Internacionales
12/3/1992|352
Crisis mundial
El colapso del Japón
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Cuando hace ya un año y medio las -economías anglosajonas" (EE. UU., Gran Bretaña, Canadá, Australia) entraron en una recesión profunda y prolongada, los “economistas oficiales” de todo el mundo aseguraron que Europa y Japón “salvarían” al capitalismo del “purgatorio" de una recesión mundial.
Pero Europa cayó enseguida en una recesión. En lo que hace a Japón, en las últimas semanas se han acumulado las evidencias de que la recesión también llegó allí.
Los índices de producción japoneses están cayendo desde octubre y se espera que continúen declinando (International Herald Tribune, 27/2); las ganancias de los grandes pulpos industriales cayeron más del 10% para toda la economía (Ámbito Financiero, 3/3) pero en las “industrias estratégicas” (electrónica, siderurgia) la caída de los beneficios fue del 60%; la inversión en plantas y equipos, en consecuencia, se reducirá en 1992 (por primera vez en más de una década).
Sin embargo, “el principal problema es la caída del valor de los activos y su reflejo en los bancos” (Gazeta Mercantil, 31/12). Desde principios de 1990, el valor de las acciones se redujo un 55%; ¡lo que equivale a una desvalorización de capitales de dos billones de dólares!; algunos especialistas (Wall Street Journal, 25/2) pronostican que la caída de la Bolsa continuará hasta “evaporar" otro billón de dólares. Un editorialista del Wall Street Journal (25/2) llega a afirmar que “el sistema financiero de Japón está explotando”, porque “es una pirámide de activos falsamente valuados”. La Gazeta Mercantil calcula en 300.000 millones de dólares las pérdidas de los bancos en 1991 como consecuencia de la caída de los precios de las acciones y los inmuebles.
La crisis financiera alteró radicalmente los movimientos del capital japonés en el mercado mundial. Durante la década pasada, Japón financió el endeudamiento de sus competidores, en Particular EE.UU. Desde 1991, por el Entraño, la tendencia es a la repatria- del capital japonés. Japón ha dejado de “financiar” el déficit comercial a sus rivales para convertirse, al revés; en una gigantesca aspiradora de capital mundial. La “huida "de los capitales japoneses de los Estados Unidos se hizo sentir recientemente en las dificultades para colocar una reciente emisión de bonos a 30 años del Tesoro norteamericano, las que sólo se superaron mediante un aumento de la tasa de interés. El problema es que cada punto de esta tasa representa una carga de 30.000 millones de dólares por año para el presupuesto de EE.UU.
A Japón le cabe la misma apreciación que Paul Volcker (ex presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos) ha hecho sobre la economía norteamericana: “no estamos en una bajada cíclica normal sino en una circunstancia muy poco común caracterizada por la alta deuda acumulada durante la última década” (Clarín, 23/2). Lo que Volcker denomina “una circunstancia muy poco común” ha sido graficada de la siguiente manera por un analista de la industria electrónica (WSJ, 24/2) “Hay demasiada gente haciendo videocaseteras y demasiado gente haciendo chips”. ¡Pero lo mismo vale para la industria automotriz, para la del acero, para la de la construcción aeronáutica o, ni qué decir, para la producción agrícola!
El capitalismo no puede salir de esta crisis como lo ha hecho en otras oportunidades, o sea con más gasto estatal o inflando la especulación. Esta “circunstancia poco común” reclama una decisiva recuperación de los beneficios, para lo cual son necesarias dos condiciones: aumentar en gran escala a la clase obrera y eliminar del mercado a la mayor parte del capital sobrante, esto mediante una ola de quiebras. Un botón de muestra de este proceso es la desaparición de la industria automovilística británica, un camino que siguen la siderurgia británica y francesa (¡ni que hablar de las automotrices y siderúrgicas argentinas y brasileñas!) y aún de toda la electrónica europea.
La crisis política que tiene por epicentro al deterioro de Bush; el fracaso de las discusiones comerciales internacionales; la crisis política japonesa; la previsible caída de Mitterrand, en Francia y de Major, en Gran Bretaña; la crisis de la unidad europea que se manifiesta en la exclusión que afecta a Italia y a Bélgica; todo esto tiene que ver con el ingreso del capitalismo mundial a un largo período de acentuados desequilibrios económicos.
Del desenlace de esta gigantesca lucha mundial, en la cual intervienen las masas en forma cada vez más acentuada, dependerá el destino de la ex-URSS y por supuesto el de América Latina.