El conflicto fronterizo entre Venezuela y Colombia

Uribe y Obama más narcotraficantes, contrabandistas y parapoliciales

Tropas venezolanas están desplegadas en la frontera con Colombia y Hugo Chávez habla nuevamente de “vientos de guerra” después de la captura en Venezuela de un par de presuntos espías de la DAS (Departamento Administrativo de Seguridad) colombiana, y del asesinato en el Estado fronterizo de Táchira de ocho ciudadanos colombianos, un peruano y un venezolano.

Mientras tanto, como publicó Prensa Obrera en su edición anterior, documentos del Pentágono revelados recientemente han dado definitivamente por tierra la especie de que las bases norteamericanas en Colombia tienen por objetivo combatir la guerrilla y el narcotráfico en ese país, lo cual ya sería por cierto grave. En cambio, ahora se sabe que esas bases estarán provistas con aviones C-17, que pueden cargar hasta 70 toneladas de material bélico; aviones Orion de espionaje electrónico, plataformas volantes Awad y Boeing 707, todo lo cual apunta, según el Pentágono, al “aseguramiento estratégico” de los Estados Unidos en Sudamérica.

Zona de guerra

La guerra en la región de Táchira empezó hace por lo menos un lustro, con epicentro en el municipio de San Antonio. Del lado venezolano –con el propósito declarado de combatir a rateros, drogadictos y prostitutas–, se organizaron allí bandas parapoliciales, con la permisividad de la policía. El gobierno acusa ahora al gobierno local, opositor a Chávez, pero esa oposición sólo gobierna desde el año pasado: la infiltración, originalmente, se produjo bajo administración chavista y por eso precisamente perdió. Ahora, esas bandas “manejan también el negocio del contrabando de combustible y alimentos, y el tráfico de drogas” (El País, 12/11). Tales grupos se han atribuido el asesinato de dos guardias nacionales venezolanos, muertos a tiros de metralla el 2 de noviembre a las tres y media de la tarde en una plaza pública de El Palotal, a un par de kilómetros de San Antonio.

Los grupos parapoliciales tienen de hecho el gobierno del lugar. Todo el mundo, desde comerciantes hasta taxistas, debe pagarles un “impuesto” –llamado vacuna en la jerga del lugar– a cambio de “protección”. Varios cadáveres descuartizados de quienes se negaron a obedecerles han aparecido en el río Táchira.

Esas bandas son binacionales: están integradas por colombianos y venezolanos, y operan a un lado y al otro de la frontera. Un litro de gasolina en Venezuela cuesta 7 centavos de bolívar, unos dos céntimos de euro. Traspuestos los 300 metros del puente internacional Simón Bolívar, ese precio se multiplica varias veces. El contrabando de combustible explica que haya 500 taxis en una pequeña población de 50 mil habitantes. Son todos autos viejos, con grandes tanques: su función es ir de un puesto fronterizo a otro con el tanque lleno, para regresar vacíos.

Cuando Chávez envió allí a la Guardia Nacional, los “paras” distribuyeron un panfleto que, entre otras cosas, decía:

“Hemos tomado la irrevocable decisión de atacar con violencia. Ya no vamos a joder solamente a los gusanos, ahora les toca el turno a los malparidos guardias por no dejar trabajar (…) A quien colabore le pasará lo mismo (…) Muerte a los perros”.

El panfleto “invitaba” a los comerciantes a cerrar sus puertas en señal de rechazo a la Guardia Nacional. Por supuesto, al día siguiente no abrió ni un kiosco. Un par de días después, fueron asesinados dos sargentos de la Guardia por unos sicarios que se movilizaban en motocicletas, a plena luz del día.

El vicepresidente y ministro de la Defensa venezolano, Ramón Carrizales, dijo que ese crimen “fue el inicio de un plan conspirativo que se prepara contra Venezuela, vinculado con la instalación de siete bases yanquis en territorio colombiano” (ídem).

Esto es: los intentos de desestabilizar al gobierno venezolano se respaldan, ahora, en organizaciones mafiosas surgidas de una descomposición social extrema.

Obama, Bush, Lula y la guerra

Barack Obama parece emplear con bastante éxito su vestimenta “progresista” para llevar a la práctica los planes guerreristas de su antecesor, George W. Bush, con mejor eficacia.

Las bases en Colombia se corresponden con un cambio en la doctrina de guerra norteamericana. Estados Unidos empieza a levantar sus 800 bases en el mundo para reemplazarlas por otras, novedosas: las “bases expedicionarias que les permitan vigilar, desde corredores geográficos determinados, a través de distintos sitios de abastecimiento, distintas áreas del mundo”, escribió en El País (12/11) el ex presidente colombiano Ernesto Samper. Así, desde la enorme estación aérea de Palanquero, en el centro de Colombia, las tropas norteamericanas podrán operar no sólo en toda América del Sur; también podrán llegar hasta la costa occidental africana con escala en la isla de Ascensión, bajo control británico y peligrosamente cerca de Recife, Brasil. Esto es: esas bases también son parte de los tironeos de Lula con la Casa Blanca y el Pentágono, incluido el proyecto industrial-militar de la Unasur liderado por Brasilia.

En su artículo, Samper añade: “Es fácil prever lo que sucederá cuando desde las nuevas bases se empiecen a lanzar –como se hará, porque para eso fueron establecidas– operaciones especiales de vigilancia electrónica sobre Suramérica”.

El ex presidente colombiano también supone que las FARC intentarán aprovechar esa presencia norteamericana para involucrar directa y militarmente a Estados Unidos en el conflicto armado de Colombia.

También el gobierno de Lula ha decidido intervenir activamente en el asunto. Su canciller, Marco Aurelio García, declaró: “Sería una buena ocasión para que los dos presidentes (Chávez y Uribe) hablasen. Si está en nuestras manos la posibilidad de sentarlos frente a frente, vamos a hacerlo…” (El País, 14/11). El objetivo brasileño, según García, es que ambos países lleguen a firmar “un pacto de no agresión” y, de paso, aprovechó para abrirse una puerta a sí mismo: “Para el monitoreo conjunto ayudaríamos con medios técnicos, como aviones de vigilancia” (ídem). Chávez rechazó la propuesta y “reiteró que sus diferencias con el gobierno de Alvaro Uribe no se deben a los problemas de violencia y tráfico de mercancías en la frontera común. Su preocupación son ‘las bases yanquis” (ídem). El presidente venezolano hizo esas declaraciones durante un discurso en un acto, en Caracas, en el que predominaban pancartas con la leyenda: “No queremos que Colombia sea el Israel de América latina”.

En definitiva, la presencia militar norteamericana constituye un peligro mayúsculo para toda Latinoamérica. Urge preparar una poderosa movilización continental para rechazarla.