El estado actual de la segunda guerra del Líbano

Lo que el mundo debe saber: el sionismo y el imperialismo son regímenes terroristas

Militantes por la IV Internacional, Palestina

Algunos analistas burgueses están desconcertados por lo que califican la “sobrerreacción” o “respuesta exagerada” de Israel, con el pleno respaldo del imperialismo norteamericano, ante el asesinato y el secuestro de unos pocos soldados. Después de todo, Israel secuestró a Mustafa Dirani el 24 de mayo de 1994 en territorio libanés; y el 14 de marzo de 2006 hizo lo mismo con el secretario general del Frente Popular para la Liberación de Palestina, Ahmed Saadat, hasta entonces ilegalmente retenido en una prisión de la Autoridad Palestina como consecuencia de la presión de Israel sobre Arafat. Pero hay una clara lógica en la locura sanguinaria del sionismo. Israel, con una población colonialista judía de poco más de cinco millones de habitantes, enfrenta a 300 millones de árabes y varios cientos de millones más de musulmanes en la región, por ejemplo, en Irán. El régimen sionista del apartheid, por lo tanto, sólo puede sobrevivir imponiendo lo que es, en todo el sentido de la palabra: un régimen de terror contra los pueblos de Medio Oriente.


Esta es la razón por la cual las insignificantes operaciones guerrilleras de Hamas y Hezbollah en las fronteras sur y norte de Israel, respectivamente, tienen una gran significación política, desde el momento en que amenazan demoler el mito de la invencibilidad del ejército de Israel, el principal brazo militar del imperialismo en la región. Esto explica la bestialidad de la reacción de Israel al acto de solidaridad de Hezbollah con los palestinos, que tuvo lugar con el trasfondo de múltiples asesinatos sionistas en la Franja de Gaza y en Cisjordania, que dejaron más de 130 palestinos muertos, y que continúa imperturbable, mientras los titulares de prensa se ocupan de los sucesos en el Líbano.


Las implicaciones potenciales de las acciones militares de resistencia de las organizaciones palestinas y de Hezbollah van mucho más allá de su potencialidad de desmantelamiento del régimen sionista racista en Palestina y la caída de los regímenes clientelísticos árabes en Medio Oriente. La opresión de los pueblos del Tercer Mundo, que representan más del 90% de la humanidad, por un puñado de Estados imperialistas, sólo es posible, por un lado, por el rol colaboracionista de las burguesías compradoras locales (que son particularmente débiles entre los palestinos y los shiítas libaneses) y, por el otro, por la desunión de los pueblos y su intimidación militar. En otras palabras, la dominación del imperialismo — sobre todo, por supuesto, de los Estados Unidos — está basada, en última instancia, en la imposición de un régimen de terror sobre las masas semicoloniales de Asia, Africa y América Latina.


Los límites de la capacidad del imperialismo para imponer su voluntad por medios militares ya se han revelado en las resistencias iraquí y afgana a la ocupación norteamericana, y en la posición desafiante de ciertos Estados del Tercer Mundo, como Irán, Corea del Norte y Venezuela.


Tomando el punto de vista histórico más amplio, por lo tanto, lo que está en juego es la supervivencia del actual sistema de explotación, del capitalismo mundial. Esta es la razón por la cual el G8 corrió a defender a Israel, y Estados Unidos ha ido más allá de las declaraciones de solidaridad para acelerar el despacho de combustible de aviación y bombas de precisión a Israel. Esta es también la razón por la cual Israel, con el pleno respaldo norteamericano, rechazó varias ofertas de cese el fuego del Líbano e Irán. El sionismo y el imperialismo querían la guerra y la están desarrollando como una venganza.


Los planes del sionismo y el imperialismo


Ya una vez, en 1982, Israel invadió el Líbano, en una operación planificada y llevada a cabo en plena coordinación con los Estados Unidos. El objetivo de la operación era alcanzar Beirut, destruir las guerrillas palestinas que operaban en el territorio, e instalar un régimen títere. La primera guerra del Líbano, de 1975/90, dejó 120 mil muertos y 300 mil heridos sobre una población de tres millones, y pavimentó el camino para el ascenso de una fuerza no secular, Hezbollah, como la fuerza antisionista y antiimperialista dominante en la región.


Aunque el carácter de la política libanesa cambió de manera marcada en las últimas dos décadas, también en este caso el objetivo del sionismo y el imperialismo es instalar un régimen títere en el Líbano. El santo y seña de esta operación es “la implementación de la Resolución 1559 del Consejo de Seguridad de la ONU”, que reclama el desarme de Hezbollah y el despliegue del ejército libanés en el sur del Líbano. El cimiento de esta agresión fue puesto en 2004 por el ex primer ministro libanés, Rafiq al-Hariri, asesinado más tarde, cuando trabajó con Estados Unidos y Francia para hacer pasar la Resolución en el Consejo de Seguridad. El plan tenía el pleno respaldo de Israel y de los regímenes árabes clientes de Estados Unidos: Kuwait, Arabia Saudita, Jordania y Egipto.


Pero ¿quién sería capaz de desarmar a Hezbollah y asegurar que continúe indefenso? Ciertamente no el insignificante ejército libanés, que es incapaz incluso de intentar defender su país de los ataques israelíes, y en cuyas filas hay muchos shiítas, la rama religiosa islámica que provee la base social de Hezbollah. Antes e inmediatamente después del estallido de la guerra, Israel repetidamente dejó en claro su oposición al emplazamiento de una fuerza “internacional” (es decir, imperialista) en el Líbano, y dijo que no va a aceptar la presencia de ninguna tropa en el sur del Líbano con la excepción del ejército libanés. En otras palabras: Israel quería que el acuerdo resultante fuera la instalación de un régimen bajo el control directo sionista-norteamericano, temiendo que incluso una fuerza internacional pudiera hacer más difícil al ejército israelí aterrorizar a la población civil e implementar los planes sionistas para el país.


Unos pocos días de lucha con las guerrillas de Hezbollah fueron suficientes para hacer que el primer ministro israelí, Ehud Olmert, cambie de opinión, y actualmente el gobierno israelí fantasee acerca de una fuerza europeo-árabe (más concretamente, franco-egipcia), que sea capaz de alguna manera de hacer lo que el ejército sionista ha sido incapaz de realizar por sí mismo, es decir, derrotar y desarmar a Hezbollah con el respaldo, es verdad, del “formidable” ejército libanés y el “tremendamente popular” equipo del primer ministro Siniora.


El fracaso del “modelo yugoslavo”


Al comienzo de esta segunda guerra del Líbano, los analistas militares de Israel deseaban creer que sería “una segunda guerra de Kosovo”, es decir, una guerra que sería ganada rápidamente por medio de bombardeos masivos. Sin entrar en la perversidad moral de gente que toma como modelo la guerra nuclear de baja intensidad llevada a cabo por la Otan contra Yugoslavia, sembrada de cadáveres y uranio empobrecido, es claro que ese “exitoso” precedente es irrelevante para la guerra actual (aunque la cantidad de explosivos que descargó Israel es de 800 a mil veces superior a la de Hezbollah).


El fracaso del “modelo yugoslavo” llevó a Israel a emplear su tradicional estrategia de limpieza étnica. De acuerdo al dato de las Naciones Unidas, medio millón de libaneses han sido convertidos en refugiados por los israelíes. Sólo en el territorio de Siria ya hay 150 mil refugiados libaneses. Aviones israelíes han dejado caer volantes llamando a los residentes del sur del Líbano (una región con una población de 400 mil habitantes) a abandonar sus aldeas. Si esto sucede en masa, el número de refugiados puede aumentar en varios cientos de miles.


Incluso después de asesinar a más de 380 civiles, destruir la infraestructura económica del Líbano y convertir al 20% de la población libanesa en refugiados, el sionismo no ha conseguido prácticamente nada: la capacidad de combate de los guerrilleros de Hezbollah se mantiene intacta e incluso son capaces de lanzar ataques misilísticos coordinados contra todas las ciudades del norte de Israel, que reúnen un millón de habitantes. La actividad económica del norte (de Israel) está completamente paralizada y el 25% de sus habitantes ya ha huido a las ciudades del sur, creando un serio problema potencial de refugiados dentro del propio Israel. El costo económico de la guerra en Israel fue estimado entre 4,5 y 12 millones de dólares por día por el diario sionista Haaretz.


El fracaso de la estrategia sionista original llevó al gobierno israelí a llamar a miles de soldados de la reserva y a intentar una invasión terrestre en gran escala. Las implicaciones de este movimiento son claras. El jefe del comando norte de Israel, general Udi Adam, declaró explícitamente que los israelíes “dejarían de contar los muertos”, agregando que en gran medida “también morirán civiles”. Pero a pesar de todas estas bravuconadas, la inusualmente alta tasa de bajas en los enfrentamientos con Hezbollah (casi 1:1, mientras que en los territorios son habitualmente docenas de luchadores palestinos por cada soldado israelí) es una seria preocupación para los militares y el gobierno israelí, que no están del todo seguros de que la población israelí respalde este baño de sangre por un tiempo prolongado.


Vigilias y manifestaciones contra la guerra ya han tenido lugar en Haifa y Tel Aviv. Incluso ministros y parlamentarios de los partidos de gobierno (como Meir Sheetrit, del Kadima, y Ophir Pines-Paz y Danni Yatom, del partido laborista) han comenzado a expresar sus reservas en los últimos días acerca de una amplia operación terrestre en el Líbano, temiendo que el ejército israelí se empantane en una prolongada guerra de guerrillas.


Para repetir lo que ya dijimos en una previa declaración de la CRCI: “Lo que los sionistas no tienen en cuenta — acostumbrados como están a asesinar a guerrilleros palestinos prácticamente desarmados — es que en esta oportunidad enfrentan a una organización que ha sido armada durante la última década por Irán y que, por lo tanto, tiene la capacidad de responder a los ataques de Israel, a pesar de la desproporción de las fuerzas militares” (Prensa Obrera, 20/7).


Líbano: el Vietnam sionista


Los tres canales israelíes de TV son realmente una simple rama de propaganda del ejército, pero incluso de este basurero se puede sacar información interesante. Por ejemplo, el general israelí que alardeó de que Israel hizo retroceder cincuenta años al Líbano. Muy parecido al jefe de la Fuerza Aérea norteamericana, quien durante la guerra de Vietnam dijo: “vamos a bombardearlos hasta hacerlos volver a la edad de piedra. Y vamos a hacerlos volver a la edad de piedra con bombardeos aéreos o navales, no con fuerzas terrestres” (General Curtis E. LeMay, Mission with LeMay: My Story, Garden City, Nueva York, 1965, p. 565).


En el mismo sentido, los corresponsales militares israelíes informan que las fuerzas israelíes están enfrentando una dura resistencia guerrillera escondida en bunkers y túneles —“ como los norteamericanos en Vietnam” — . Otra vez no ven ningún problema moral con la analogía; es que, parafraseando a Terencio, sienten que “nada imperialista les es ajeno”. Recordemos que entre dos y tres millones de vietnamitas, laosianos y camboyanos y 60 mil norteamericanos murieron como consecuencia de la guerra de Vietnam, entre 1963 y 1975 (otros 500 mil vietnamitas y 75 mil franceses habían muerto entre 1945 y 1954) y que el tonelaje de bombas descargadas por Estados Unidos en Vietnam del Norte fue superior al arrojado en todos los frentes de la Segunda Guerra Mundial.


Pero quizá lo más grotesco sea lo que un analista militar dijo para explicar por qué la lucha era tan dura: “no debemos olvidar que enfrentamos a una organización terrorista con un presupuesto de 100 millones de dólares”. Algo muy embarazoso, por cierto, considerando que Israel recibe una suma 30 veces superior cada año de los Estados Unidos, sin contar con el gran presupuesto militar local, estimado por la CIA en 9.450 millones en 2005.


En resumen, varios miles de combatientes guerrilleros determinados, con un pequeño presupuesto militar y una modesta provisión de armas de países del Tercer Mundo (Irán, y quizá también Siria) están golpeando a un monstruoso aparato militar construido por el imperialismo a lo largo de décadas. Potencialmente, es un nuevo Vietnam — un sufrimiento terrible para el pueblo libanés y también, en mucha menor medida, para los civiles israelíes — , pero son buenas noticias para los luchadores antiimperialistas en todo el mundo.