El derrame del Golfo de México acelera la bancarrota capitalista

Poco a poco se va imponiendo el consenso de que una de las razones más poderosas que han provocado el derrame en el Golfo de México ha sido la utilización, por parte de BP, de tubos poco resistentes y muy susceptibles a accidentes, conocidos como “long string”, que la empresa utiliza a sabiendas debido a sus menores costos. Cuando BP dijo que la fuga era 1.000 barriles diarios, el gobierno de Obama se vio obligado a informar con mayor realismo: “Las autoridades calculan que el petróleo fluye a un ritmo de 60.000 barriles por día (9.540.000 litros) mucho más que lo estimado por British Petroleum y equivalente a un Exxon Valdez cada cuatro días”.

Los esfuerzos para detener el vertido tóxico han sido moderados” (The Economist, 17/6). La catástrofe del Exxon Valdez ocurrió en 1989 en Alaska, cuando el buque petrolero chocó contra un arrecife cercano a la costa y derramó 260.000 barriles de petróleo. El derrame del Golfo de México ya lleva 70 días y los cálculos optimistas prevén que no podría controlarse hasta agosto próximo. Obama mismo cree que esta catástrofe podrá costarle el gobierno.

Otro sin controles

Los 309 millones de habitantes de Estados Unidos representan el 4,5 por ciento del total del planeta y consumen más del 25 por ciento del petróleo extraído. Es el que más contaminación produce por la falta de controles y regulaciones del uso de la energía y por el uso de tecnologías obsoletas, como ocurre en la industria automotriz. Vehículos rezagados tecnológicamente producen mayor contaminación.

Las perforaciones submarinas como la del accidente, tienen escaso o ningún control. Un miembro de la oficina de gobierno encargada de controles, M. L. Kendal, inspector general del Departamento de Interior, “subrayó la seria escasez de inspectores de la agencia de gobierno de Minerales para cubrir los sitios de perforación e informó a legisladores que cubriendo los lugares de perforación en el Golfo de México hay 60 inspectores para supervisar aproximadamente 4.000 instalaciones de perforación” (New York Times, 16/6). Este manejo discrecional obedece a que sin el petróleo del Golfo de México, el abastecimiento de Estados Unidos colapsaría.

British Petroleum, la industria petrolera y Obama

El gobierno de Obama mantiene en el control de la fuga de petróleo a la empresa que lo causó, alegando que sólo ella tiene la tecnología para manejar la crisis. Pero el argumento es falaz, pues la que maneja la perforación es una contratista, la empresa Transocean, que BP debería controlar. Un especialista dice que “la mayoría de la tripulación de las plataformas trabaja para otras empresas, distinta que la compañía petrolera que opera el yacimiento”. Todos los equipos de perforación son arrendados mediante contratos específicos. Los barcos y robots que están intentando controlar la fuga son contratados (Patrick Martin, en www.wsws.com).

Obama también mantiene a BP en el control de la limpieza del derrame, aunque las tareas de limpieza son la coartada de un derrame imparable. “Estamos ayudando a encubrir la mentira. Nos estamos enterrando a nosotros mismos. Estamos ayudando a encubrir que nos dejaron sin trabajo”, dijo un marinero de 27 años de edad que trabajaba hasta el miércoles para M. Kruse…”. Kruse un capitán de barco desocupado, fue contratado por BP en tareas de limpieza de petróleo y se suicidó. Consideraba los “esfuerzos confusos, burocráticos y frustrantes” (Washington Post, 24/6).

El fondo de 20 mil millones de dólares que Obama y el Congreso impusieron a BP para asegurar la reparación del daño y las indemnizaciones a los perjudicados, es una estafa, pues debe ser aportado en cuotas de 5.000 millones anuales, lo cual paraliza cualquier reclamo dado lo irrisorio de la suma.

Las acciones de BP han caído en Bolsa a la mitad desde el inicio del derrame. Y ya está arrastrando al conjunto de la industria que desde el inicio del derrame caen en promedio más del 20 por ciento. La sobrevivencia de BP está en cuestión y con ella todo el capital que opera en petróleo. Los grandes pulpos y las empresas estatales de petróleo se han convertido en oficinas de contrataciones –son las contratistas las que hacen los trabajos. Por eso, cuando le preguntaron al presidente de BP, a cargo de la empresa en Estados Unidos, “¿Cómo pudo suceder esto?”, Hayward respondió en un comunicado: “¿Cuánto puede dañar el derrame al medio ambiente? ¿Por qué toma tanto tiempo para detener el flujo de petróleo y gas en el golfo? Aún no tenemos respuestas a estas importantes preguntas”, fue su elaborada respuesta (New York Times, 16/6).

El desastre del derrame es parte integrante de la crisis mundial. Agotada su capacidad de beneficio, las empresas han venido comprimiendo costos a costa de la seguridad y han derivado sus ganancias a operaciones financieras de riesgo – reduciendo de paso la oferta de combustibles. Pero las operaciones financieras se han ido a pique incluso antes del derrame.

BP es en el petróleo una suerte de LCTM (1999), o Enron (2002), cuyas quiebras anticiparon la bancarrota general –en este caso en la industria petrolera. Como, a su vez, una quiebra de BP paralizaría todas las asociaciones de exploración y explotación en las que se encuentra, el golpe a la industria sería descomunal, y lo mismo ocurriría en las Bolsas en las que cotizan sus acciones. BP ya ha empezado por Argentina, donde está vendiendo el 60% de su participación en Panamerican Energy, que opera en Chubut.

Para los anticapitalistas que difunden la tesis de que la crisis no es del capitalismo (la cual sería fácilmente superable, dicen) sino de la civilización (basada en el desarrollo de las fuerzas productivas), el derrumbe de BP debería enseñarles cómo es el capitalismo el que destruye el equilibrio ambiental para superar lo que es insuperable: la declinación del capitalismo como forma de organización social.