El clero shiíta negocia con los yanquis

Acuerdo en Najaf

Después de tres semanas de bombardeos que destruyeron la ciudad hasta sus cimientos y dejaron cientos de muertos y heridos, las tropas norteamericanas desis­tieron de su intento de desalojar de Najaf (la ciudad santa de los shií­tas, al sur de Irak) cuando el clé­rigo Al Sadr aceptó un acuerdo po­lítico con el ayatollah Alí Sistani, la máxima autoridad religiosa shiíta, que fue refrendado por el gobierno provisional y los nortea­mericanos.


El acuerdo establece el cese del fuego y el retiro de la ciudad santa de las milicias y de las tropas nor­teamericanas; y la entrega del con­trol a la policía del gobierno títere. Las milicias se retiran con sus ar­mas y la inmunidad de Al Sadr. El gobierno provisional se hace cargo de la indemnización de las víctimas y sus familiares.


El resultado del acuerdo es con­tradictorio, pero está conforme a la política de fortalecer1! las fuerzas represivas del gobierno títere. Aunque el primer ministro Alawi, un agente en la nómina de la CIA, pretendía una salida militar, los partidos shiítas oficiales impusie­ron el armisticio.


Según la prensa británica, el retomo de Sistani, que había ido a Londres a tratarse de “dolencias cardíacas”, era la “última alterna­tiva” para un acuerdo negociado en Najaf (Financial Times, 26/8). Su ausencia de Najaf durante las tres semanas de bombardeos fue inter­pretada como una “carta blanca” para la represión contra Sadr (ídem).


Luego del acuerdo de Najaf la asamblea de las mayores autorida­des shiítas de Irak, La Maijaiya, reunida en Najaf luego del cese del fuego, resolvió abandonar la lucha armada: “Aún no hemos agotado las soluciones pacíficas para poner fin a la ocupación”, declaró su vocero (Clarín, 29/8). Al día siguien­te, Al Sadr anunció que “pasaría a la actividad política” y que conver­tiría a sus milicias en “un partido” (Le Monde, 31/8).


La dirección shiíta encabezada por Sistani apoya la “institucionalización” de la ocupación, a través del proceso electoral que tendría lugar en el 2005. Sistani no se ha­bía opuesto a la invasión ni llama­do a “tomar las armas” contra el ocupante.


Gracias a Sistani, la rebelión shiíta ha sido temporalmente de­sactivada. Los ocupantes preten­den, sin embargo, imponer sus pro­pios hombres al frente de Irak. Co­mo lo dice el Consejo de los clérigos sunnitas, “Washington quiere que alguna gente con ciertas ideas di­rija Irak” (El País, 27/8). Los cho­ques, en consecuencia, son inevita­bles.


O sea que la ocupación no sale del pantano.