El hambre crece

En el año 2020, uno de cada dos niños menores de seis años en Africa subsahariana y dos de cada cinco en Asia meridional sufrirán hambre y desnutrición. En todo el mundo, 150 millones de pibes menores de seis años (uno de cada cuatro) y 1.300 millones de personas mayores de esa edad (uno de cada cinco) estarán en la misma situación. Estas cifras bárbaras, del informe anual del Instituto Mundial de Investigación de Políticas Alimentarias de Washington, han causado conmoción. Es que en una sociedad que hace ya mucho tiempo sentó las bases materiales (científicas, técnicas y de producción) para acabar con el hambre, el incremento de la desnutrición es una verdadera condena histórica para el régimen social capitalista.


El informe responsabiliza por la situación a “la falta de sentido de la emergencia y de compromiso” de los líderes de los países afectados. Es cierto que en los países oprimidos tenemos una gama de dictadorzuelos, de ‘señores de la guerra’ y hasta de ‘demócratas’ cuya principal preocupación es llenar los bolsillos de las camarillas que encabezan. Pero no es menos cierto que estos ‘líderes’ se han asociado con el imperialismo mundial para saquear a sus países (cuando no son, simplemente, sus agentes directos). El Instituto con sede en Washington no debería ir tan lejos para encontrar a los responsables de la hambruna.


Como ‘remedio’, se ‘receta’ “una gran transformación estructural de una agricultura de subsistencia a una agricultura comercial y altamente productiva” ( Financial Times, 29/8). Pero esta “transformación” significaría la expulsión de los actuales pobladores. Los campesinos expulsados no podrían encontrar ocupación en las ciudades, donde ya hay una desocupación masiva.


El informe plantea, también, la “liberalización del comercio agrícola”, es decir la eliminación de los subsidios que la Unión Europea y Estados Unidos ofrecen a sus propios productores. La guerra comercial está haciendo subir violentamente el monto de esos subsidios: sólo en los Estados Unidos, saltarán de 7.500 millones de dólares en 1997 a 23.000 millones en 2003. Pero sin esos subsidios, la agricultura capitalista, “comercial y altamente productiva”, de Europa y los Estados Unidos, iría en masa a la quiebra, por exceso de oferta. Tendríamos entonces millones de hambrientos en el Medio Oeste norteamericano y en la campiña francesa. Ni la ‘reforma estructural’ ni la ‘liberalización del comercio’ resuelven el problema del hambre porque éste tiene una raíz social: la necesidad de mantener la tasa de beneficio de los capitales invertidos en la agricultura (y del capital en general).