Internacionales
15/2/2018|1491
El desplome de las Bolsas
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El derrumbe de Wall Street, el viernes 2 y el lunes 5 pasados, provocó temblores en todo el sistema financiero internacional, justo cuando Donald Trump, en Estados Unidos, y Mario Draghi, el presidente del Banco Central Europeo, se jactaban del “repunte sólido” de las economías de ambos lados del Atlántico. El índice Vix, que mide la volatilidad del mercado, se destacaba por su ‘calma’; el lunes se disparó un 300%. Los bancos provocaron esta sacudida en un intento de amortiguar pérdidas.
Acelerador de partículas
En cierto momento del desplome, la Bolsa de Nueva York había caído más de 1.820 puntos, una pérdida de valor bursátil de más de un billón de dólares. La cifra, que tiene una apariencia virtual, porque en definitiva no altera el valor real de las compañías, medida por su tasa de beneficios, implica lo contrario para los capitalistas reales, que han comprado las acciones a crédito, por lo cual deben aumentar las garantías entregadas a los prestamistas con esas mismas acciones que ahora han sufrido una desvalorización espectacular. Lo que causó una impresión mayúscula fue que la mayor parte del derrumbe tuvo lugar en solamente once minutos, para seguir luego a un ritmo menor.
Aunque al lector le parezca inverosímil, el hundimiento de las Bolsas fue atribuido al aumento de los salarios en Estados Unidos, que el informe laboral del día previo había cuantificado en el 2,7%. La versión convencional le imputaba a ese aumento un carácter inflacionario, que produciría una suba en las tasas de interés y afectaría la ‘salud’ financiera de las empresas. Las tasas de los bonos a 10 años del Tesoro norteamericano ya habían subido, sin embargo, un 40%, antes del anuncio de ese aumento de salarios. Por otro lado, la aprobación por el Congreso estadounidense de una rebaja impositiva espectacular a los beneficios, ofrecía una ganga descomunal al capital para financiar esa suba salarial -al punto que compañías como Apple, Facebook o Walmart habían anticipado que pagarían bonos adicionales a sus empleados con ese dinero extra.
La Casa Blanca respondió al derrumbe con un comunicado que reivindicaba que “los fundamentos de la economía son más sólidos que nunca”. Una frase vacía, porque el ascenso de la economía capitalista se desarrolla en forma contradictoria y antagónica, que crea un escenario de sobreproducción o un punto final al aumento de la tasa de beneficios. Apple y su competidora china, Alphabet, con una cotización bursátil enorme y creciente, cayeron por encima del 10% -y del promedio del 4,6% de Wall Street. Apple registró una caída de ventas de iPhone, compensada por precios más elevados.
El desplome de estos días tiene otras explicaciones. Ocurre que el rescate del capital por parte del Estado y los bancos centrales, desde el derrumbe de 2007/8, ha permitido la supervivencia de empresas cuya ganancia operativa era inferior a los intereses de sus deudas -las que podían refinanciar, una y otra vez, a tasas cada vez menores. Un ejemplo de estas características lo acaban de ofrecer las mayores contratistas del Estado británico, que pagaban dividendos a sus accionistas por medio de préstamos bancarios, debido a la caída de sus ganancias. El gurú Lawrence Summers, secretario de Tesoro de Bill Clinton, acaba se señalar lo elemental (Financial Times, 5/2): “Los valores de los activos y los niveles de endeudamiento no pueden crecer, por tiempo indefinido, más rápido que el producto interno bruto, aún cuando la habilidad para hacerlo ha contribuido al éxito de los últimos años”.
Apple
El porcentaje de empresas que pagan dividendos por encima de sus beneficios es elevadísimo: lo hacen las más débiles y las más fuertes. En el inicio de 2018 se ha producido un aumento sideral de la tasa que pagan los llamados ‘bonos basura’. El Financial Times (21/1) señala que esta tasa ha llegado al 6,75%, por arriba de lo que paga Argentina. La suba de la cotización de las acciones ha actuado como garantía ficticia de esos ‘bonos basura’. Una de las mayores contradicciones del proceso especulativo posterior a la bancarrota de 2007/8 es que, por un lado, los bancos necesitan mayores tasas de interés para evitar una fuga de accionistas y depositantes, y por otro lado, que la suba de tasas produce el derrumbe del mercado artificial de las Bolsas.
El techo hipotético de las acciones es que los dividendos por acción igualen a la tasa de interés de los bonos públicos y privados. Para romper ese límite, las empresas cotizantes han incrementado, por un lado, el pago de dividendos tomando mayores préstamos; por el otro, han recomprado las acciones de sus compañías, cuya suba resulta en una ganancia similar. El Financial Times (Cronista, 5/2) informa que Boeing y Honeywell anunciaron programas de recompra de acciones por casi 90 mil millones de dólares desde que se acordaron las reformas (impositivas) en diciembre. Bank of America Merrill Lynch estima que de los 1,2 billones de dólares que permanecen en el extranjero, tal vez la mitad del total después de impuestos (alrededor de 450 mil millones) podría ser destinado a la recompra de acciones. Es todo este edificio de capitales y ganancias ficticias, el que amenaza venirse abajo con el desplome de las Bolsas. Han agotado los medios y recursos para valorizar el capital -que es la lógica existencial del capitalismo.
Deuda pública
Este escenario se liga al mercado especulativo más importante del planeta -el de la deuda pública, que llega en Estados Unidos a los 21 billones de dólares. Es un monto impagable, que se acrecienta con la suba de tasas de interés. Los analistas advierten el inicio de un descenso de la cotización de la deuda pública y una suba de la carga de intereses -después de medio siglo de tendencia contraria. El capital, así como los bancos centrales, deja de comprar deuda del Estado y también deuda y acciones privadas. China ha sido, en las últimas semanas, vendedora neta de títulos norteamericanos; es que ella misma necesita ese dinero para ir al rescate de inmobiliarias, bancos e industrias sobre-endeudadas y con riesgo de defol. Un analista del Financial Times observa que es difícil el remplazo de los bancos centrales por compradores privados de deuda pública, porque implica la posibilidad de pérdidas cuantiosas.
Los especuladores han hecho grandes beneficios invirtiendo dinero, que obtenían barato, en las Bolsas y mercados emergentes, que ofrecían tasas mayores de interés. Es así como Macri se endeudó por 100 mil millones de dólares en dos años, y que las Bolsas se dispararon hacia arriba. Lo ocurrido en estos días constituye un repliegue violento. El 28 de diciembre pasado advertimos lo que se venía en esta misma página (“Lo que Sturze no te contó”). El trabajo de zapa lo fue haciendo la desvalorización del dólar frente a las monedas principales y el oro, como consecuencia del déficit comercial enorme y creciente de Estados Unidos. La devaluación fue atizada por la Casa Blanca como instrumento de la guerra comercial. El Banco Central Europeo advirtió a Trump que no prosiguiera con la devaluación del dólar. La devaluación del peso argentino sigue a esta tendencia; se terminó la llamada ‘calma cambiaria’. O sea que la bala de oro de Sturze, para que entren dólares por el diferencial de rendimientos entre el mercado internacional y el de Argentina, ha pasado a mejor vida. Antes que se produjera el desplome, la devaluación ya se había comido parte de la valorización de Wall Street. El ingreso de Central Puerto y Aeropuertos Argentina 2000 a Wall Street fue un fracaso. Caputo, el ‘hermano del alma’ de Macri, sacó capital de Argentina a un precio inferior al que esperaba.
“Corrección” y crisis mundial
Algunos observadores aseguran que la caída bursátil es “una corrección” -o sea el piso para un nuevo curso ascendente. Es lo que ha ocurrido en muchas ocasiones, y en especial después del derrumbe del 25%, en un solo día, en octubre de 1987. Hace 25 años tuvo lugar, sin embargo, un hecho de magnitud: en palabras del ex presidente de la Reserva Federal -“se disolvió la URSS” (y China ingresó con fuerza en el mercado mundial), lo que dio un impulso a la especulación mundial y a los derrumbes posteriores. No hay una demanda de dinero para inversiones que dé impulso a la economía (por eso no suben las tasas de interés para inversiones). El programa de infraestructura de Trump no está ni en los papeles, y el de China se repliega. El desplome bursátil confirma la vigencia de la bancarrota capitalista que se viene desarrollando desde la crisis asiática de 1997 y las sucesivas -incluido el derrumbe, en 2001, de Argentina.
El escenario estructural de la crisis en curso es la tendencia a la guerra comercial y financiera -y, por lo tanto, a la ‘guerra de monedas’.
La rebaja impositiva de Trump pretende que el dinero norteamericano en el exterior vuelva a Estados Unidos -equivale a una guerra fiscal y financiera. Todos los tratados comerciales internacionales están en disputa, en especial lo relacionado con China, cuyas inversiones externas son bloqueadas. La Bolsa es un termómetro del capital, tanto económico como político y militar. No se reduce a un modelo de transacciones financieras.
Hasta nuevo aviso, una ‘corrección’, en los próximos días o aun semanas, sería un intervalo para caídas aún mayores.