El escenario económico internacional actual y el que se viene (primera parte)

Un año después del estallido de la pandemia.

Ha transcurrido un año en que la economía mundial entró en una depresión, sólo comparable con la crisis del ’29 y en muchos casos superior.

¿En qué punto nos encontramos? Hay quienes se han apresurado a señalar que lo peor ya pasó.

Eso se basa en el hecho de que estamos asistiendo a un rebote. China habría recuperado nuevamente e, incluso, superado su ritmo de crecimiento anterior al estallido del coronavirus -algunos vaticinan que llegaría al 9 por ciento. De conjunto, según las perspectivas económicas de la OCDE, este año se prevé que el crecimiento del PBI mundial sea del 5,6% en 2021 y del 4% en 2022.

Este rebote de la economía mundial ha ido de la mano del aumento de los precios de los commodities. El petróleo, después de llegar incluso a valores negativos, orilla los 70 dólares. El cobre ha superado los valores máximos en su historia. Estamos frente a un aumento de los precios de los granos, como el maíz, el trigo y la soja. Esta última ha superado la barrera de los 500 dólares, cuando un año atrás oscilaba en torno de 300. Este ascenso de los precios sería la constatación, de acuerdo con esta óptica, de que la economía mundial estaría marchando a una recuperación.

Rescate sin precedentes

No podemos perder de vista que el rescate estatal puesto en marcha en 2020 es el más elevado en la historia del capitalismo. Las cifras del auxilio en crisis anteriores, incluida la crisis financiera de 2008, empalidecen totalmente en comparación con los gigantescos montos otorgados por los gobiernos y en especial por los bancos centrales. Una medida muy elocuente de ello la da la Reserva Federal que ha inyectado dinero, a través de diferentes vías, equivalente al 45 por ciento del PBI. Basta tener presente que doce años atrás, con motivo de la crisis que precipitó la caída de Lehman Brothers, ese porcentaje osciló en el 15 por ciento, lo cual ya era un récord comparado con colapsos y conmociones anteriores como la crisis del ’29 y emergencias como la Primera y Segunda Guerra Mundial. Los programas de estímulos que han lanzado los gobiernos tampoco tienen antecedentes. El paquete de ayuda de 700.000 millones dólares que puso en marcha Estados Unidos en 2008 es irrisorio respecto de los billones de dólares que ya se han gastado desde el estallido de la pandemia. Lo mismo puede decirse respecto de sus socios europeos y Japón, y de un modo general en toda la economía capitalista.

Este rescate de dimensiones inéditas es lo que está en la base de este rebote que guarda algunas similitudes con lo ocurrido con posterioridad al colapso de 2008, en particular con el aumento de las materias primas.

De todos modos, este rebote tiene límites muy claros ,y lo que es más importante, encierra y potencia contradicciones explosivas. Este repunte está lejos de superar la anemia de la economía mundial, que viene siendo la tónica en las últimas décadas. Hay quienes vaticinan una recuperación rápida en forma de V. Según esta mirada, el origen de la crisis estaría asociada al estallido de la pandemia, de modo tal que en la medida que la misma sea neutralizada, la economía mundial podría volver a una supuesta “normalidad”. Dejemos de lado el hecho que el brote está lejos de ser superado. Estamos en presencia de una segunda ola, de una intensidad y alcance superior a la primera, a lo que se agrega la crisis con la vacunación, en todas sus facetas, tanto en su producción, suministro y en los ritmos y planes de su aplicación. Pero, lo más importante es que este tipo de análisis y pronósticos omiten el hecho que en 2019 la economía mundial estaba entrando en recesión con Europa prácticamente en niveles nulos de crecimiento, Estados Unidos en medio de un desinfle de su economía y China atravesando una sensible desaceleración. La vuelta a una supuesta “normalidad” encubre la centralidad de la crisis capitalista que ya venía desenvolviéndose a todo vapor. Por supuesto, la pandemia ha tenido un impacto devastador en la producción, el empleo, la inversión y el comercio en el mundo, así como en los estragos y consecuencias sociales sobre la población, pero su alcance y sus efectos son inseparables de la propia bancarrota capitalista. El coronavirus irrumpe en momentos que asistíamos a un hundimiento de los sistema de salud como producto de los violentos ajustes presupuestos que se venían realizando, no sólo en los países emergentes sino en las propias metrópolis imperialistas. Lo mismo puede extenderse a la vivienda, asistencia y gastos sociales y, de un modo general, a un deterioro muy severo de las condiciones de vida de los trabajadores, lo cual ha sido un terreno fértil para la propagación del virus. La pandemia y la crisis están íntimamente conectadas y se han ido retroalimentando una a la otra, provocando el escenario de tormenta perfecta que enfrentamos.

La OCDE advierte que “a pesar de la mejora de las perspectivas mundiales, la producción y los ingresos en muchos países seguirán estando por debajo del nivel esperado antes de la pandemia a fines de 2022”. El daño y las huellas de la recesión de 2020 están llamadas a prolongarse en el tiempo: “la mayoría de las economías -agrega- nunca regresarán al crecimiento y la trayectoria previos a la pandemia, que ya era más baja que la trayectoria de antes de la Gran Recesión en 2008”.

Caída de la tasa de ganancia

En este cuadro, Estados Unidos se encuentra en el ojo de la tormenta. El FMI plantea que “el importante estímulo fiscal en Estados Unidos, junto con una vacunación más rápida, podría impulsar el crecimiento del PBI de Estados Unidos en más de 3 puntos porcentuales este año, con efectos positivos de la demanda de socios comerciales clave”. Biden contempla, además de la asistencia por el Covid-19, invertir más en infraestructura, proyectos ecológicos y apoyo al empleo. Pero la eficacia y el éxito de estas medidas están seriamente cuestionados. El gasto público y la política monetaria expansiva ya han probado que no son suficientes para que la economía recobre su vitalidad y dinamismo. El gigantesco rescate del Estado en esta década no ha ido a a parar a la inversión productiva sino que las empresas lo han destinado al circuito especulativo, incluyendo la recompra de sus propias acciones.

No olvidemos que en una economía capitalista, la inversión pública apenas es responsable de una fracción pequeña del total de la inversión. El motor es la inversión empresarial, cuyo nivel depende de la rentabilidad. La tendencia predominante que impera es una caída de la tasa de beneficio que bajo la pandemia llegó a sus mínimos históricos. Hemos asistido a una persistente huelga de inversiones, cuyo telón de fondo es una crisis de sobreproducción y sobreacumulación de capitales que no encuentran una explotación redituable en la esfera productiva.

La valorización accionaria que alcanzó niveles récord no se compadece con el desempeño de las empresas en la economía real, cuyas utilidades han descendido sensiblemente o directamente arrojan pérdidas. La excepción es el grupo de gigantes tecnológicos, las denominadas FAANGS (Facebook, Amazon, Apple, Netflix, Google, Microsoft), que han venido obteniendo ganancias siderales. El éxito de este selecto núcleo ha servido para encubrir la declinación empresaria. Pero importa señalar que la crisis está haciendo su trabajo de topo y ha empezado impactar también en esas empresas líderes.

La tensión entre estas corporaciones viene creciendo. Recientemente, el CEO de Apple salió a denunciar a Facebook por haberle facilitado a Trump el uso de su red para impulsar su prédica y violentar la privacidad de sus clientes. Un artículo reciente de The Economist analiza lo que hay detrás de estos choques entre estos gigantes, sugiriendo que su motivación sería no tanto cuidar los derechos de los usuarios sino controlar el mercado. Este es el caso de la disputa entre las dos empresas que dominan Asia, Alibaba y Tencent, pero es aún más evidente en el caso de los cinco gigantes occidentales, Alphabet (Google), Apple, Microsoft, Amazon y Facebook, cuyo valor de mercado es de 7,6 billones de dólares y que son los principales pilares de la euforia especulativa. El problema es que el 40 por ciento de los negocios de estas empresas se realizan en competencia directa con los otros gigantes, el doble que en 2015.

La tendencia que progresa es “ganar en actividades dominadas por los competidores. Amazon crece en publicidad online, que era el dominio de Facebook y Alphabet (80% de sus ventas), Microsoft y Alphabet aumentan su participación en servicios en la nube, que era exclusiva de Amazon, con la que, a su vez, Walmart, la mayor empresa de distribución del mundo, comienza a competir en ventas online. Mientras tanto, Microsoft ha estado tratando de comprar dos redes sociales, Tik Tok (compartir videos) y Pinterest (fotos), y Huawei quiere crear un nuevo sistema operativo para no depender de Google” (“Las empresas de tecnología se quitan los guantes”, Sin Permiso, 14/3).

Hay dos razones para estas estrategias agresivas. “La primera es el hambre de ganancias, cuando los resultados operativos disminuyen pero las capitalizaciones bursátiles se disparan: los resultados de Alphabet se han reducido en 13 puntos porcentuales en diez años, los de Apple en 10 puntos porcentuales desde su pico en 2012. La segunda razón es la competencia: en muchos de estos negocios, la segunda y la tercera empresa se están poniendo al día con la primera, y un oligopolio es una guerra permanente” (ídem).

Endeudamiento explosivo

El otro gran límite es el enorme endeudamiento público y privado que ha superado en total varias veces el PBI de los países industrializados, y que ha llegado también a su máximo histórico y que se extiende también a los países emergentes.