaría a la actividad política” y que convertiría a sus milicias en “un partido” (Le Monde, 31/8).
La dirección shiíta encabezada por Sistani apoya la “institucionalización” de la ocupación, a través del proceso electoral que tendría lugar en el 2005. Sistani no se había opuesto a la invasión ni llamado a “tomar las armas” contra el ocupante.
Gracias a Sistani, la rebelión shiíta ha sido temporalmente desactivada. Los ocupantes pretenden, sin embargo, imponer sus propios hombres al frente de Irak. Como lo dice el Consejo de los clérigos sunnitas, “Washington quiere que alguna gente con ciertas ideas dirija Irak” (El País, 27/8). Los choques, en consecuencia, son inevitables.
O sea que la ocupación no sale del pantano.