El fallido comienzo de la campaña electoral de Trump

Trump

Contrariando cualquier tipo de indicación sanitaria acerca de la posibilidad cierta de que tengan lugar contagios de Covid-19, Donald Trump comenzó oficialmente su campaña por la reelección, el sábado 20, con un acto en un estadio cerrado en Tulsa, Oklahoma. El acto fue un verdadero tropezón, logrando una convocatoria de solo 6 mil personas que se empequeñecían aún más en un recinto con capacidad para 20 mil, en lo que constituyó toda una metáfora acerca del cuadro político por el que comienzan a transcurrir las elecciones en Estados Unidos.

En su discurso, particularmente desvariado, Trump reivindicó su política ante la pandemia de Covid-19, a pesar de su negacionismo y de que EE.UU. esta al tope en cantidad de decesos e indicó que él, como presidente, siempre iba a defender a los policías cuando todo el país está sacudido por la rebelión antipolicial. No faltaron en el acto banderas alusivas a la esclavista Confederación sureña.

Buena parte de la responsabilidad acerca del vacío en la convocatoria la tuvieron jóvenes usuarios de redes sociales, en particular fans del k-pop y también seguidores de la tik toker “abuela de Tik Tok”, que impulsaron como campaña reservar lugares en el acto para luego no ir; una expresión más de radicalidad política que asoma entre la juventud norteamericana. El contraste entre la presencia prevista por los organizadores de la campaña del magnate (100 mil personas) y la realidad fue abismal.

 

 

 

Sin embargo, las causas de la baja movilización no se agotan allí. A diferencia de lo ocurrido en la campaña electoral que lo llevó a la presidencia en 2016, los planteos de Trump no están suscitando una movilización política de la que fuera su base social. Al desbande sanitario fruto de la cuasi inexistencia de un sistema público de salud y de la decisión de continuar con la actividad económica prácticamente sin límites se le suma un cuadro político y social crítico. El plan político oficial, teóricamente centrado en “proteger el empleo estadounidense”, ha llevado a la mayor tasa de desocupación desde que iniciara la crisis mundial en 2008 y que llega al 25% si consideramos el subempleo. El eje autoritario de su política se encuentra completamente cuestionado por la masividad de la movilización popular, que estalló tras el asesinato de George Floyd, que no pudo ser derrotada por la represión y que por el contrario ha llevado al propio Trump a improvisar una pose reformista sobre el accionar policial.

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El vacío en la convocatoria, finalmente, se debe al progresivo aislamiento de Trump en relación al establishment político e incluso al interior del propio partido republicano. Semejante traspié debería ser imposible para la fuerza política que dirige el Estado yanqui, la mayor maquinaria de espionaje e inteligencia del mundo. Este aislamiento se viene procesando a través de otros hechos, como la negativa del Pentágono a volcar las fuerzas armadas a la represión interna e incluso ante reiterados fallos contrarios a Trump por parte de la Corte Suprema, como la prohibición de realizar despidos por orientación sexual o la limitación para expulsar inmigrantes que hubieran llegado al país siendo menores de edad traídos por sus padres, lo que ocurrió incluso con votos de jueces designados por el presidente. Una reciente encuesta difundida por Fox News (una cadena oficialista) indica una ventaja del candidato demócrata Joe Biden por sobre Trump de 12 puntos (Financial Times, 22/6).

 

La crisis que se vislumbra en la perspectiva reeleccionista, de quien hace solo cuatro años expresaba una tentativa de revertir la crisis económica mediante una política abiertamente chauvinista y autoritaria, debe ser advertida por la clase obrera y la juventud como una expresión del impasse por el que atraviesa el imperialismo estadounidense y el capital en general para proceder a poner en pie una alternativa política propia.

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