El día después: Cómo nos pusieron nocaut

Publicado en el diario Haaretz de Israel

La derrota de Estados Unidos en la guerra de Vietnam comenzó a hacerse evidente cuando el general William Westmoreland, comandante de las fuerzas norteamericanas en Vietnam, comenzó a contar cadáveres como una alternativa a las victorias militares. En las últimas semanas, el ejército israelí también adoptó el enfoque de contar cadáveres. Cuando el mayor y más fuerte ejército de Medio Oriente choca durante más de dos semanas con 50 combatientes del Hezbollah en Bint Jbeil y no los pone de rodillas, los comandantes no tienen otra alternativa que contar el número de combatientes muertos que el enemigo ha dejado detrás de sí. Puede asumirse que Bint Jbeil se convertirá en un símbolo de la segunda guerra del Líbano. Para los combatientes de Hezbollah será recordado como su Stalingrado, y para nosotros, será un doloroso recordatorio de la derrota del ejército israelí.


Ze’ev Schiff escribió en Haaretz el 11 de agosto que “nos dieron una cachetada”. Parece que nocaut sería una descripción más adecuada. Esta no es sólo una simple derrota militar. Es un fracaso estratégico cuyas implicaciones de más largo alcance todavía no están claras. Y como el boxeador que recibe el golpe, todavía estamos confundidos tratando de entender qué nos sucedió. Así como la Guerra de los Seis Días llevó a un cambio estratégico en Medio Oriente y estableció el status de Israel como potencia regional, la segunda guerra del Líbano puede producir lo opuesto. El fracaso del ejército erosiona el más importante activo de nuestra seguridad nacional —la imagen beligerante de nuestro país encabezada por un vasto, fuerte y avanzado ejército capaz de propinarle a nuestros enemigos un golpe decisivo si ellos intentan molestarnos. Esta guerra, rápidamente se puso en evidencia, era sobre “conocimiento” y “disuasión”. Perdimos la lucha por ambas.


En Damasco, Gaza, Teherán y El Cairo la gente está mirando con asombro que el ejército israelí no puede poner de rodillas en más de un mes a una pequeña organización guerrillera (1.500 combatientes de acuerdo al jefe de la inteligencia militar, y unos pocos miles de acuerdo a otras fuentes), que el ejército israelí fue derrotado y pagó un alto precio en la mayoría de sus batallas en el sur del Líbano. Y lo más serio de todo, un ejército israelí que no neutralizó la capacidad de Hezbollah de lanzar cohetes y mantener a más de un millón de ciudadanos israelíes sentados en los refugios por más de cuatro semanas.


La Comisión de Investigación que ahora con esperanza se establecerá, concluirá rápidamente que en las vísperas de la segunda guerra del Líbano, el ejército —y en consecuencia los que diseñan la política- estaban trabajando con el concepto (de que) el ejército desmantelaría la organización en unos pocos días, quebraría su núcleo de comando y pondría fin al combate bajo condiciones favorables para Israel. Sobre la base de estas promesas, Ehud Olmert estableció ambiciosos objetivos para la guerra que, por supuesto, eran inalcanzables (…).


La arrogancia y la presunción que caracterizaron al alto mando dejaron el frente interno desprotegido. Si era claro que la fuerza aérea destruiría las lanzaderas de cohetes en unos pocos días, ¿por qué llamar a los residentes del Norte a preparar sus refugios antiaéreos y a acumular comida? Sabemos las consecuencias: más de un millón de personas estuvieron durante más de un mes en refugios apestosos, muchos de ellos sin alimentos o en condiciones mínimas.


Y por supuesto, la inteligencia. Una vez más hubo sorpresas y fracasos, algunos de los cuales estaban basados en los equivocados conceptos de las capacidades de Hezbollah. La inteligencia del ejército no evaluó correctamente la capacidad combativa de Hezbollah, no sabía nada sobre los túneles cercanos a las plazas fuertes de la organización y se equivocó en sus apreciaciones sobre el desplazamiento dentro de Bint Jbeil, y hubo muchos otros fracasos de inteligencia. La inteligencia de la marina fracasó porque no sabía nada acerca de los misiles iraníes tierra-mar en manos de Hezbollah, y sus apreciaciones acerca de la habilidad de Hezbollah para lanzar cohetes estaban equivocadas.


El Estado destina alrededor de 11.000 millones de dólares anuales para el presupuesto de defensa. Casi el 15% del producto bruto está destinado a seguridad (la cifra oficial es del 10%, pero esto no incluye todas las inversiones en esas cuestiones). Pero cuando los reservistas son convocados, descubren que carecen de equipamiento básico: chalecos antibalas, cascos, vehículos e incluso camillas. Unidades enteras fueron obligadas a combatir durante más de 24 horas sin agua o alimentos. ¿Adónde fue a parar el dinero? Esto deberá ser examinado por la Comisión de Investigación. El punto más alto de impertinencia es la insinuación por altos oficiales de que la escasez de equipamiento se debe a los recortes del presupuesto de defensa. Esta sería la oportunidad para romper el mito alrededor de esos recortes presupuestarios: no sólo el presupuesto de defensa no fue recortado en la última década, sino que realmente creció durante los años 2002 y 2005. Israel destina a su seguridad más de sus recursos totales que cualquier otra democracia en el mundo (15 veces más que Japón y tres veces más que los Estados Unidos); debería verificarse si existe justificación para esto.


Todavía es demasiado temprano para apreciar si la segunda guerra del Líbano será recordada como el punto de viraje en el cual la opinión pública se despertó de la ilusión acerca del ilimitado poderío de la fuerza militar de Israel.